martes, 27 de febrero de 2007

El irlandés

Nos hemos comprado un ordenador portátil. Lo encargamos por Internet (es un Dell) y nos lo mandaron por UPS. En cuanto lo enviaron desde la fábrica, nos indicaron un código con el que podíamos averiguar por dónde andaba el paquete, a través de la página web del transportista. Durante un par de semanas, la espera le dio sentido a nuestras vidas. Partió de un pueblecito de Irlanda. Fuimos siguiendo su aventura, a medida que pasaba de una oficina a otra: Inglaterra, el Canal de la Mancha, París, la Costa Azul, Madrid... lo sé, no es justo que nuestros electrodomésticos hagan los viajes que nosotros solo podemos soñar. ¿Quién sabe? Quizá se detuvo en Londres para escuchar las campanadas del Big Ben a la luz de la luna; o navegó por el Sena, con una bufanda y una gorra de fieltro, contemplando la Torre Eiffel mientras abrazaba a una preciosa tostadora y exclamaba: "Oh, mon amour!".

Cuando por fin llegó, me pilló en casa con la gripe. Estaba dormido en el sofá. El tio de UPS llamó al timbre y di un salto tan brusco que casi me quedo inconsciente firmando el recibo. Le había prometido a Roger que no abriría la caja hasta que él llegara (reminiscencias de las navidades de los ochenta), así que el portátil y yo pasamos el resto de la tarde viendo la tele muy impacientes. Mi madre se moría de risa cuando me pilló haciéndole fotos a una caja. A ver quien es el listo que la convence ahora de que ya soy mayor para elegir mi propia ropa.


La verdad es que habría sido más divertido que no llegara nunca, prolongar el estado de emocionante espera hasta el final de nuestros días. Mientras uno espera algo con ilusión, casi nunca se para a pensar en qué ocurrirá cuando finalmente lo reciba. Yo, hasta esa noche, no me había dado cuenta de que un ordenador portátil es, al fin y al cabo, un ordenador como el que ya tenía encima de la mesa (solo que un poco más esmirriado).

El portátil venía con Windows Vista instalado. Windows Vista es algo así como Windows XP, pero cambiando la palabra "XP" por "Vista". Sin embargo, hay una aplicación que viene instalada y que sí que me sorprendió: el reconocimiento de voz. Resulta que el Vista trae un reconocedor de voz que funciona mucho mejor de lo que yo esperaba. No sabía que se pudieran hacer ya estas cosas. He conseguido dictarle diez o doce líneas seguidas sin que apenas cometiera un par de fallos. Pero lo más misterioso es que soy la única persona a la que el ordenador comprende bien. Cuando lo han probado Lulú, mis hermanos, o mis padres, los resultados han sido desastrosos. ¿Por qué solo me entiende a mi? Únicamente se me ocurren tres opciones:

- Soy un robot.

- Fui abducido por una nave extraterrestre, y durante las malévolas pruebas me insertaron una conexión wire-less en la médula espinal (además de los experimentos sexuales).

- Hablo como Bill Gates.

Todas las posibilidades son igualmente aterradoras. Mientras me decido por una, creo que seguiré tecleando.

(Porcentaje de realidad: 90%)

sábado, 24 de febrero de 2007

Armageddon

En primer lugar, lo científicamente correcto es hacer públicos los hechos. Confío en que, a la luz de los acontecimientos transcurridos a lo largo de este viernes, vuestras conclusiones coincidirán con las mías. En el peor de los casos, al menos conoceréis los indicios que me han ayudado a deducir que el fin del mundo ha llegado:

: Me levanto y, aprovechando el gripazo, me da por ver un episodio de "Doctor en Alaska" en el ordenador. Casualmente doy con el divertido capítulo en el que un satélite cae sobre las montañas de Cicely, impactando desafortunadamente contra el quinto novio de O'Conell, la protagonista (y convirtiéndolo automáticamente en su quinto novio muerto). Me echo unas risas y unas buenas meditaciones trascendentales. Es lo que pega después de un episodio de "Doctor en Alaska".

