El domingo pasado tuve mi segunda boda. No, no me casé yo, sino la prima de Lulú. Aquí en Málaga la gente se pasa la vida de boda en boda y tiro por que me toca, pero a mí no me invitaban a una desde los siete años. Creo que hay personas con mi edad que han acudido a más bodas como novios que yo como invitado.
La cuestión es que me puse nervioso. Sí, ya sé que no era mi boda, pero también era un día importante para mí. Era la primera vez que me reunía con todos los parientes de Lulú. Iban a presentarme a muchas personas, y tenía que causar buena impresión. Me tenía que disfrazar de hombre adulto, con zapatos y americana, lo cual siempre me hace sentir muy avergonzado. Y, lo peor de todo: tenía que llevar a la familia de Lulú en el coche (incluyendo a su hermano, que es taxista). Creo que ya os he hablado alguna vez de mi fobia a llevar a gente en el coche. Cuando tenía dieciocho años estampé un cochecito de pedales contra un renault 19, y le destrocé la puerta. Yo llevaba de pasajeros a mis nuevos amigos (y amigas) universitarios, a los que quería impresionar. Desde entonces, me dan sudores cuando me toca hacer de chofer.
Por si fuera poco, la noche anterior el novio me había encargado el trabajo de DVD-jockey de la boda. Me había entregado un proyector y un reproductor de DVD, y me había pedido que los intentara hacer funcionar durante el banquete. Querían proyectar una especie de álbum fotográfico multimedia, que una amiga de los novios había preparado. Ni que decir tiene que yo no sé nada de DVD’s, ni de vídeos, ni de amplificadores de sonido, pero -como en toda buena película de enredo- decidí que lo mejor era no confesárselo a nadie y hacer el ridículo el día de la boda.
Andaba yo preocupado con estas tonterías, cuando la novia entró en la iglesia, con la marcha nupcial sonando de fondo. Intenté olvidarme del cada vez más inminente enfrentamiento con el DVD, y del hecho de que había conducido hasta allí como si tuviera noventa años y estuviera borracho. Tenía que comportarme como un hombre hecho y derecho, que Lulú viera que soy un novio todo-terreno y que me puede llevar también a las reuniones de los mayores. No tuve mucho éxito.
Para empezar, estaba tan embobado que se me olvidó que ahora soy ateo y me santigüé cuando el cura lo mandó. Eso no contribuyó demasiado a mejorar mis nervios, y añadió un toque de culpabilidad (santiguarse para un ateo es pecado mortal). Lo estaba aceptando cuando comenzó la lectura del salmo responsorial. ¡Oh, desafortunado destino!... ¿Por qué? ¿Por qué tuvieron que elegir aquel pasaje?
...Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa...
Claro, después de darle muchas vueltas caí en la cuenta de que había dicho
parra fecunda. Pero lo que yo entendí en aquel momento fue:
...Tu mujer, como perra fecunda...En fin, una frase desafortunada, combinada con los nervios, tiene fatales resultados: me dio un ataque de risa. Juro que hice lo que pude por contenerlo. Me mordí la lengua, me clavé las uñas y hasta intenté imaginarme a mis padres muriéndose en un accidente de tráfico (en el que yo conducía). No sirvió para nada. Ahora, toda la familia de Lulú debe de pensar que soy idiota... y no andan muy desencaminados.
Después de mucho esfuerzo, conseguí contener la risa lo suficiente como para darle una explicación a la hermana de Lulú.
-Ji, ji, Perdona -susurré-, es que ji, ji, cuando ha dicho ji, ji, ji, ji,
parra fecunda, ji, ji, ji yo he entendido ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, yo he entendido ji, ji, ji, perdona, ya, ya... ji, ji, yo he entendido
perra fecunda, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji.
La hermana de Lulú asintió despacio.
-Ya decía yo que no podía ser... -murmuró-. Yo había entendido
guarra fecunda.
En fin, al menos en las bodas españolas no se dice aquello de “si alguien conoce alguna razón por la que este hombre y esta mujer no deban unirse...” Seguro que mi estrepitosa carcajada habría coincidido exactamente con ese instante.
(Porcentaje de realidad: 94%)P.D. Lo del DVD salió muy bien. Mi eterno agradecimiento al verdadero disc-jockey del hotel, que se apiadó de mi alma y me explicó que el cable rojo va en la clavija roja, y el cable amarillo, en la clavija amarilla.