domingo, 25 de noviembre de 2007

"Hágase la Navidad" dijo el Corte Inglés. Y la Navidad se hizo.

En la Escuela de Idiomas organizan todos los años un concurso de tarjetas navideñas. He pensado que si presentaba una les resultaría más embarazoso suspenderme. Puede que algunos opinen que es una vergüenza esto de volcarse en la Navidad cuando uno es más ateo que un pez. Sin embargo, diré en mi defensa que profeso una devoción a mi propia infancia que me nubla la vista en todo lo que al gordo de rojo se refiere. Eso sí, no he tenido valor para escribir "feliz Navidad", ni para poner alegres pastorcillos cantando villancicos: Una cosa es que mis principios morales se vendan a tres un duro y, otra muy distinta, que sea un hortera. A ver si os gusta.

P. D. ¿Sabíais que la principal razón para que uno deje de publicar es lo penoso que resulta dar explicaciones por el tiempo sin publicar?

(Porcentaje de realidad: 100%)

jueves, 13 de septiembre de 2007

El psicólogo. (El montaje del director)

Lulú es psicóloga. La psicología es una de esas ramas del saber tan amplias y complejas que los no iniciados tienden a confundir sus fronteras, incluyendo dentro de tan respetable ciencia cuestiones como la telequinesis, la adivinación y hasta el lado oscuro de la fuerza. Lo que ocurrió el martes pasado supera, sin embargo, la más transigente acepción de las palabras “sentido común”.

Estaba Lulú desayunando cuando alguien llamó al timbre. Abrió la puerta y se encontró con un hombre de mediana edad, al que no conocía. Al parecer se trataba de un cliente de su padre, que se había acercado a la casa para entregar unos documentos importantes. Lulú recibió los documentos y se despidió, pero el hombre se quedó junto a la puerta.

-¿Tú eres psicóloga, verdad?

-Sí, acabo de terminar la carrera -contestó Lulú, suponiendo que aquel tipo habría escuchado a su padre hablar sobre ella.

-Yo es que ahora estoy trabajando en algunos casos muy complicados -continuó el hombre-. Estamos llevando a cabo un proyecto en coordinación con un psiquiatra de aquí de Málaga…

“Vaya” pensó Lulú. “¿Quién será este tío? ¿Algún investigador importante?"

-…También trabaja con nosotros el sacerdote de la Iglesia de la Anunciación. ¿Lo conoces?

-No tengo el gusto -respondió Lulú, y pensó: “oh, oh…”

El hombre prosiguió:

-Tratamos casos complicados de esquizofrenia, aquellos que son más complejos que los producidos por causas fisiológicas… ¿tenéis en la facultad una asignatura de demonología?

Los ojos de Lulú se abrieron tanto que se le quedaron dados de sí durante dos días. “¿Demonología significa lo que yo creo que significa?” pensó. El hombre añadió:

-¿No os enseñan técnicas de exorcización y expulsión de demonios en la facultad?

Lulú controló su imperativa necesidad de salir por patas y, reuniendo hasta la última gota de su buena fe, contestó:

-En una asignatura de “historia de la psicología” vimos que en la antigüedad, hace mucho, mucho tiempo, cuando no se sabía nada en absoluto sobre la química o la biología, ni existían métodos científicos, ni rigor, y lo único que se sabía del cuerpo humano era que teníamos cabeza, tronco y extremidades, y los diagnósticos se basaban en supercherías y en lo que el imbécil del curandero hubiera visto después de fumarse la hierba que se fumara por entonces (que seguro que era de la buena)… en aquella remota época se interpretaban algunos casos de esquizofrenia como posesiones demoniacas.

(Bueno, quizá Lulú no fue tan explícita…)

El exorcista no captó la indirecta, y siguió explayándose en su relato sobre la lucha contra los demonios y la posesión del alma. Cada cierto tiempo se interrumpía a si mismo y repetía:

-¿Seguro que no tenéis una asignatura de demonología en la facultad?

Y Lulú se tenía que morder la lengua para no contestar:

No pero, si está realmente interesado, puede usted aprender todo lo necesario a través de la serie documental "Buffy cazavampiros”.

Antes de despedirse, el exorcista le dio la mano a Lulú muy formalmente y le dijo:

-Ha sido un placer. Quizá acabemos encontrándonos algún día a lo largo de nuestra experiencia profesional.

Personalmente, creo que el hombre estaba en lo cierto. Es muy probable que Lulú vuelva a encontrarse con él a lo largo de su experiencia profesional como psicóloga. Solo espero que la próxima vez le hayan apretado bien las correas de la camisa de fuerza.

(Porcentaje de realidad: 98%)

domingo, 26 de agosto de 2007

¿Qué escritor no quiere ser Franz K.?

[...] Una noche, a principios de 1963, recuerdo haber estado en una de aquellas monumentales salas de cine parisinas -que sobrepoblaban los Champs Elysées desde los años dorados- viendo la última película de Orson Welles: “El Proceso”. La cinta estaba basada en la novela de Franz Kafka del mismo nombre. Kafka es para mí un ejemplo de genialidad, quizá el mejor escritor de todos los tiempos. Confieso que siempre he sentido hacia él una profunda envidia, que es, en mi opinión, la única forma sincera de admiración entre escritores. Yo quería haber escrito “El Proceso”, y también “La Metamorfosis”, y sobre todo aquel cuentecito insignificante que se titulaba “Un Artista del Hambre”. Por desgracia, los escribió él primero, y eso ya no tiene arreglo.

Recuerdo que, al salir del cine, habiendo terminado y publicado recientemente mi última basura (que se convertiría en un best-seller durante las siguientes semanas), me asaltó mi viejo sueño adolescente de intentar escribir una novela de Kafka… o, mejor dicho, algo que pasara por la traducción de una novela de Kafka, puesto que mi dominio del alemán se reducía a las dos docenas de espantosas palabras que había aprendido veinte años antes, en un campo de prisioneros de Arnhem.

Como decía, desde que contaba solo dieciséis o diecisiete años, me había propuesto escribir una obra "al estilo de Kafka". Pensaba que si era capaz de escribir un libro que pareciera salido de las manos de aquel maldito austrohúngaro, si lograba engañar a todo el mundo y hacerles creer que el libro no era mío sino suyo, solo en ese caso habría alcanzado el -por entonces- objetivo de mi vida: ser tan bueno como él.

