domingo, 31 de diciembre de 2006

¡Abstención!

Soy abstemio, es decir, no bebo alcohol salvo en emergencias. Y hoy, 31 de diciembre, es el día negro para todos los abstemios.

Muchos abstemios vivimos temiendo este día. A lo largo de la noche, nos llamarán sosos, aburridos, cortarrollos, amargados, cabezones y apretaos (bueno, lo de cabezón puede que solo me lo llamen a mí). La gente nos mirará como si viniésemos de otro planeta, nos dirán "echa un trago, no seas así", o "no se puede ir así por la vida", y otras frases que llevarán implicito el mensaje de que no somos personas normales.

Esto no impedirá que todo el mundo quiera convertirnos en su chófer personal, y pasaremos una parte importante de la noche devolviendo a seres semiinconscientes a sus respectivos hogares. Algunos pobres abstemios, en su desesperación, desearán ser parados en un control de alcoholemia, para que al menos su hazaña quede registrada. Cuando eso ocurra, probablemente les multen por llevar las luces demasiado altas.

De regreso a la fiesta, descubriremos que somos los únicos que no pillan los chistes, que la gente no nos entiende cuando hablamos, que nuestra forma de bailar es ortopédica y que nadie más opina que la música está demasiado alta. De pronto nos encontraremos perdidos en una atmósfera difícilmente respirable, y nos sentiremos los únicos de una especie. La mayoría cerrarán los ojos y repetirán para sí: "el próximo me quedo en casa, juro que el próximo me quedo en casa". Otros sucumbirán a la tentación, y fingirán que se ríen, que se tropiezan y hasta que les cuesta doblar la lengua.

Yo, como siempre, me aferraré a mi tabla de náufrago: Lulú. Sé que ella me hará sobrevivir hasta el amanecer. Mis queridos colegas abstemios, espero que vosotros, si me estáis leyendo, también tengáis vuestro propio salvavidas. Seguro que podéis encontrarlo. A veces basta con otro abstemio y una buena conversación sobre la guerra de las galaxias y la última ampliación del WarCraft III.

Por favor, no os rindáis. Seguid defendiendo nuestro derecho a no beber si no nos sale de los huevos. Un paraiso de nestea y fanta naranja nos espera al otro lado.

(Porcentaje de realidad 80%)

sábado, 30 de diciembre de 2006

Tú también has sido coleccionado

Mi padre es maestro de escuela. Antes de que terminen las clases, en su colegio suelen organizar una excursión al cine para los alumnos. Que yo sepa, no suelen ver películas especialmente educativas. Creo que simplemente les llevan porque, al precio que están las entradas hoy día, los niños tendrían que ahorrar la propina de tres o cuatro años para poder permitirse una.

La película se proyecta en la casa de la cultura. Cuando llega la hora, los niños salen de sus clases y forman en el patio, como un ejército de liliputienses, esperando a que se abra la verja. Los profesores se organizan para blindar la comitiva: uno delante, uno detrás, y otro infiltrado en el grupo (aunque lo delate su metro extra de longitud). Llega la hora, las puertas se abren y las columnas de críos son liberadas. Recorren el pueblo como frágiles culebras, serpenteando de calle en calle, enroscándose en cada esquina. Los coches que pasan por la carretera bajan de velocidad, sobre todo por precaución, pero también porque hace muchos años que no ven tanto crío junto y porque echan de menos formar parte de una culebra de niños.

Entonces es cuando ocurre: Los chavales empiezan a saludar con la mano a todo el mundo. Y la gente que se cruza, encantada de descubrir que se le dan bien los niños, les devuelve el saludo muy sonriente. Algunas personas toman entonces decisiones radicales, como engendrar un hijo o llevar a los que ya tiene a Disneylandia, pero... ¿nunca os habéis preguntado por qué nos saludan?