: A media mañana, mi vecino loco vuelve a hacer de las suyas. Grita como un condenado y le oigo arrojar algún objeto contundente. A través de mi ventana veo algunas tejas rotas en el tejado de otro vecino, y hay un tiesto destrozado en el suelo de un patio contiguo. Subo arriba para avisar a Roger de que no se asome a la ventana, porque el loco está practicando el lanzamiento de ladrillo. Me lo encuentro asomado. En ese mismo instante, un trozo de cemento del tamaño de un puño le pasa por al lado de la cabeza. Roger se aparta a tiempo, pero el techo de uralita de mi patio trasero no tiene tan buenos reflejos. Se produce un Deep Impact en pleno tendedero. El meteoro del loco atraviesa el techo y agrede brutalmente a las sandalias de Roger que estaban encima de un armario.

Pues nada, se pone un parche en el techo y a otra cosa. No nos enfadamos con el loco porque es un pobre enfermo, sin culpa de nada, y nosotros somos muy comprensivos. Aunque no estaría mal que lo atropellara un coche.

: Anuncian en el telediario el inminente acercamiento a la Tierra de un meteorito, que podría llegar a chocar contra nosotros en el 2036. Tras el susto de los titulares, el locutor reconoce que la probabilidad de que el pedrusco alcance la superficie terrestre no es demasiado alta: una entre cincuenta mil. Me pregunto qué probabilidad habría de que un meteorito procedente de la casa de mi vecino alcanzara mi tendedero.

Tres hechos aislados y diferentes confluyen inexorablemente en el mismo mensaje: ¡meteoritos! Y los tres han ocurrido durante la misma mañana, en apenas 3 horas. ¿No os parecen indicios suficientes de que algo extraño está ocurriendo? ¿No interpretáis un claro mensaje, llegado de ultratumba? Está bien, veo que sois escépticos. Pero aún existen otras dos pruebas que corroboran mi teoría de que se ha producido una perturbación en la fuerza. Me las estaba reservando para el juicio (el juicio final, se entiende), pero ahí van:

: Vamos a cenar a un restaurante mejicano. Antes de darme cuenta, el camarero ha metido mi cabeza en una palangana de metal, y golpea furiosamente la chapa con un vaso para hacer que mi cráneo retumbe. Al parecer, es una forma de amenizar la velada. Por fin comprendo el sufrimiento del gato Tom (de Tom y Jerry), y admiro su paciencia. Esto no tiene mucho que ver con el fin del mundo, pero está claro que pertenece al campo de lo paranormal.

: Al regresar a casa, mis padres están terminando de ver "Mothman, la última profecía" y... ¡ninguno de los dos se ha quedado dormido! Esta circunstancia insólita constituye, en si misma, un hecho sobrenatural (cualquiera que haya visto "Mothman, la última profecía" sabe a que me refiero).

Algo está ocurriendo, de eso no hay duda. Podéis escucharme y ajustar las cuentas con Dios, o mantener vuestra mente cerrada y enfrentaros al apocalipsis sin los deberes terminados.

P.D. ¿De donde habrá sacado el loco los trozos de ladrillo que arrojaba por la ventana? Estos últimos días le oíamos golpear la pared que su casa comparte con la nuestra. Quizá esté derribando el muro lentamente. Uno de estos días, en mitad de la noche, puede que termine el agujero, y que introduzca el brazo para estrangular al pobre Roger, mientras duerme plácidamente en su cama. Jo, qué susto se va a llevar, ¡y cómo nos vamos a reír!...

(Porcentaje de realidad: 95%)

miércoles, 21 de febrero de 2007

El francés

Ayer conocí al primo francés de Lulú. Vino con su novia desde Burdeos, y tardó solo 11 horas en llegar (lo cual le hacía muy feliz). La verdad es que me cayó estupendamente. Es lo que yo llamo una persona Brise Toque Fresh: alguien que va por la vida mejorando el ambiente. El único problema es que, aunque sus padres sean emigrantes españoles, él es lingüísticamente francés. Habla el español más raro qué he escuchado nunca. En realidad, hablar con él se parece a una especie de ejercicio etimológico: de cada palabra que dice, hay que buscar la raíz, retroceder hasta el latín, intentar deducir su evolución hacia el castellano moderno y -finalmente- escoger una palabra en cristiano que encaje en el contexto.

