sábado, 17 de febrero de 2007

¿Le gustan los perros?

Siempre he sido un individuo propenso a la vergüenza. He perdido la cuenta de las oportunidades que he dejado escapar por no atreverme a marcar un número de teléfono, o por no llamar a la puerta de un despacho. ¿Por qué el ser humano es tan vulnerable a este mal? Estoy convencido de que la timidez es la característica más inútil y absurda de nuestra especie (y no es que nos falten características absurdas), pero también una de las más comunes. Daría lo que fuera por desterrar para siempre todo sentimiento de vergüenza, por ser capaz de hablar con quien quisiera y cuando quisiera sin que me temblase la voz, por escapar del qué dirán y del miedo al ridículo...

Haría cualquier cosa por ser como mi abuelo.

Ayer, Roger y yo acompañamos a mi abuelo a ver la parcela que ha comprado en un pueblecito del interior, Álora. Tuvimos que coger dos trenes, un autobús y un taxi. En cada nuevo medio de transporte, mi abuelo se hacía el dueño del cotarro. Hablaba a diestro y siniestro, manejaba a uno y a otro, se metía por donde hiciera falta. Si tenía una duda, preguntaba; si algo no le gustaba, lo decía y se solucionaba.

Roger y yo le seguíamos sumisos. Cuando el abuelo toma las riendas, a uno no le queda otro remedio que callar y asumir su secundariedad. Mi abuelo es una abeja reina, una llave maestra, un cruce de caminos portátil. Si Galileo hubiera vivido en nuestros tiempos, sin duda habría concluido que el Sol no da vueltas alrededor de la Tierra, sino alrededor de mi abuelo.

De regreso en el tren, mi abuelo descubrió que había perdido el billete. Mi hermano Roger y yo nos llevamos las manos a la cabeza, pero él permaneció impasible.

-Tranquilos -dijo-. Voy a hacer un poco de propaganda.

De momento, no entendimos a qué se refería. Cuando llegó el revisor, tanto Roger como yo sacamos los billetes de nuestras respectivas carteras. Mi abuelo también abrió su cartera, pero en lugar de sacar un billete, le entregó al revisor un calendario de bolsillo -de los que regala mi madre a los clientes en su perfumería- al tiempo que le preguntaba:

-¿Le gustan los perros?

El calendario estaba ilustrado con una foto preciosa de dos cachorrillos adorables, idénticos a los del anuncio de Scotex.

-¿Qué es esto? -preguntó el revisor, de mal humor.
-Es para usted -contestó mi abuelo-, un regalo. Verá, he perdido el billete; ha debido de caerse antes de entrar en el tren, al meterme la cartera en el bolsillo.

Lógicamente, mi abuelo no se libró de la multa (aunque eso es lo de menos). ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Por qué Roger y yo deseamos que nos tragara la tierra, mientras él no sentía el menor atisbo de vergüenza? No podré considerarme un hombre de verdad -ni creer que le llego a mi abuelo a la suela del zapato-, mientras carezca del valor necesario para intentar sobornar a alguien con un calendario de bolsillo. Algún día lo conseguiré, solo es cuestión de tiempo y voluntad. Lo llevo en los genes.

(Porcentaje de realidad: 99%)

8 comentarios:

Waiting for Godot dijo...

Una vez no tenía el billete, y con mi cara dura, intenté ligarme al revisor de los tickets, lo logré, y me lo tuve que aguantar por 45 minutos hasta llegar a mi destino.... desde aquel momento, pago.
:)

Anónimo dijo...

yo creo que eso va en todos los abuelos...porque el mío es igualiiito al tuyo.
Supongo que el hecho de pasar una guerra, hambre y haber trabajado desde los 6 años, te hace ser así.
Si esas son las condiciones...prefiero seguir siendo vergonzosa.

Unknown dijo...

quien tiene verguenza....ni come ni almuerza.

Anónimo dijo...

¡Jajajajaja!¡Olé tu abuelo! es mi ídolo. Aunque creo que la existencia de vergüenza es necesaria. Más de uno debería tener un poquito aderezada con algo de respeto...pero mientras el no tener no afecte a nadie, ¡Viva el descaro!
P.D.: ¿da clases particulares?

Pola dijo...

Tu abuelo haría buenas migas con mi madre...
Yo tengo la esperanza de que cuando sea mayor todo me importará un carajo y seré así de desenvuelta y espabilada
(se lo pido todas las noches a jesusito en mis oraciones)

maRia dijo...

Vergüenza, divino tesoro.
El mejor remedio para la vergüenza es cumplir años.
:)
Me gusta como relatas.

Aracne dijo...

¡La vergüenza es algo que no está en mis virtudes ni en mis defectos!
Quizás a veces... Pero es más miedo que vergüenza extrema.
Me llevaría genial con tu abuelo :P

alberdigital dijo...

waiting for godot: ¡Ah, la justicia divina! Me encanta la técnica de la seducción, aunque no creo que mi abuelo hubiera podido aplicarla con el revisor (nunca se sabe).

chú: sí, esto del desparpajo en los abuelos está muy generalizado... aunque al mío creo que no le viene de la infancia. Según mi abuela cambió radicalmente a los veinticinco años. Quizá le dio una radiación, como en la noche de los muertos vivientes.

elangeldelasmilvioletas: ¡cuánta razón! Tendremos que conformarnos con desayuno y cena.

maya: je, je, si mi abuelo lee eso que has puesto acerca de la vergüenza y el respeto, seguro que te adopta como su joven padawan.

pola: ten fe. Por lo que voy escuchando, parece una opinión generalizada que esto de ser un cara dura se consigue, simplemente, esperando. Por otra parte, es una suerte que los jóvenes no nazcan tan desvergonzados de manera natural, porque sería la ruina para las fábricas de bebidas alcohólicas.

maria: Bienvenida y muchas gracias. Me pondré inmediatamente a cumplir años, a ver si funciona. Informaré puntualmente de los progresos.

lullaby: que suerte... aunque no sé muy bien cual es la diferencia entre el miedo y la vergüenza. Quizá que la vergüenza es un plato que se sirve frío... ¿no era la vergüenza, verdad?