Un día, durante la excursión navideña, un niño le tiró de la manga a mi padre y, rebosante de satisfacción, exclamó:

-¡Ya me han devuelto el saludo cuarenta y cinco!

-¡Pues yo llevo cincuenta y dos! -gritó otro.

Así es, amigos míos; los niños nos coleccionan. No les caemos bien, ni quieren ser nuestros amigos: simplemente nos contabilizan y nos añaden al marcador de su extraña competición. Saludarían al mismísimo diablo si eso les diera un punto más.

Cuando lo descubrí, reconozco que me sentí un poco decepcionado. Decidí no volver a responder a los saludos, por mucho que agitasen sus manitas. Con el tiempo, sin embargo, me he ido ablandando. Es imposible no decir hola. Al menos intento contestar solo a los niños más canijos, feos y paliduchos, a los que apenas se atreven a levantar un poco los dedos con la mirada ceñuda. A esos pobres no les suele saludar nadie y pierden la competición todos los años. Siempre me ha caído mejor la gente que pierde.

En fin, no voy a deciros lo que tenéis que hacer. Sois libres de saludar o no, allá vosotros con vuestra conciencia. Me limito a advertir del verdadero espíritu materialista y competitivo de tal acto. La elección es vuestra.


Durante la última visita al cine, mientras toda la escuela cruzaba un paso de peatones, un viejecillo se le acercó a mi padre:

-Ya podía venir otra vez Herodes, ¿verdad? -murmuró, entre risitas, a la vez que apuntaba a los niños con la barbilla.

La Navidad inspira, en ocasiones, extrañas observaciones. Espero, al menos, que no se tratase del rencor causado por los falsos saludos.

(Porcentaje de realidad: 75%)

jueves, 28 de diciembre de 2006

Carros de fuego tirados por caracoles

Mi amigo Baloo, que estudia en el extranjero y está aquí pasando las Navidades, quiere aprovechar el descanso para recuperar la forma. Y, de paso, también quiere recuperar mi forma, como si yo alguna vez hubiera tenido forma de algo que merezca la pena recuperar. Ayer por la mañana se le ocurrió que podíamos ir a correr por la costa. Mi hermano Roger se apuntó al plan, y los tres cogimos el coche y bajamos hasta la playa.

Hacía un frío que pelaba, pero le echamos valor. El trayecto de ida lo hice de maravilla, incluso les dije que corriéramos hasta un poco más lejos de lo que habíamos planeado. Al regresar, más que nada por darle un poco de variedad al ejercicio, volví arrastrándome en vez de corriendo. Estuvieron esperándome en el coche durante un cuarto de hora.

Hubo un tiempo en que podía correr una hora seguida (en realidad no fue "un tiempo", sino "una vez", pero os prometo que lo conseguí). ¿Qué me ha pasado? Debo decir en mi defensa que esta mañana llevaba un pañuelo en la cabeza -para sujetar mi pelazo- que me apretaba más de la cuenta... no es una excusa muy buena, lo sé, pero os aseguro que resultaba increiblemente molesto.

En realidad -para qué engañarnos-, sí sé lo que me está ocurriendo: la culpa es de Lulú, por quererme a pesar de todo.

-¿Me estoy poniendo gordo?
-No.
-¿Me abandonarías si me saliera tripa?
-¡Claro que no!
-Y si...
-¡Uy, cállate ya, con lo guapo que eres!

Y así vamos: ella cada día más bonita y más tolerante (qué remedio), y yo cada día más feo, más lacio y con más miedo a que no conteste mis llamadas.

No puedo seguir así, voy a tomar cartas en el asunto y solucionar esto de una vez por todas: me aflojaré un poco el pañuelo.

(Porcentaje de realidad: 95%)

miércoles, 27 de diciembre de 2006

Mi hermano pequeño

Mi hermano Goofy va para músico. Se da maña el tío, y tiene buena percha. El otro día lo vi con la guitarra y le tuve que hacer este retrato. ¿Verdad que parece una estrella en decadencia? (lo cual, por otro lado, es lo mejor que se puede decir sobre un rockero). Algún día pienso vivir de él.