Por otro lado, el primo de Lulú muestra una ilusión y una locuacidad que invitan a escucharlo, aunque te arriesgues a un infarto cerebral. El tío se hace querer, y no es muy sutil en sus métodos. En el par de horas que pasamos juntos ayer, le vi dar al menos cinco abrazos, invitó a mi hermano Roger (al que no había visto en su vida) a que pasara unos días en su casa y nos contó cuanto dinero gana en el trabajo. A mí me propuso abrir un restaurante en sociedad, y me reveló la receta secreta de los pastelitos que han hecho triunfar su puesto de comida para llevar, en el centro de Burdeos. Un tipo simpático, sí señor, ojalá yo inspirase tanta confianza (de momento solo inspiro aire).

Desgraciadamente, dudo que yo le haya causado tan buena impresión como él a mí. El problema es que mi herramienta social -mi forma de relacionarme con los demás- consiste en hacer juegos de palabras estúpidos, a propósito de lo que habla mi interlocutor. Sí, lo sé, puede parecer una forma bastante desafortunada de hacer amigos, pero funciona. Me hace parecer un pringao y un friki, y a todo el mundo le caen bien los pringaos. Sin embargo, ayer estaba atado de manos. ¿Cómo le haces juegos de palabras a alguien que habla tu idioma de una forma tan surrealista? Hice lo que pude por evitar mi tendencia natural, lo prometo. Pero, cuanto más me regañaban todos, más rebuscados, absurdos y abundantes me salían los chascarrillos. Al final, ya no podía decir otra cosa. Es extraño el funcionamiento de la mente humana (bueno, y también el de la mía): saber que no debía hacerlo, me provocó una necesidad insoportable de hacerlo. A todo le veía doble sentido, y le sacaba punta a voz en grito. Obcecado en mi festival del humor, tardé en darme cuenta de que el pobre primo de Lulú me miraba como yo miraba al cura de mi pueblo, cuando me obligaban a ir a misa: sin entender una palabra y rezando a todos los santos para que me callara.

-¡Cierra la boca de una vez, que contigo no se puede mantener una conversación! -me dijo Maya, que se sentaba delante de mí durante la cena. Sobre todo lo hizo por el bien del pobre francés, aunque también porque es una mujer de risa fácil, y mi última estupidez le había hecho escupir la comida por la nariz. El hecho de que la comida regurgitada acabara sobre mi jersey, reforzó su petición. Intenté no decir más tonterías (lo que en mi caso equivale a intentar no hablar).

Esta noche vuelvo a tener cena con el primo de Lulú y con su novia. He estado preparando un par de temas para gente adulta, madura e inteligente. No, no voy a hablar de porno. Había pensado en preguntarle cómo le llaman a la tortilla francesa en Francia. ¿Tortilla francesa o solamente tortilla?

(Porcentaje de realidad: 95%)

P.D. Os estaréis preguntando (o no) por qué os cuento tantas cosas acerca del primo de Lulú y ninguna de su novia. Veréis, la chica no habla una palabra de español, y yo solo hablo tres de francés: “quarante quatre”, “cafe au lait” y “poisson” (aunque esto último no sé si significa veneno o pescado). He intentado construir conversaciones con estas tres palabras, pero solo consigo decir que después de 44 cafés con leche, todo me sabe a pescado (y eso no da para una amistad).

sábado, 17 de febrero de 2007

¿Le gustan los perros?

Siempre he sido un individuo propenso a la vergüenza. He perdido la cuenta de las oportunidades que he dejado escapar por no atreverme a marcar un número de teléfono, o por no llamar a la puerta de un despacho. ¿Por qué el ser humano es tan vulnerable a este mal? Estoy convencido de que la timidez es la característica más inútil y absurda de nuestra especie (y no es que nos falten características absurdas), pero también una de las más comunes. Daría lo que fuera por desterrar para siempre todo sentimiento de vergüenza, por ser capaz de hablar con quien quisiera y cuando quisiera sin que me temblase la voz, por escapar del qué dirán y del miedo al ridículo...

Haría cualquier cosa por ser como mi abuelo.

Ayer, Roger y yo acompañamos a mi abuelo a ver la parcela que ha comprado en un pueblecito del interior, Álora. Tuvimos que coger dos trenes, un autobús y un taxi. En cada nuevo medio de transporte, mi abuelo se hacía el dueño del cotarro. Hablaba a diestro y siniestro, manejaba a uno y a otro, se metía por donde hiciera falta. Si tenía una duda, preguntaba; si algo no le gustaba, lo decía y se solucionaba.