En realidad, la película que vi en París no alcanzaba la calidad de la novela (ninguna película podría hacerlo), pero había escenas muy logradas, que avivaron en mí el antiguo proyecto. Me tomé tan en serio mi resolución que decidí alquilar un pequeño apartamento en la Bohemia checoslovaca, en un pueblo cercano a Praga -la ciudad en la que él vivió-. La verdad, no habría sido necesario tan absurdo intento de inmersión cultural, porque apenas abandoné mi habitación durante los tres meses que dediqué a la novela. En un principio me había propuesto recorrer el país, memorizar las calles de la capital, mezclarme con los nativos… Pero en seguida comprendí que, si quería calcar la mente de Kafka sobre la mía, la soledad y la claustrofobia de mi diminuta habitación de alquiler resultarían mucho más estimulantes que cualquier visita turística.

Me arriesgo a parecer presuntuoso, y aceptaré como válida la opinión de cualquiera que me crea equivocado, pero lo cierto es que pienso que alcancé mi objetivo. Mi novela se llamaba “La Montaña”, y su protagonista se apellidaba "K" (como no podía ser de otra manera). Tenía el estilo, las frases, las imágenes recurrentes de Kafka… y después de haber leído y releído sus escritos una y otra vez, estoy convencido de que también tenía su espíritu. En realidad, no había resultado tan difícil. En cuanto terminé el escrito, comprendí que igualar a un genio no consiste en imitar su obra, sino en escribir una obra tan diferente como la suya.

A pesar de mis conclusiones, continué con el experimento, y permití leer la novela a algunos colegas -buenos escritores y editores- cuya confidencialidad estaba garantizada por los años y las deudas de la amistad. Logré engañarlos, lo conseguí. Aceptaron mi historia cuando les expliqué que aquella novela pertenecía a los textos que la gestapo había confiscado a Dora Diamant (la última amante de Kafka, que había sido incapaz de completar el deseo póstumo del escritor de destruir todos sus borradores). Les dije que el original se había perdido, y que solo se conservaba aquella traducción al inglés, realizada por un espía británico en 1944. Mi obra resultaba tan puramente Kafkiana, que ni siquiera aquella descabellada coartada supuso un problema para su credulidad.

“¿Por qué nadie sabe nada de ese libro?” se estarán preguntando ustedes. Había tomado la decisión de publicarlo pero, cuando me encontraba a punto de entregárselo a mi editor, comprendí que Kafka jamás habría hecho tal cosa. Lo habría guardado en un cajón, sin escribir el final deliberadamente para que nadie pudiera publicarlo. Y le habría pedido a su amigo Max Brod y a su querida Dora que lo quemaran todo cuando su corta y miserable vida llegase a su fin (probablemente, con la secreta esperanza de que no le obedecieran).

Así es que guardé la novela en la mesita del dormitorio de mi pequeña mansión andaluza, y aún sigue allí. No se preocupen: he dado órdenes a mis mejores amigos de que sea destruida en cuanto yo pase a mejor vida. Si son ustedes más jóvenes que yo, y tienen paciencia, es probable que acabe llegando a sus manos un ejemplar de bolsillo, a un precio muy asequible.

A. S. Littlesand, Memorias.

(Porcentaje de realidad: 0%)

martes, 21 de agosto de 2007

O yo o nada

Hoy mi madre y mi tía han coincidido en que soy exactamente igual que esta criatura:


Para los que no me conozcan, aclararé que -gracias al cielo- me parezco más a Don Pimpón que a esta especie de malo del coche fantástico.

La pregunta ahora es: ¿Cambio de peinado o de familia?

(Porcentaje de realidad: 100%)

lunes, 30 de julio de 2007

Debí nacer capricornio

Han tenido que pasar muchos días para que mi aterrorizada mente se atreviera a remover -una vez más- el asunto de la fiebre. Supongo que ahora que las sospechas han quedado por fin disipadas puedo deciros oficialmente que no me voy a morir.

El caso es que fui al médico. Lulú me acompañaba. Mi médico pasa consulta en un chalet muy antiguo, de techos altos, ambiente rancio y decoración vetusta. Algunos retratos de su célebre padre (otro médico de renombre) te observan ceñudos desde las paredes. Mal rollo de sitio…

Nos hizo pasar muy educadamente, y nos dio la mano a cada uno (por un momento pensé que a Lulú se la iba a besar). A mí, de entrada, se me puso el tono repelente, con las eses sobrepronunciadas, que me entra cuando intento parecer formal. Me pidió que le describiera los síntomas y así lo hice: fiebre. Solo fiebre. Se pasó media hora apuntando eso (el nombre científico de la fiebre debe de ser larguísimo). También le expliqué que habíamos estado en un camping cerca de la frontera de Cádiz, por si pudiera tener algo que ver. En ese momento dejó de escribir y me clavó la mirada. Me pareció que contenía la respiración y retrocedía un poco en su butaca.

-¿Han estado ustedes en el camping de San Roque? -exclamó-. ¿Ese en el que se ve una caravana en la montaña al acercarse por la carretera?

Lulú y yo nos miramos de reojo y descubrimos nuestras respectivas palideces. ¡Oh, dios mío, nuestro camping era el foco de una epidemia mortal, cuyas consecuencias habían llegado a los oídos de todos los médicos del país! Nos dimos la mano esperando la fatal revelación, pero el doctor solo dijo:

-Es un sitio precioso.

Y siguió escribiendo. Al cabo de un rato se detuvo y me preguntó:

-¿Ha estado usted en contacto con cabras?
-Pues no -contesté yo-. Pero bebí en una fuente, en Ronda, en la que no ponía que el agua fuera potable.
-Y en esa fuente… ¿vio usted cabras?
Miré a Lulú, y ella se encogió de hombros.
-Creo que no -dijo-, pero vi algunas vacas.

El doctor movió el bolígrafo en círculos, como diciendo “vacas, ¿a quién le importan las vacas?” y siguió escribiendo a toda velocidad. Lulú me hizo un gesto con la cabeza.

“Venga, díselo” susurró.

“Está bien, está bien”, le contesté yo con un movimiento de manos.

-No creo que sea importante pero… ayer me desperté con una araña enorme en la camiseta. He oído que hace poco murió alguien de una picadura de araña…

-¿La araña le mordió?
-Yo creo que no, pero a lo mejor mientras dormía…
-¿Vio usted excrementos de cabra en el camping?
-Pues no.

Siguió escribiendo un rato y después me hizo pasar a otra habitación en la que tenía una camilla y otros chismes de médicos. Me dio unos golpecitos en la cabeza (lo hace cada vez que voy, creo que intenta comprobar si sigue sonando a hueco), me pesó en una báscula y me miró la fiebre. Después volvimos al despacho.

-¿Ha estado usted cerca de la pista de hielo del pueblo? Ya sabe, por lo de la legionela…
-Últimamente solo una vez. Pasé por la calle de al lado hace unas semanas.
-¿Y ha tomado leche de cabra?
-No.
-¿Y algún derivado? ¿Queso de cabra?
-No sé… he comido el queso del Mercadona.