(Porcentaje de realidad: 95%)

lunes, 25 de diciembre de 2006

La liebre, la tortuga y mi abuelo

Hace unas semanas mi abuelo encontró en una de sus revistas un pequeño artículo en forma de cuento para niños. En realidad, se trataba de la vieja fábula de la liebre y la tortuga, aunque con algunos retoques. En la versión de mi abuelo, una vez concluida la carrera clásica, la liebre y la tortuga continuan compitiendo en diferentes circunstancias, de manera que cada vez gana una. Para cada carrera se extrae -supuestamente- una moraleja diferente.

Cuando mi abuelo encontró esa fábula, se enamoró de ella. Añadió una dedicatoria en el margen y corrió a la tienda de fotocopias a sacar un par de centenares de ejemplares, para regalárselos a todo el mundo. Eso fue más o menos en la época de mi cumpleaños y, por supuesto, yo recibí uno.

Lo malo es que mi abuelo -como abuelo que es- tiene una tendencia compulsiva a repetir las historias una y otra vez. El asunto de la liebre y la tortuga no iba a ser menos. Una semana después de recibir la primera copia, mi abuelo vino con otra, comportándose como si nunca hubiéramos tratado el tema. A la semana siguiente, trajo una nueva remesa para toda mi familia, y lo mismo volvió a hacer a la siguiente.

No se trata de lapsus de memoria debidos a la edad, como algunos estaréis pensando. Cada vez que me trae un nuevo ejemplar yo le digo: "abuelo, esto ya me lo has dado". Pero él simpre me contesta que la copia anterior era diferente: que en esta ha cambiado un poco la dedicatoria, que la calidad de la fotocopia es mejor, o que se le había olvidado poner la fecha. Creo que está intentando perfeccinar sus ejemplares hasta más allá de los límites naturales de las fotocopias.

Ayer, Nochebuena, mi abuelo trajo su cuento y nos lo leyó en el salón. La situación resultaba un poco extraña, con toda la familia sin saber donde mirar. De todas formas no habría servido de nada recordarle que ya habíamos oído la fábula una docena de veces, le habría dado igual.

Supongo que por eso, ayer decidí sentarme a escuchar y comportarme como si fuera la primera vez. Le hice preguntas acerca de dónde la había encontrado, y hasta añadí algún chascarrillo a propósito de la historia. Mi hermano Roger me miró en plan: "¿tú también, Brutus?", pero yo sabía lo que hacía: la próxima vez que mi abuelo lea su fábula podré comportarme como si fuera la segunda, y no la número catorce, lo cual resultará mucho menos incómodo.

(Porcentaje de realidad: 98%)

domingo, 24 de diciembre de 2006

24 de diciembre de 1984

¡Qué bonita era la Navidad entonces! Claro que quizá no sea la Navidad lo que ha cambiado...

(Fig. 1. Un viejo recuerdo. El más bajito soy yo)

(Porcentaje de realidad: 100%)

viernes, 22 de diciembre de 2006

Villancicos en las calles

Alguien en el ayuntamiento de mi pueblo ha tenido la entrañable idea de llenar las calles de altavoces con villancicos. Lo más curioso es que la mayoría de los villancicos no son españoles; parecen canciones norteamericanas, para toda la familia, como las que se escuchaban en las películas de Hollywood de los años cincuenta.

Ayer por la mañana tenía que llevar a correos el coche a escala que vendí en eBay. Cuando iba caminando por la calle, con el abrigo abrochado hasta la garganta, el gorro, los guantes, y una caja enorme con un precioso juguete... oh, bueno, ya sabéis: me sentí navideño... Soy ateo pero, ¡qué demonios! El niño Dios ha nacido, llenémonos de gozo. Volveré a renegar de mi fe en enero.