Roger y yo le seguíamos sumisos. Cuando el abuelo toma las riendas, a uno no le queda otro remedio que callar y asumir su secundariedad. Mi abuelo es una abeja reina, una llave maestra, un cruce de caminos portátil. Si Galileo hubiera vivido en nuestros tiempos, sin duda habría concluido que el Sol no da vueltas alrededor de la Tierra, sino alrededor de mi abuelo.

De regreso en el tren, mi abuelo descubrió que había perdido el billete. Mi hermano Roger y yo nos llevamos las manos a la cabeza, pero él permaneció impasible.

-Tranquilos -dijo-. Voy a hacer un poco de propaganda.

De momento, no entendimos a qué se refería. Cuando llegó el revisor, tanto Roger como yo sacamos los billetes de nuestras respectivas carteras. Mi abuelo también abrió su cartera, pero en lugar de sacar un billete, le entregó al revisor un calendario de bolsillo -de los que regala mi madre a los clientes en su perfumería- al tiempo que le preguntaba:

-¿Le gustan los perros?

El calendario estaba ilustrado con una foto preciosa de dos cachorrillos adorables, idénticos a los del anuncio de Scotex.

-¿Qué es esto? -preguntó el revisor, de mal humor.
-Es para usted -contestó mi abuelo-, un regalo. Verá, he perdido el billete; ha debido de caerse antes de entrar en el tren, al meterme la cartera en el bolsillo.

Lógicamente, mi abuelo no se libró de la multa (aunque eso es lo de menos). ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Por qué Roger y yo deseamos que nos tragara la tierra, mientras él no sentía el menor atisbo de vergüenza? No podré considerarme un hombre de verdad -ni creer que le llego a mi abuelo a la suela del zapato-, mientras carezca del valor necesario para intentar sobornar a alguien con un calendario de bolsillo. Algún día lo conseguiré, solo es cuestión de tiempo y voluntad. Lo llevo en los genes.

(Porcentaje de realidad: 99%)

jueves, 15 de febrero de 2007

The End




-¿Y cómo dices que se llamaba?

-Cine.

-Ah, ¡qué nombre tan corto, no dice nada! ¿Y en qué consistía?

-La gente se sentaba en una sala enorme, todos apretados. Comían palomitas de maíz y veían historias.

-¿Historias? ¿Cómo en un noticiero?

-No… Eran historias inventadas. Los diálogos estaban convenidos y los movimientos de los pies, dibujados en el suelo. Los personajes trabajaban por contrato, se llamaban actores.

-Deberían llamarse farsantes, farsantes a sueldo. ¡Historias de mentira, válgame Dios!… creo que ahora te aceptaré esa copa. ¿Y dices que la gente pagaba por verlo? ¿Pagaban para que les engañaran?

-Oh, sí, ¡ya lo creo! Los mayores se dejaban engatusar como niños, y los críos perdían la paga del domingo. ¡Pobres ingenuos! Les seducían los ojos enormes y los besos perfectos al abrigo de los violines... eran tiempos extraños, en los que una sola mujer podía enamorar a millones de hombres.

-¿Y qué pasó, como terminó?

-Lo quemamos, ¡lo quemamos todo! Yo mismo arrojé algunos rollos a la caldera. Se consumieron como los pies de la bruja del Este. Los sueños se convirtieron en humo. Pensé que olerían a perfume de mujer, a pólvora de revólver, a bourbon recalentado en un bar de los suburbios… Pero, ¿sabes qué? Solamente olían a plástico chamuscado.

-Te brillan los ojos, viejo. Espera, no te levantes aún, te invito a otra copa. Haremos un último brindis.

-¡Cómo no! Aún llueve. ¡Vacía esa botella, levantemos nuestras jarras, ahoguemos nuestras penas! Brindaría por el azul del cielo en los mares del sur, si no lo hubiéramos carbonizado.

-¿Y por qué entonces? ¿Por el amor? ¿Por los sueños?

-También ardieron.

-¡Por los sueños quemados, pues!

-Por los sueños quemados.