El doctor se rascó la barbilla.

-Está bien. No vuelva a beber en una fuente de un pueblo, ni siquiera cuando ponga que el agua es potable. Cómprese una botellita. Y vaya usted a hacerse unas radiografías para descartar la legionela. Buenas tardes.

“Mmm…” pensé “legionela, esa enfermedad mortal, ¡que guay!”

-Una preguntilla, solo por curiosidad -dijo Lulú-. ¿Qué tienen que ver las cabras?

Yo ya me había levantado y me disponía a marcharme. Para mí era muy evidente el porqué de las preguntas sobre cabras; pero me detuve a escuchar la respuesta, para asegurarme.

-Hay una enfermedad, cuyo único síntoma es la fiebre, que solo transmiten las cabras.

A la salida, Lulú me miró extrañada.

-No tenías curiosidad por lo de las cabras.
-Creía que intentaba averiguar por qué estoy como una chota.

Al día siguiente me hice las pruebas y resultó que no tenía legionela. Tampoco me ha dado por balar ni por pacer, así que el médico terminó por descartar la gripe caprina. En resumen: la próxima vez que me suba la fiebre, me voy a ver a mi abuela para que me de unas hierbas del pasmo. ¡Ea!

(Porcentaje de realidad: 92%)

miércoles, 18 de julio de 2007

La Tarantela

Parece ser que la fiebre ya se ha solucionado, aunque me temo que no puedo agradecérselo a los médicos. Supongo que hay que ir a verlos, por si acaso, pero la verdad es que la mitad de las veces, o no saben lo que tenemos, o no saben como se cura. ¿Sabíais que, por ejemplo, algo tan insignificante como las llagas de la boca no tiene tratamiento?

De todas formas, fui a mirarme lo de la fiebre. Lulú me insistió, porque había ciertos factores preocupantes. El día anterior al comienzo de los síntomas, habíamos regresado de un viajecito a un camping de Cádiz (para celebrar el final de los exámenes), en el que se habían producido dos situaciones potencialmente mortales:

En primer lugar, habíamos bebido agua en una fuente de Ronda -que más bien parecía un abrevadero-, en la que no sabíamos si el agua era potable. Es una práctica nada recomendable, pero no habíamos podido contenernos: El calor era tan agobiante que hasta las cigarras sonaban como si tuvieran la garganta reseca… ¡y aquel chorrillo salía tan fresquito y retozón! La única precaución que tomé fue acercarme a unos abuelos que había allí al lado y preguntarles si se podía beber.

-¿Ein? ¡hi aro! -contestó uno de ellos, que, en el idioma local, significa: “¿Perdón, cómo dice? Ah, desde luego, el agua es potable”.

Cuando ya habíamos sumergido todas las partes sumergibles de nuestros respectivos cuerpos, y habíamos bebido suficiente agua como para rellenar el aljibe de mi casa, nos dimos cuenta de que los dos viejecitos estaban muy sonrientes. Al pasar delante de ellos para marcharnos, uno exclamó:

-¡Está fresquita, eh! ¡Es que es una alegría!

En ese momento me acordé del extraño sentido del humor que gusta en los ambientes rurales españoles, y que Gila retrataba tan bien cuando decía: “sí que le matamos un hijo pero, ¡si no sabe aguantar una broma que se vaya del pueblo!”. Mis dudas sobre la potabilidad del agua se volvieron mucho más inquietantes.

Este hecho ya era digno de preocupación por sí solo, pero no era el único. No podemos olvidarnos de… LA CRIATURA.

Al levantarme a la mañana siguiente en la tienda de campaña, después de mis estiramientos y bostezos de rigor, me volví para saludar a Lulú.

-¡Sal de la tienda! -gritó ella.

Ya sé que mi aliento mañanero no es agua de rosas, pero aquello me pareció un poco excesivo.

-Pero…

-¡Tienes una araña en la camiseta! ¡Corre, sal, sal de la tienda! ¡No, no, no te toques! ¡Sal de la tienda, sal de la tienda! ¡Que SALGAS DE LA TIENDAAAAA!

Supongo que yo todavía estaba dormido porque, por más que me miraba, no veía a la araña por ningún lado. “¡Mujeres!” pensé, “¡cómo se pone por una arañita de nada!”

Así que abrí lentamente la cremallera, saqué una pierna de la tienda, luego la otra, esperé a que terminaran de crujirme todas las vértebras… si alguien ha descubierto la forma fácil de salir de una tienda de campaña, que me la explique.

-¡Pero sal de una vez, que se va a meter en los sacos! -insistía Lulú

-Ay, no te pongas así -dije-, que solo es una araña, que no me va a co… co… ¡Joder!

En ese instante descubrí a la criatura. Pero ya no estaba en mi camiseta, sino que se había mudado un poco más abajo. No le deseo a nadie la sensación de levantarte por la mañana y encontrarte una tarántula en los testículos. Por suerte, allí estaba la heroica Lulú para salvar mi entrepierna, armada con una chancla y sin miedo a utilizarla. Tomó carrerilla y lanzó una estocada fabulosa: potente, rápida y mortal. ¡Y casi le da a la araña! Casi… Pero no os preocupéis, al cuarto intento acertó (reconozco que hubo unos segundos en los que pensé en darle otra chancla a la araña para que intentara quitarme a Lulú de encima)

Finalmente conseguimos capturar a la Criatura en un tarro de salsa bolgnesa, y nos convertimos en un espectáculo ambulante, enseñando nuestra presa a todo el mundo por el camping (si nosotros no íbamos a dormir esa noche, los demás tampoco). He aquí un retrato del animalito. Os prometo que no es de goma:


A mí jamás se me habría pasado por la cabeza que una picadura de este bicho pudiera enfermarme. Yo creía que, en todo caso, me proporcionaría superpoderes arácnidos en los genitales, pero Lulú pensó que podía estar relacionado con la fiebre.

Sometido a tantos y tan graves factores de riesgo, y teniendo en cuenta que mi estado febril no estaba acompañado de dolor de garganta ni de ningún otro síntoma tranquilizador, Lulú me convenció para someterme a un examen médico. Lo que yo no me esperaba era que a mi médico se le fuera a ir tanto la pelota (seguramente debido a un excesivo consumo de capítulos de House). Al final iba a resultar que, en lugar de convertirme en el hombre araña, me iba a convertir en el hombre cobaya.

(continuará...)