El caso es que iba con mi paquete debajo del brazo, respirando el humo de las castañas, escuchando esos villancicos cinematográficos, y pensé: ¡pues va a ser que sí que es bello vivir! Supongo que veo demasiadas películas americanas, porque de pronto me sentí como si estuviera dentro de una de ellas. Como si acabara de salir del tribunal en el que absolvieron a Santa Klaus, después de volcar sobre el estrado las sacas con las cartas de todos los niños.

Había cola en correos.

-¡Ha visto qué día tan maravilloso hace! -le dije a la señora que esperaba delante de mí-. ¿No nota como el espíritu navideño recorre los corazones? Hay árboles decorados en toda la ciudad, luces de colores volando sobre los coches, y un Papá Noel en cada esquina. ¿No percibe usted la magia que flota en el ambiente? Oh, todo puede ocurrir en Navidad, ¿no le parece?

La señora me miró durante un rato a los ojos y finalmente dijo:

-Por andar diciendo tonterías se nos han colado dos.

-¡Caracoles! -repuse yo.

(Porcentaje de realidad: 70%)

P.D. ¡Ya soy libre!

miércoles, 20 de diciembre de 2006

19 horas para la libertad

Mañana a las 8:30 tengo examen de "Circuitos Integrados". Después todo habrá acabado y solo tendré que pensar en vacaciones, cenas navideñas, viajes en buena compañía, tiempo libre...

Pero esta noche...


(Porcentaje de realidad: 100%)

martes, 19 de diciembre de 2006

Put your head on my shoulder

Cuando vemos una película en casa de Lulú, ella siempre busca una manta pesada, pone los pies sobre el sofá, apoya en mí su cabecita y se queda dormida antes de la primera frase. Ella asegura que le encanta que veamos películas, pero lo cierto es que el único que las ve soy yo. Nunca me quejo, porque me parece la forma más agradable de ver cine que conozco.

Hoy la película era aburrida y me puse a pensar en mis cosas. De pronto, se me ocurrió una pregunta que necesitaba respuesta inmediata, así que moví un poco el brazo para despertar a la soñadora.

-Lulú -le dije-, ¿tú me quieres solo porque soy una buena almohada?

Ella abrió unos milímetros los párpados, me dedicó una sonrisa casi imperceptible y dijo en un susurro:

-Estás loco...

No voy a desmentir su observación... Pero juro que, justo antes de volver a dormirse -cuando parecía que me abrazaba-, ella me ahuecó. ¡Estoy seguro de que me ahuecó!

(Porcentaje de realidad: 80%)

lunes, 18 de diciembre de 2006

Love you

En los años que dediqué a la bohemia y el malvivir -cuando vivía en aquella casa del casco viejo de una ciudad del sur-, solía bajar casi todas las tardes a tomar una copa con mi amiga Margaret Rose (esa que ahora desbanca mis libros de todos los escaparates, bajo un seudónimo que aún no he aprendido a deletrear). Durante uno de aquellos encuentros, me confesó que nunca, en toda su vida, había declarado su amor por nadie.

-Entonces -volví a preguntarle, incrédulo-, ¿de verdad nunca has dicho las palabras "te quiero"?

-Una vez estuve a punto -contestó ella-. Fue aquí mismo, en una mesa de este bar. Pero en el último momento, en vez de decir "te quiero", dije "quiero té". No nos juramos amor eterno, pero las pastas estuvieron deliciosas.

A. S. Littlesand. "Memorias".

(Porcentaje de realidad: 0%)

sábado, 16 de diciembre de 2006

eBay

El otro día conseguí vender un coche de juguete en eBay (ya sabéis, la famosa casa de subastas en Internet). Me sentía muy orgulloso de mi mismo, por haber logrado introducirme en el fascinante mundo de los negocios digitales. Por eso, en cuanto llegué a la tetería en la que había quedado con mis amigos, no pude evitar contárselo a todos. Al notar mi entusiasmo, el primo Jerry (que en realidad no es mi primo, sino el de Lulú), meneó la cabeza.