(Porcentaje de realidad: 0%)

martes, 13 de febrero de 2007

Viste a Albertito

El otro día, mientras buscábamos el epi que risa, Lulú me explicó que tenía que inventar y construir un juguete educativo, como parte de sus prácticas en el máster.

A mí esto de crear juguetes me encanta (algún día os enseñaré un par de engendros). Lo primero que me vino a la cabeza fue algo relacionado con cerebros, armas y naves espaciales. A Lulú le encantaron mis ideas, y le parecieron muy educativas, pero -con gran pesar de su corazón- me dijo que ya tenía algo pensado: se trataba de una especie de recortable, de esos en los que hay que vestir al muñequito, solo que las piezas se adherían con velcro. Como me vio ilusionado, me propuso incorporarme al proyecto. Después de duras noches en vela, esto es lo que hemos conseguido:




Hemos dibujado algunas prendas más, esto solo es una muestra. ¿A que el muñeco parece buena persona (aunque esté sonriendo en calzoncillos)? Lulú ha decidido llamarle "Albertito". No sé exactamente en quién ha podido inspirarse para elegir semejante nombre (seguiré investigando). El nombre del juego será, por lo tanto, "Viste a Albertito".

Lo hemos llevado a una tienda de impresión digital y ha quedado genial. Roger se ha ofrecido voluntario para recortar algunas piezas.



Estos son algunos ejemplos de cómo queda el muñeco vestido, combinando distintas prendas:





Lulú me ha dicho por teléfono que hay uno de los trajes que no le parece del todo apropiado. ¿Se referirá al bañador?

Esta tarde, aprovechando el tiempo libre, he estado pensando en opciones innovadoras para el "viste a Albertito". ¿Por qué contentarnos con quitarle la ropa? ¿Por qué no dar un paso más?







(Porcentaje de realidad: 90%)

lunes, 12 de febrero de 2007

Yo te bautizo en el nombre del Monstruo de Espagueti Volador


(Esto viene de aquí)

Ya os vale... ¿cómo habéis podido? ¿Qué oscuro sentimiento mueve vuestros corazones para haber bautizado a la hermana de Lulú como "Lahermanadelulú"? A veces la crueldad de este mundo me sobrecoge. Mira que os dije que la pobre no se lo merecía... ¿es que aquí todo el mundo es más malvado que yo? A lo mejor yo también debería cambiarme el nombre por "el no tan malvado ventrílocuo de Saint Olaf".

Snif, snif, en fin, intentaré tranquilizarme. ¿Qué se le va a hacer? La democracia ha hablado con voz rotunda (aunque siento unas ganas terribles de dar un golpe de estado). Para que conste en acta:
  • El nuevo nombre de la hermana de Lulú es "Lahermanadelulú".
Estos han sido los resultados de la votación:

Lahermanadelulú19,7%ya os vale...
Sofí13,1%mi favorito
Yasmín9,8%lo siento, de veras
Innombrable9,8%por Dios, ¿quién votó esto?
Lisa8,2%demasiado repollo
La pájara loca6,6%éste tampoco le iría mal
Lala4,9%se lo queda la gata
La hormiga atómica4,9%¿por qué llevaba casco si tenía una cabeza indestructible?
Pon4,9%sonaba como una colleja
Betty4,9%nunca sabremos si se refería a Betty Boo o a Betty Mármol
Anita3,3%como un ano pequeño
Cactus3,3%se parecen en la superfuerza
Heidi3,3%no la veo yo con las cabras
Mili1,6%mejor la prestación social
Calimera1,6%Calimero, un pollo con un trozo de su propio huevo como sombrero. ¿Qué pensaría la gente de un niño que llevase en la cabeza un trozo de placenta?

sábado, 10 de febrero de 2007

Como el sol cuando amanece

La sensación que produce el último examen del cuatrimestre no debe de ser muy distinta de la que se tiene el último día de cárcel, o al regresar del frente. Uno espera que lo invadan la euforia y un sentimiento de libertad a lo William Wallace, pero nunca se cumple la expectativa. La euforia llega amodorrada, y la libertad, de pronto, ya no parece tan útil. Tras semanas de estrés y adrenalina, se vuelve muy difícil recordar todas las cosas que deseabas hacer en cuanto tuvieras tiempo. Solo te apetece echarte en el sofá y ver la tele... para siempre. Creo que es a lo que llaman “las secuelas”. Si William Wallace hubiera conseguido la libertad antes de que lo desmembrasen, seguro que habría vuelto a su casa y habría puesto el diario de Patricia.