(Porcentaje de realidad: 94%)

lunes, 9 de julio de 2007

Blade running

Las personas tendemos a creer que todos nuestros problemas se solucionarán en un día concreto, a una hora determinada. Nos gusta concentrar todas nuestras expectativas, como si la felicidad fuera una meta tangible y nítida, de la que solo nos separa una porción de tiempo. Puede ser la jubilación, las vacaciones o el día en el que tu amante deje por fin a su mujer. ¿Cómo es posible que nadie prevea lo que realmente ocurrirá cuando llegue ese día? ¿Es que la experiencia no sirve para nada? Las personas somos mentirosos muy hábiles, sobre todo cuando se trata de engañarnos a nosotros mismos. De alguna manera, conseguimos olvidar lo qué ocurrió la última vez que alcanzamos nuestros sueños: Nada. No ocurrió nada.

Aquí estoy yo, dándole al “refresh” del navegador, esperando que aparezca, de una vez por todas, la última nota de mi carrera. Esperaba sentirme… distinto... y así es, pero solo porque tengo fiebre.

“El final de una época, la frontera de lo desconocido” me repito mentalmente, intentando provocarme alguna reacción: un hormigueo en el estómago, un poco de excitación nerviosa, ¡algo! “Futuro” pienso, pero no es la palabra emocionante y evocadora que aparece en las novelas de ciencia ficción, sino una especie de cita con el dentista, enredada en decisiones y responsabilidades.

Me daré un plazo. Un día de estos se me encenderá una chispa en el dedo gordo del pie y echaré a correr por el pueblo gritando: “¡Libre, libre, libre!”. Quizá la gente no se equivoca tanto, después de todo. Quizá mí vida sí que va a ser perfecta a partir de hoy. A lo mejor solo necesito tiempo para asumirlo y algo que me baje la fiebre.

(Porcentaje de realidad 100%)

jueves, 31 de mayo de 2007

¡Vota a Cristo!

El fin de semana pasado tenía que estudiar para dos exámenes, terminar una relación de ejercicios y programar catorce métodos numéricos. Era imposible que me diera tiempo a todo, así que decidí hacer solamente lo que más urgía: irme con Lulú y mis amigos a una casa rural.

Para elegir un destino, estuvimos un buen rato dando vueltas y sopesando todas las opciones, hasta que nos dimos cuenta de que solo se nos había ocurrido una: Fuente de Piedra. La jefa de Maya le había recomendado poco tiempo antes una casa en aquel pueblecito. Como los jefes nunca mienten, hicimos caso y la alquilamos el fin de semana.

Las minivacaciones dieron para mucho. En concreto dieron para tres posts en este blog, de los que -de momento-, solo he escrito el título:

- “El octavo pasajero” ó “Un día en la vida de un muerto”

- ¡Vota a Cristo!

- “Flamencos: el Lago Ness de Fuente de Piedra”

Puesto que no me da tiempo para todo hoy (por alguna misteriosa razón se me ha acumulado el trabajo), tendré que conformarme con escribiros uno cortito:

¡Vota a Cristo!

Seguro que, ante este sugerente título, todos esperabais una implacable metáfora, o unas profundas reflexiones acerca de la política, la religión, la vida, el universo y todo lo demás. Pues no señores, me temo que se trata de algo mucho más literal: Cristo se presenta a las elecciones en Fuente de Piedra y pide tu voto.


Ante este hecho insólito solo se me ocurre preguntarme:

a) ¿No estaría más a su nivel presentarse para Jefe Supremo del Universo, en lugar de para alcalde de Fuente de Piedra?

b) Teniendo en cuenta la omnisciencia de Dios, ¿podemos seguir confiando en la confidencialidad del voto?

c) ¿Por qué Cristo tiene ahora esa cara de panoli, con lo guapo que salía en los crucifijos?

d) ¿Pero Dios no era del PP?

Por otro lado, tengo la impresión de que el eslogan “Vota a Cristo, lo mejor para nuestro pueblo”, no exprime lo suficiente el potencial del candidato. Aprovechando que teníamos mucho tiempo en la casa rural, estuvimos pensando algunos eslóganes más apropiados. Por ejemplo:

- Vota a Cristo: Es mejor que votar al diablo.
- Vota a Cristo... o irás al infierno (a mí éste me parece el más convincente).
- Vota a Cristo: La izquierda de Fuente de Piedra. La derecha de Dios.

Ni que decir tiene que, a pesar del eslogan original, Cristo ganó las pasadas elecciones municipales. De todas formas, si tenéis alguna otra sugerencia, dejádmela en los comentarios. Intentaré hacérsela llegar en mis oraciones.

(Porcentaje de realidad: 98%)

miércoles, 23 de mayo de 2007

Cosas de las que he estado seguro alguna vez y han resultado ser falsas

(Entre paréntesis, la fecha en la que descubrí que me equivocaba)

  1. Se dice "jarsey" y no "jersey" (1986).
  2. Los chococrispies serán mi comida favorita siempre (1989).
  3. Oliver y Benji será considerada algún día como la mejor serie de todos los tiempos (1993).
  4. La vida es justa (1995).
  5. Aprobaré el carné de conducir a la primera (1999).
  6. Es imposible que se llene mi disco duro de cuatro gigabytes (2000).
  7. De mayor tendré una casa en propiedad (2001).
  8. Al final, Mónica, de "Friends", conseguirá quedarse embarazada (2005).
  9. Lulú nunca se fijará en mí (2005).
  10. Puedo mantener el blog actualizado incluso en época de exámenes (2007).
(Porcentaje de realidad: 100%)

P.D.: Me duele en el alma (como una herida infectada y supurante) no poder actualizar el blog como es debido. Lo tendré muy complicado hasta finales de Junio. Prometo volver a publicar a un ritmo aceptable para entonces. Un abrazo y gracias por vuestra paciencia... si la tenéis. Si no, pues nada.

martes, 15 de mayo de 2007

Estoy en la parra

El domingo pasado tuve mi segunda boda. No, no me casé yo, sino la prima de Lulú. Aquí en Málaga la gente se pasa la vida de boda en boda y tiro por que me toca, pero a mí no me invitaban a una desde los siete años. Creo que hay personas con mi edad que han acudido a más bodas como novios que yo como invitado.

La cuestión es que me puse nervioso. Sí, ya sé que no era mi boda, pero también era un día importante para mí. Era la primera vez que me reunía con todos los parientes de Lulú. Iban a presentarme a muchas personas, y tenía que causar buena impresión. Me tenía que disfrazar de hombre adulto, con zapatos y americana, lo cual siempre me hace sentir muy avergonzado. Y, lo peor de todo: tenía que llevar a la familia de Lulú en el coche (incluyendo a su hermano, que es taxista). Creo que ya os he hablado alguna vez de mi fobia a llevar a gente en el coche. Cuando tenía dieciocho años estampé un cochecito de pedales contra un renault 19, y le destrocé la puerta. Yo llevaba de pasajeros a mis nuevos amigos (y amigas) universitarios, a los que quería impresionar. Desde entonces, me dan sudores cuando me toca hacer de chofer.