-Ten cuidado con esas cosas -murmuró-. Uno empieza jugando pero...

A todos nos hizo mucha gracia tanta seriedad, pero él añadió:

-¿Nunca os he contado la vez que puse mi alma a la venta en eBay?

Se nos quedaron los ojos como platos.

-Fue hace cosa de tres años -continuó el primo Jerry-. Me metí en eso de eBay para librarme de unos cuantos trastos: una consola de videojuegos, una bici... cosas así. Parecía muy divertido. Hice las fotos de todos los objetos, escribí con cuidado sus descripciones y, finalmente, publiqué los anuncios en la página web.

»Acababa de poner el último anuncio cuando me apareció un cartel en la pantalla, informándome de que, en ese instante, comenzaba una promoción especial: hasta las doce de la noche salía gratis poner un nuevo anuncio. “Qué lástima” me dijé, “justo ahora, que ya no me quedan objetos que anunciar”. Empecé a pensar en qué otra cosa podría vender y -cómo no se me ocurría nada- decidí hacer una gracia: “pondré un anuncio vendiendo mi alma”.

»Me di cuenta de que no tenía una foto de mi alma, así que salí a la calle y fotografié mi propia sombra, sobre las baldosas del jardín. Supuse que podría servir. Le di un precio de salida de 3000 euros (¡qué menos!), y en la descripción escribí:


"Vendo alma en perfecto estado, casi sin usar."

»
La mayoría de los objetos que había puesto a la venta salieron muy bien. En concreto, un mantelito de punto, que había tejido mi abuela, subió hasta los doscientos euros. Ya me había olvidado de mi último anuncio cuando llegó al buzón de mi “cuenta eBay” una consulta de un posible comprador, una tal “Luzy”. Su mensaje decía algo así como:

“En referencia al anuncio por la venta de su alma, me gustaría saber si se trata de un alma pecadora o si, por el contrario, se encuentra limpia. Agradezco de antemano su sinceridad y atención. Un saludo”.

»Me hizo mucha gracia, así que le contesté:

“El alma de la que tratamos (es decir, la mía) se encuentra en perfecto estado, tal como puede apreciarse en la foto. Solo tiene ligeros pecados veniales, nada que no se pueda quitar con un poco de jabón Lagarto y una balleta.”

»La subasta por mi alma llegó al último día sin una sola puja. Dos minutos antes de que concluyera, Luzy hizo una única oferta por el precio mínimo. No necesitó más. Había comprado mi alma por la módica cantidad de 3000 euros. Me pareció extraño que hubiera pujado. No sé si sabéis que en eBay existe un sistema mediante el cual los vendedores y los compradores se evalúan mutuamente: Cada vez que concluye una subasta, el comprador ganador le da un voto positivo, negativo o neutro al vendedor, y lo mismo ocurre en sentido contrario. De esta forma, los demás usuarios detectan rápidamente a los vendedores o compradores fraudulentos. Los usuarios de eBay no suelen pujar en broma, pues se toman muy en serio los votos. Al ganar mi subasta, la tal Luzy se arriesgaba a recibir un voto negativo.

»Me disponía a ponerme en contacto con Luzy para decirle que la broma estaba yendo demasiado lejos cuando me percaté de que se había iluminado el icono de “pago recibido” en el anuncio de mi alma. Al día siguiente, a primera hora, pasé por el banco para confirmarlo: en efecto, alguien había ingresado 3000 euros en mi cuenta corriente. Intenté devolverlo, pero en el banco me dijeron que era imposible, porque el ingreso se había hecho directamente en caja y no tenían los datos de quien lo había relizado. Cuando volví a casa comprobé una vez más mis mensajes, intentando averiguar qué es lo que estaba ocurriendo. Alguien me había dado un voto positivo. Junto a mi nombre aparecía el dibujo de una estrella, el símbolo de los buenos vendedores. Y un poco más abajo, Luzy había escrito:

“Vendedor responsable y amable en el trato. El producto se ajusta a lo esperado. Muy recomendable.”