Por suerte, las circunstancias han impedido que esta vez me sumiera en mi letargo post-examen. Lulú, su prima y Maya, asistían a unas charlas sobre asperger, en la facultad de derecho. Después de examinarnos, Roger y yo habíamos quedado en hacerles una visita, durante el descanso de las charlas. Como ellas salían más tarde que nosotros, nos fuimos al Corte Inglés para hacer tiempo. Estuvimos mirando la zona de ordenadores y electrónica (que quede bien claro lo machos que somos). Tengo la sensación de que los vendedores, en las tiendas, casi nunca me ven como a un posible comprador. Es como si llevara los números de mi cuenta corriente impresos en la frente. Hoy nos miraban especialmente atravesados; creo que la desconfianza de sus miradas es directamente proporcional a la longitud de mi pelo. Normalmente, me gusta presumir del poco dinero que tengo, pero hoy me he sentido un poco miserable. He soltado un par de frases del tipo “entonces, ¿cuál nos quedamos?” o “éste no parece de alta resolución, es demasiado barato”. Ni con esas se nos han acercado a intentar vendernos algo. Fastidia eso de que te juzguen a primera vista... sobre todo cuando aciertan.

El encuentro con las chicas fue agradable. Me pareció “muy universitario”. Me gustó ver a Lulú en su faceta profesional, rodeada de colegas psicólogos. Allí debía de haber unos quinientos especialistas (no sé si habrá asperger para todos).

Maya me dijo que había estado intentado ponerme un comentario en el blog, pero que no podía porque le fallaba la página (por favor, si a alguno le pasa lo mismo que añada un comentario para avisarme). Teniendo en cuenta mi adicción a los comentarios, esto ha supuesto un desagradable revés. Mi fe en la tecnología se tambalea. Para compensarlo, me han dado patatas fritas y un trozo de chocolate, así que he dejado de llorar.

El descanso de las charlas ha durado muy poco, y enseguida han tenido que volver a clase. Al llegar a la puerta del aula magna, ellas han seguido caminando y yo me he quedado haciendo el numerito del mimo que pone las manos en un cristal, a modo de despedida... De un solo vistazo, los quinientos psicólogos de la sala me han diagnosticado estupidez crónica.

¡Vaya, por mucho que me esfuerce este post sigue sin tener ni pies ni cabeza! A estas alturas ya debería estar aproximándose la reveladora conclusión, que unificase las anécdotas y le proporcionara al texto un sentido global, haciendo patente el hilo conductor. No me pidáis más, acabo de salir del último examen. Me voy a hibernar.

(Porcentaje de realidad: 93%)

miércoles, 7 de febrero de 2007

...o que calle para siempre

El hecho de ser psicóloga no ha librado a Lulú de ciertas excentricidades. La mayoría son rarezas adorables, sin mayores consecuencias, pero hay una que le causa complicaciones a menudo: nunca, bajo ningún concepto, aceptaría entrar en un ascensor. Aunque dentro hubiera un billete de quinientos euros tirado en el suelo, aunque el mismísimo Orlando Bloom fuera el único ocupante, daría igual. Si un psicópata la acorralase en el rellano, y la única salida posible fuera el ascensor, Lulú se daría la vuelta y -muy educadamente- preguntaría:

-Perdona, ¿te importaría seguir persiguiéndome por las escaleras?

Lulú siempre ha vivido en una casa a ras de suelo, así que podía permitirse sin problemas su aversión por los ascensores. Estos días, sin embargo, la manía le está pasando factura. Dos veces por semana, tiene que hacer las prácticas del máster en casa de un niño, que vive nada menos que en una décima planta. Por supuesto, Lulú sube a pie. Por si fuera poco, el aparcamiento está complicado y suele llegar ajustada de tiempo. Cuando la madre del niño le abre la puerta, siempre se la encuentra jadeando en el rellano. Al menos, la persona que abre es una mujer: no creo que yo pudiera soportar encontrarme a una tía buena jadeando en mi rellano dos días por semana.