Por si fuera poco, la noche anterior el novio me había encargado el trabajo de DVD-jockey de la boda. Me había entregado un proyector y un reproductor de DVD, y me había pedido que los intentara hacer funcionar durante el banquete. Querían proyectar una especie de álbum fotográfico multimedia, que una amiga de los novios había preparado. Ni que decir tiene que yo no sé nada de DVD’s, ni de vídeos, ni de amplificadores de sonido, pero -como en toda buena película de enredo- decidí que lo mejor era no confesárselo a nadie y hacer el ridículo el día de la boda.

Andaba yo preocupado con estas tonterías, cuando la novia entró en la iglesia, con la marcha nupcial sonando de fondo. Intenté olvidarme del cada vez más inminente enfrentamiento con el DVD, y del hecho de que había conducido hasta allí como si tuviera noventa años y estuviera borracho. Tenía que comportarme como un hombre hecho y derecho, que Lulú viera que soy un novio todo-terreno y que me puede llevar también a las reuniones de los mayores. No tuve mucho éxito.

Para empezar, estaba tan embobado que se me olvidó que ahora soy ateo y me santigüé cuando el cura lo mandó. Eso no contribuyó demasiado a mejorar mis nervios, y añadió un toque de culpabilidad (santiguarse para un ateo es pecado mortal). Lo estaba aceptando cuando comenzó la lectura del salmo responsorial. ¡Oh, desafortunado destino!... ¿Por qué? ¿Por qué tuvieron que elegir aquel pasaje?

...Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa...

Claro, después de darle muchas vueltas caí en la cuenta de que había dicho parra fecunda. Pero lo que yo entendí en aquel momento fue: ...Tu mujer, como perra fecunda...

En fin, una frase desafortunada, combinada con los nervios, tiene fatales resultados: me dio un ataque de risa. Juro que hice lo que pude por contenerlo. Me mordí la lengua, me clavé las uñas y hasta intenté imaginarme a mis padres muriéndose en un accidente de tráfico (en el que yo conducía). No sirvió para nada. Ahora, toda la familia de Lulú debe de pensar que soy idiota... y no andan muy desencaminados.

Después de mucho esfuerzo, conseguí contener la risa lo suficiente como para darle una explicación a la hermana de Lulú.

-Ji, ji, Perdona -susurré-, es que ji, ji, cuando ha dicho ji, ji, ji, ji, parra fecunda, ji, ji, ji yo he entendido ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, yo he entendido ji, ji, ji, perdona, ya, ya... ji, ji, yo he entendido perra fecunda, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji, ji.

La hermana de Lulú asintió despacio.

-Ya decía yo que no podía ser... -murmuró-. Yo había entendido guarra fecunda.

En fin, al menos en las bodas españolas no se dice aquello de “si alguien conoce alguna razón por la que este hombre y esta mujer no deban unirse...” Seguro que mi estrepitosa carcajada habría coincidido exactamente con ese instante.

(Porcentaje de realidad: 94%)

P.D. Lo del DVD salió muy bien. Mi eterno agradecimiento al verdadero disc-jockey del hotel, que se apiadó de mi alma y me explicó que el cable rojo va en la clavija roja, y el cable amarillo, en la clavija amarilla.

martes, 8 de mayo de 2007

¿Tú sabes como se llama salchicha en España?

Ya sé lo que quiero ser de mayor. De pequeño quería ser granjero, hasta que me enteré de para qué se alimentaba a los animales en las granjas. Por entonces pensaba que las granjas eran una especie de parque de atracciones para cerditos. Cuando descubrí que en realidad se parecían más a campos de concentración, me replanteé mis opciones y decidí que quería ser veterinario. ¡Alguien que curaba a los animales no podía ser malo! Entonces me explicaron que los veterinarios se dedican a ir a las granjas para dar el visto bueno a la ejecución de los cerditos. Ser el cómplice de guante blanco en semejante barbarie tampoco era lo que yo había soñado. Poco después, a alguien se le escapó que Santa Klaus eran los padres, y mi comprensión del verdadero funcionamiento del mundo se hizo total. Había descubierto la realidad: que no hay cuchara y que, aunque la hubiera, seguramente alguien la usaría para matar cerditos. Dejé de escribir a Santa Klaus y juré no comer nunca carne de cerdo (me limitaría a los choco-crispies y a las salchichas Oscar Mayer que, como todo el mundo sabía, crecían en las baldas de los supermercados).

Al mismo tiempo, desapareció de mi mente todo indicio de ambición: de mayor no quería ser nada. El trabajo por el que yo sentía vocación (jefe de un parque de atracciones para cerditos) no existía, así que cualquier otro trabajo sería una segunda opción, sin ningún interés. Con esta indiferencia existencial llegué hasta la edad adulta. O, mejor dicho: hasta el domingo pasado.

Mi amiga Maya es medio alemana (bueno, solo es medio alemana en los gustos gastronómicos; para todo lo demás es solo un 15% alemana, según ella). Por eso, el domingo se le ocurrió llevarnos a un bar de alemanes, en el que ponen la mejor salchicha con chucrut (sauerkraut, para los puristas) de la zona. Puesto que la salchicha no es incompatible con mis creencias alimenticias, me pareció una idea estupenda.

Cuando llegamos, descubrimos que éramos los únicos españoles. Mejor: la inmersión cultural sería más auténtica. Nada más sentarnos, apareció el dueño del bar. En realidad, noté que se nos había acercado porque su sombra, proyectada sobre la mesa, nos había sumido en una inquietante semipenumbra. Extrañado, giré la cabeza y me encontré su inmensa figura. Era un alemán enorme, alto y gordo, curtido, rubicundo y con la piel de color rojo brillante, por tanta cerveza. Acojonaba un poco, para entendernos. Le pedimos las bebidas y él tomó nota muy educadamente. Ya se marchaba cuando Maya le preguntó por las salchichas. En ese momento su rostro se iluminó (más todavía):

-¡Querrrréis salchichaaags! ¡Tengo salchichaaags muy buenas, traigo de AAAlemania, aquí no poderrrrr compraharrr!

En ese momento, viendo su sonrisa y escuchando las voces de felicidad que pegaba, comprendí que la mejor forma de hacerse amigo de un alemán es pedirle una salchicha. El hombre vino con nuestras raciones, y dejó un tubo de mostaza en la mesa. Sí, habéis oído bien: la mostaza venía en un tubo de metal, como los que antes se usaban para la pasta de dientes. A mí aquello me pareció poco menos que una reliquia del otro lado del telón de acero.