Cuando concluyó su historia, el primo Jerry se quedó callado, con la mirada baja, perdido en sus pensamientos.

-¿Y en qué te gastaste el dinero? -pregunté yo, intentando quitarle hierro al asunto.

-Oh, bueno, en realidad no me lo he gastado -repuso Jerry, distraido-. Aún tengo la esperanza de poder devolverlo.

(Porcentaje de realidad: 66%)

Una noche solo para chicas

-Es una noche solo para chicas -me explicó Lulú, mientras terminaba de perfilarse los labios frente al espejo. Y yo, tirado en su cama y haciendo como que no la miraba, me encogí de hombros y repuse:


-Y eso, ¿qué significa? ¿No puedo ir?
-Oh, claro que puedes. Pero, ya sabes, es una de esas noches para chicas.


Le dije adiós al cristal trasero de su coche mientras se alejaba, y fui a mi cuarto a buscar las zapatillas y el pijama. ¿Una noche solo para chicas? ¡Qué tontería! En algún sitio tendrán que meterse los chicos, ¡digo yo! ¡Cómo si pudieran hacernos desaparecer!


Recorrí en dos minutos todos los canales del satélite, me lavé los dientes, tomé un vaso de leche con galletas, me volví a lavar los dientes... Últimamente abuso de las deliciosas galletas de chocolate.


A las once y media llamaron al timbre. “Lo sabía” pensé, “no puede vivir ni media hora sin mí”.


No era ella, sino mi primo. Me pareció poco educado preguntarle qué pintaba en mi casa a aquellas horas, pero él contestó de todas maneras:


-Ya sabes, es una noche solo para chicas -dijo.


Le dejé pasar y me di cuenta de que él también estaba en pijama. Terminábamos de darle otro repaso desganado a la programación televisiva cuando se presentaron unos amigos. Luego llamaron a la puerta mis vecinos, después los vecinos de mis vecinos y, finalmente, empezaron a llegar un montón de tipos a los que no conocía. Mi casa se fue llenando de tristes varones, en pijama y zapatillas, con las manos en los bolsillos y la mirada solitaria.


Busqué a mi primo que -aplastado por la multitud- intentaba respirar en una esquina.


-Así que esto es lo que hacemos los chicos en las “noches solo para chicas”... -observé-. Nos quedamos en casa.


(Porcentaje de realidad: 22%)


viernes, 15 de diciembre de 2006

Tradiciones



Hace tiempo que me volví ateo practicante, pero sigo poniendo el belén en Navidad. Pongo a los pastores, a José, a la Virgen María, al niño y -triste debilidad- también al ángel. Algunos obedecemos más a las tradiciones que a nuestros principios, aunque no nos sintamos orgullosos de ello.

Supongo que debería haber escuchado ese consejo tan apropiado para estas fechas: "año nuevo, vida nueva"; tendría que haber empezado este nuevo blog con una imagen distinta y un título diferente... pero, ¿qué le vamos a hacer? los animales de costumbres somos inmunes a los consejos apropiados.


Al menos, así todos sabremos que sigo siendo yo.

Finalmente pensaba enrollarme un rato explicando por qué le he cambiado la url al blog pero sospecho que está de más. Ya no se llama "alberdigital.blogspot.com" sino "malvadoventrilocuo.blogspot.com". ¿Por qué he tardado tanto en hacer esto? Uhmm... No tengo ni idea, pero me encanta desconcertarme a mí mismo.

Solo me queda decir:

¡Hola mundo (otra vez)!

... y esperar que no os hayais vuelto demasiado viejos desde la última vez que os vi.

(Porcentaje de realidad: 90%)