-Vaya, ¡qué deportista! -le dijo un día la señora, cuando la vio llegar por la escalera.

Lulú le habría explicado que sufre claustrofobia -no tiene ningún reparo en confesarlo-, pero la mujer no le dio la oportunidad (es una de esas señoras muy ahorradoras, a las que no les gusta despilfarrar el aire que han respirado y lo utilizan todo para hablar).

Acerca de este preciso instante quería yo hablaros. Me refiero a esas circunstancias que llegan por sorpresa -y apenas duran un segundo- en las que uno tiene la primera y la última oportunidad de decir algo. Si no la aprovecha, deberá callar para siempre (como en las bodas de las películas). Cuando alguien te ha felicitado por algo que en realidad no has hecho, o bien dices la verdad en el momento o es mejor que no la digas nunca, a menos que quieras crear una situación incómoda. Lulú escogió la opción del silencio.

Por desgracia, la señora no se olvidó del asunto. Cada día, cuando llega Lulú, la mujer vuelve a insistir en lo mucho que la admira por llevar una vida tan saludable, y por su férrea voluntad, que le permite subir a pie incluso los días que tiene gripe. Y Lulú, cada vez más desenvuelta, acepta los cumplidos:

-Es que si no hacemos ejercicio cuando podemos, ¿de dónde vamos a sacar el tiempo? -le dijo el otro día, con todo su desparpajo.

A la semana siguiente, Lulú se encontró a la señora bastante desmejorada. Estaba pálida y huesuda, y se le encorvaba la espalda.

-He seguido tu ejemplo, Lulú -le dijo-. Ahora siempre subo y bajo andando: cuando voy a trabajar, cuando vuelvo, cuando hago la compra, cuando voy a tirar la basura... ¡tú y yo sí que somos chicas sanas!

Por un momento Lulú se sintió culpable. Alguien debería decirle a la pobre mujer que eso no se hace cuando uno vive en un décimo piso. Desde luego, Lulú no iba a ser ese alguien. Ya era demasiado tarde.

(Porcentaje de realidad: 84%)

lunes, 5 de febrero de 2007

Stop-motion

Los exámenes me tienen secuestrado. Estudiar no me hace bien. Me angustia la impresión de estar desaprovechando cada minuto que paso delante de los libros. La gran mayoría de lo que aprendo, ni me interesa ni me sirve para nada. Creo que mi cerebro prefiere ignorar el abuso al que le someto cuando lo uso para estudiar. Seguramente por eso tengo la sensación de que los días se acortan, y solo recuerdo lo que hice entre sesión y sesión de estudio, como si faltasen los fotogramas intermedios. Algo así como una película Stop-motion.

Tengo muchas ganas de escribir, pero lo hago demasiado despacio como para compaginarlo con esta terrorífica semana. Os dejo con una película que Roger y yo hicimos hace algún tiempo. Es nuestra primera y única incursión en el mundo cinematográfico. El guión resulta algo flojo, pero las interpretaciones son magistrales. Nosotros la titulamos "Película".



Y, ya que estamos con los vídeos, echadle un vistazo a ÉSTE. Creo que es el mejor videoclip que he visto en los últimos años, y lo digo sin una pizca de ironía. ¡Pura química entre los protagonistas!

Para que veáis que ser un cachondo mental también está de moda en el extranjero.

(Porcentaje de realidad: 100%)

viernes, 2 de febrero de 2007

Referéndum

¡Ya no puedo más! Llevo toda la semana dando vueltas a las posibilidades, dormido y despierto, y cada vez me resulta más difícil tomar una decisión. Así que lo dejo totalmente en vuestras manos. ¿Cómo queréis que se llame la hermana de Lulú?

He añadido una encuesta en la columna de la derecha, bajo el título "Referéndum" -->

Sed pacientes, porque tarda bastante en salir. Esperad hasta que se haya cargado la página completa.

Es una encuesta multi-respuesta. Solo podéis votar en una ocasión, pero podéis marcar todas las opciones que os gusten.

El referéndum finalizará el sábado 10. En ese día glorioso, la hermana de Lulú por fin tendrá un nombre.

Para cualquier duda, poned un comentario. Estaré pendiente, lo prometo.

¡Alea Jacta Est!

(Esto viene de aquí)