-¡Aquí téeeeneis mogssstaza! -exclamó, como si nos estuviera haciendo partícipes de un misterioso honor ancestral.
Hay que reconocer que estaba todo buenísimo. Sin embargo, la mostaza de verdad no es apta para paladares desacostumbrados: sabe a pintura plástica. Es así, es un hecho objetivo. Ya sé que hay mucha gente a la que le parece deliciosa (A Lulú, por ejemplo)... en fin, a algunos les gusta esnifar pegamento y a otros comer pintura, no hay nada de que avergonzarse. Maya debía de opinar como yo, porque levantó el dedo y llamó al jefe.

-Perdone, ¿tienen mostaza dulce?

Repentinamente, el entrecejo del alemán se arrugó y las venas de la frente se le inflamaron:

-¡Mostaza dulce serrr parrrrra marrricones del surrrr! -gritó.

Nos quedamos atónitos. Se refería al sur de Alemania, pero Maya se enfureció igualmente:

-Oiga, ¡que mi madre es del sur de Alemania!

-Bueno -repuso el jefe-: ¡nadie es perrrrfecto!

Desde ese momento, la comida se convirtió en un show. Cada cinco minutos, el alemán se nos acercaba, decía alguna burrada y se marchaba entre risotadas. Cuando se dirigía a una chica la llamaba “rubia” (aunque ninguna lo era). A mi amigo Casimiro y a mí, nos ponía la mano en el hombro, y parecía que nos hubieran echado encima un trono de Semana Santa. En una de las ocasiones se me acercó y me preguntó:

-¿Tú sabes cómo se llama salchicha en España?

Me encogí de hombros, pensando que debía de tratarse de una pregunta trampa. Entonces, el alemán enseñó todos los dientes y exclamó:

-¡En Alegggmania salchicha se llama “Sueño de mujjjjerrr”!

De la risa que me dio, escupí un trozo de chucrut en la mesa (nos habían puesto tres posavasos por cabeza, pero no acerté en ninguno). Al jefe le gustó mi amable gesto de apreciación hacia su sentido del humor, y me dio una palmada en el hombro que casi me descalabra. Lulú, a mi lado, se moría de risa.

Como os iba diciendo, lo tengo decidido: Yo de mayor quiero ser alemán.

(Porcentaje de realidad: 98%)

jueves, 3 de mayo de 2007

Salero andaluz

Desde tiempos inmemoriales, los hombres han luchado por el control de la sal. Antiguamente, la gente se mataba por la sal, igual que ahora hacen por el petróleo o por los zapatos en las rebajas. La historia está llena de ejemplos: La guerra de la sal de Perugia, que enfrentó a la ciudad italiana con las fuerzas del Papa Paolo III... Los ataques de los corsarios holandeses a la costa caribeña, para hacerse con la explotación de las salinas... La famosa marcha de la sal de Gandhi que desembocaría en la salida de los británicos de la India... Y las batallas de la sal, en mi casa, a la hora de comer.

El asunto comenzó hace muchos, muchos años. El viejo -y amado por todos- salero de cerámica se rompió. Entonces mi padre compró uno de esos botes de sal Ybarra, que sirven también como salero, para salir del paso. El triste salero cutre, que empezó siendo una solución provisional, acabó convirtiéndose en una entrañable pieza familiar. Le cogimos cariño con los años, sobre todo mi padre, que lo rellenaba cada dos meses con la ternura de quien le cambia los pañales a su retoño.

Pero claro, mi madre (que a veces tiene venadas al más puro estilo de Bree, en “Mujeres Desesperadas”) decidió un día que aquello ya había ido demasiado lejos. Hay que reconocer que el envase/salero de Ybarra, que no estaba preparado para soportar el paso de los años, había degenerado en una cosa desgastada y sucia (aunque más tarde mi padre demostraría que no se trataba de suciedad, sino de una inofensiva corrupción cromática del plástico).

Por eso mi madre decidió comprar un nuevo salero. Uno que fuera moderno, elegante y que hiciera juego con las cortinas. La batalla había comenzado.

Mi padre sostiene que el nuevo salero tienes los agujeros demasiado grandes, que no se puede controlar la sal que echa, y que no piensa usarlo jamás.

Mi madre sostiene que el viejo salero es horrible, que da asco y que preferiría cortarse las manos antes que tocarlo.

Las posiciones son irreconciliables. Ahora somos la única familia que pone todos los días dos saleros en la mesa (el viejo bien escondido detrás de la jarra del agua, para que no le amargue la comida a mi madre). Cada vez que tengo que aliñar la ensalada, la tensión crece. ¿Qué salero escojo? Elija el que elija, mi opción podría ser interpretada como un acto de traición y confabulación con el enemigo. Al final, prefiero dejar la comida sosa.

Los médicos aconsejan no poner el salero en la mesa, para evitar abusar de la sal. Yo creo que lo mejor es poner dos.

Por suerte, la batalla de la sal aún no ha trascendido a otros aspectos de la vida familiar. Mis padres se llevan muy bien, pero estoy preocupado: también los perugianos se llevaban bien con el papa Paolo III.


(Porcentaje de realidad: 92%)

miércoles, 25 de abril de 2007

Por favor, abra la boca y diga ¡aaaaahhhhh!

A ver que tal sale este experimento. Podéis escuchar el post de hoy pulsando “play”. El que prefiera los métodos tradicionales -o el que no entienda un pijo-, puede leer el mismo texto a continuación. Por cierto, lo he leído yo pero he distorsionado la voz (mi verdadera voz es infinitamente más varonil, seductora y aterciopelada... espero).

medico.mp3


Ayer tuve que ir al médico. Mi padre es maestro, por lo que tiene un seguro distinto a la seguridad social, que me sigue cubriendo mientras no de un palo al agua. A mi médico de cabecera habitual le dio por el mundo de la farándula (creo que ahora sale en un programa de canal sur, recomendando friegas a los jubilados y cosas por el estilo), así que me he tenido que buscar otro. Ayer fui a ver al nuevo por primera vez.

El caso es que estaba cansado de que, en la consulta del otro médico, todo el mundo siguiera tratándome igual que cuando me conocieron (es decir, igual que cuando tenía nueve años). En cuanto me abrían la puerta, tenía que escuchar a la enfermera gritando:

“Uy, ¡que mayor estás!, ¡qué voz se te ha puesto!, ¿has crecido?”

¡Pues no, señora, no he crecido desde hace siete años y medio! Estaba claro que ya era hora de cambiar de consulta y empezar con una en la que la enfermera nunca me hubiera visto el culo. Con el nuevo médico todo sería adulto y formal, una relación de igual a igual. Solo tenía que comportarme como lo que soy: mayor.

Por desgracia, si somos realistas, aún había cierto riesgo. Voy para los treinta, pero todavía puedo parecer un crío si me descuido. Tenía que ser adulto incluso al llamar para pedir hora (la primera impresión no significa nada, pero todo el mundo cree que sí). Así que dije:

“Hola, buenas tardes, desearía solicitar una cita para mañana por la tarde, si es posible… oh, claro, desde luego… espere que consulte mi agenda, por favor… sí, las siete y media me viene perfecto, gracias”.

Ahora ya solo me faltaba llamar de verdad por teléfono y decírselo a la enfermera. Marqué el número, espere y… nada. Volví a marcar al cabo de unos minutos, y también a la hora y a las dos horas. No hubo suerte. No me quedó otro remedio que encargarle a mi madre que hiciera ella la llamada al día siguiente (yo tenía que ir a un laboratorio en la escuela). Mal comienzo.

Me dieron hora a las ocho menos diez, y llegué puntual. Me abrió una enfermera guiri muy simpática y me hizo sentar en la sala de espera, que estaba hasta arriba de señoras con pinta de maruja. Se me olvidó saludar… ya la estaba fastidiando: los adultos saludan.

Y entonces, cuando pensaba que lo tenía todo más o menos controlado, llegó el dilema fatídico. Todas las revistas que había sobre la mesa eran números del “Hola”. Todas excepto una: un precioso cómic del Capitan Trueno.

Miré a las marujas, y ellas me miraron a mí. Empecé a notar los sudores. Repasé el montón de revistas en busca de una vía de escape: un “Muy Interesante”, un Teleprograma, las instrucciones del aire acondicionado, ¡cualquier cosa! No hubo suerte: solo “Holas” y el Capitán Trueno. “Puedo sobrevivir sin leer nada” me dije. Pero los minutos pasaban, la espera se hacía larga y las apasionantes aventuras del Capitán seguían llamándome desde la mesita.

-¡Ventrílocuooooo! ¡Ventrílocuooooo! ¡Míiiiiranos! ¡Somos una historieta seria! ¡Somos casi casi para adultos!

-¡Explicádselo vosotras a estas marujas! -les contesté yo de mala gana.
-Eres más alto que ellas, tienes barba, arrugas en la frente, un carné de conducir de cartulina y la voz como un leñador. ¡Está claro que eres mayor! Mira nuestros dibujitos, corazón, léenos, sé tú mismo...

No podía resistirlo. Noté como la mano se me iba hacia la mesita. Ya la tenía a medio camino...

De pronto la enfermera se levantó de su escritorio y, desde el otro lado de la consulta, me gritó:

-Tu madre me dijo que vuestro seguro era “Caser”, ¿verdad?

Todas las marujas se volvieron hacia mí y me dedicaron una sonrisa de madraza. En fin. ¿Cuántos médicos más habrá en mi pueblo?

(Porcentaje de realidad: 88%)

viernes, 20 de abril de 2007

Capítulo 2: ¡respuestas!

Lo prometido es deuda: tengo respuestas frescas. (Echa un vistazo al post anterior si no sabes de que va esto.)

El asunto de la llamada telefónica

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué aquella voz misteriosa llamó a Lahermanadelulú por su nombre?

Lahermanadelulú tiene una amiga cuya hermana se llama igual que ella (no es culpa mía que esta frase sea tan difícil de leer, yo prefería “Sophie”). Aquel día, esa amiga había llegado tarde a su casa y se había olvidado de las llaves. Telefoneó a su hermana para que le abriera la puerta porque no quería llamar al timbre y despertar a sus padres. Desgraciadamente, en la agenda de su móvil marcó a “Lahermanadelulú” equivocada. Lo peor es que la pobre chica creyó haber llamado a la correcta, y se pasó media hora en la calle acordándose de su mamá (es decir: de la madre que parió a su hermanita).

¿Cómo pudo coincidir justo con el instante en el que parecía probable que Lulú se hubiera quedado realmente en la calle sin llaves?

Mi teoría es que -los días de semana- muchos nos despedirnos de la novia/novio a la misma hora aproximadamente: la una de la madrugada. A esa hora yo volvía hacia mi coche y encontraba a los perritos. Al mismo tiempo, ella también se despedía de alguien y regresaba a casa. La suerte se encargó del resto.

¿Por qué usó las mismas palabras que Lulú habría usado en esa situación? ¿Y por qué la voz era tan parecida a la de Lulú como para engañar a su propia hermana?

Esto es una cuestión de psicología elemental. Lulú y su hermana están tan unidas que han acabado por considerarse la una a la otra la amiga ideal. Esto provoca que tiendan a buscar amigas que se parezcan a su respectiva hermana. Por eso la voz y la forma de expresarse de la amiga sonaban tan parecidas a las de Lulú. Si unimos esto a que Lahermanadelulú estaba en la cama medio dormida, y a que su amiga había hablado en un susurro... ¡voilà!

Lo sé, lo sé, gracias, gracias... no me aplaudáis a mí, era una simple cuestión de pensamiento deductivo, queridos Watsons.

El destino de los perritos

Al día siguiente Lulú llevó a los perritos a la veterinaria. Allí descubrió que nuestros tres amigos tenían otros tres hermanitos, que habían sido abandonados en la otra punta de la urbanización. Los seis se reunieron de nuevo en un emotivo encuentro que ya lo quisiera Isabel Gemio. Esa misma mañana, al salir de clase, me pasé por casa de Lulú para ver qué había ocurrido. Como a mí me entró la llorera por no haber dicho adiós a los bichos, Lulú me propuso ir a hacerles una última visita a la clínica veterinaria. Nos llevamos la cámara de fotos. Si alguno vive por Málaga y está interesado en adoptar un hijo peludo, ¡que avise! ¡Solo válido hasta fin de existencias!

¡No les des de comer después de las doce!


El del morro blanco tiene carisma


Este se cree que es el único lobo albino

Y solo nos queda una pregunta...

¿Por qué Lahermanadelulú se pone una bata que da miedo?


Lo siento amigos, me temo que no tengo huevos para preguntárselo. Supongo que tendremos que vivir con la duda.

(Porcentaje de realidad: 98%)

martes, 17 de abril de 2007

Los hijos de Scooby Doo. Capitulo 1: “La llamada telefónica”

Hay historias que merecen ser contadas exactamente como ocurrieron, sin cambiar una coma. Situaciones tan improbables, tan novelescas, que cualquier esfuerzo por adornarlas acaba restándoles eficacia. Algunas historias como la sucedida la noche de ayer merecen un porcentaje de realidad del 100%.

Lulú vive en una urbanización separada de la ciudad, y bastante solitaria. Normalmente, cuando salgo de su casa por la noche, recorro el trayecto hasta el coche en un silencio absoluto. Ayer, sin embargo, encontré a los perros de toda la calle ladrando como locos. A medida que pasaba por delante de cada puerta, escuchaba la voz de los dueños exigiendo silencio con gritos susurrados, que no lograban lo que pretendían. Había luna nueva, y la luz proveniente de las farolas parecía más tenue y artificial que de costumbre.

Al llegar a mi coche, descubrí la razón de tanto ladrido. Alguien había abandonado a tres cachorritos adorables en mitad de la calle: uno negro, otro blanco y otro a manchas. Lloraban desconsoladamente y se habían colocado uno encima de otro formando una montañita de pelo para mantener el calor. Por un momento pensé en hacerme el ciego/sordo: al fin y al cabo, soy un ventrílocuo malvado y tenía que madrugar al día siguiente. Pero pudieron conmigo Bambi, Espinete, Marco y todos los demás dibujitos sin madre que me tragaba cuando era pequeño. Lulú me había contado que la veterinaria que pasa consulta en su urbanización solía aceptar animalitos abandonados, para luego intentar regalárselos a sus clientes. Así que volví a casa de Lulú y le pregunté si sería posible que los guardara esa noche en su garaje, para llevárselos a la veterinaria al día siguiente. Lulú aceptó, como ha hecho siempre (ya ha perdido la cuenta de los animales abandonados que han recogido en su casa). Antes de salir a por los cachorros, fuimos a la habitación de Lahermanadelulú que ya estaba acostada para contarle lo ocurrido y pedirle consejo. La dejamos en la cama y equipados con una enorme caja de cartón y unos guantes marchamos al rescate.

Los perritos no se habían movido del lugar en el que los había encontrado. Lulú los recogió cariñosamente (mmm, estaba adorable), a la vez que decía "oooooh, que cosita, oooooh". Mientras tanto, yo sujetaba la caja con cara de susto. Regresamos a casa rápidamente. Los perros de los vecinos multiplicaron sus ladridos a nuestro paso, hasta que el escándalo se volvió ensordecedor. Confieso que la oscuridad de la noche, el llanto de los cachorros (que parecía de niños) y aquel coro de aullidos que nos perseguía me pusieron los pelos de punta. Pero lo peor aún estaba por venir.

Al llegar al jardín, una imagen me sobrecogió. Había una silueta completamente vestida de blanco de pie frente a la puerta. La figura parecía brillar por la luz de las farolas. Me tranquilicé al descubrir que se trataba de Lahermanadelulú en bata (no es la primera vez que pego un respingo al verla con esa bata caminando por un pasillo oscuro), pero volví a preocuparme al observar la expresión de sus ojos. Estaba muy seria. Parecía asustada.

Lulú, ¿acabas de llamarme por teléfono? preguntó cuando nos acercamos.

Lulú contestó que no, muy extrañada. ¿Una llamada a la una de la madrugada? Lahermanadelulú levantó el teléfono que llevaba en la mano.

Es que ha sonado hace un momento dijo. Ponía “número desconocido”. He descolgado y una voz de mujer me ha dicho:

“Lahermanadelulú, por favor, ábreme la puerta, que estoy en la calle y no tengo llave”.

Lulú y yo nos quedamos paralizados. Soy un tipo escéptico (muy escéptico) pero os juro que en ese momento un escalofrío me recorrió la columna vertebral y noté como se me erizaban los pelillos de las sienes.

Pensé que eras tú continuó Lahermanadelulú, dirigiéndose a su hermana, aunque no entendía por que no ponía tu número... y no estaba segura de que fuera tu voz.

Lo primero era lo primero, así que llevamos a los cachorros al semisótano y les pusimos periódicos y una mantita. Después Lahermanadelulú decidió devolver la llamada.

“El número al que llama está apagado o fuera de servicio” fue la única respuesta a nuestras atemorizadas preguntas.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué aquella voz misteriosa llamó a Lahermanadelulú por su nombre? Si se trataba de una equivocación desafortunada, ¿cómo pudo coincidir justo con el instante en el que parecía probable que Lulú se hubiera quedado realmente en la calle sin llaves? ¿Por qué usó las mismas palabras que Lulú habría usado en esa situación (según confesó ella misma más tarde)? ¿Y por qué la voz era tan parecida a la de Lulú como para engañar a su propia hermana?

Yo tengo una teoría que me parece bastante probable. Creo que hay un... llamémosle “fantasma asesino”, que vivía en la calle de Lulú (yo mismo he notado su presencia muchas noches). Ese espíritu quería entrar en una casa, pero no podía hacerlo a menos que alguien le permitiese pasar después de media noche. De alguna manera, el espíritu creó aquellos cachorritos adorables (utilizando sus malas artes infernales) para conseguir que Lulú saliera de casa. En el momento oportuno, llamó a Lahermanadelulú y le pidió que le abriera la puerta, haciéndose pasar por Lulú... Y ella le abrió. A partir de ahora, sus pasos resonarán por los pasillos cada noche...

Bueeeno, vaaale, quizá no haya sido del todo “científico”... esta mañana me enteré de la verdadera explicación del misterio y me temo que no tenía mucho de paranormal. ¡Pero mi primera teoría era mucho más divertida (sobre todo si hubierais visto las caras de Lulú y de su hermana mientras se la contaba)!

Lo sé, quedan muchas preguntas en el aire: ¿Qué ocurrió finalmente con los perritos? ¿Cuál es esa verdadera explicación de la que os he hablado? ¿Por qué Lahermanadelulú se pone una bata que da miedo? No se pierdan los próximos episodios.

(Porcentaje de realidad: 100%)

lunes, 9 de abril de 2007

In the country

He aquí la respuesta para los que se preguntaban por qué he tardado tanto en publicar: estaba haciendo esta chorrada. Algunos pensaréis que me aburro mucho en mi casa, y otros que hay formas mejores de perder el tiempo. Todos estáis en lo cierto.

Se trata de un retrato para la posteridad de la excursioncilla que hicimos unos amiguetes el viernes pasado. Cualquier parecido con la realidad es pura mala leche por mi parte. Los actores, de izquierda a derecha son: Malvado Ventrílocuo, Lulú, Pétalo, Maya, Lahermanadelulú, Pablo Mármol y Jerry.



(Uff, que churro. Resulta que con el youtube el dibujo se ve solo regular. Si alguien quiere ver las caricaturas con más detalle, que pinche aquí).

(Porcentaje de realidad: 75%)

domingo, 1 de abril de 2007

Mi padre quiere que sea trucha

Cuando mi madre abrió la perfumería, mi padre -que es maestro y tenía más tiempo libre- tuvo que empezar a encargarse de la cocina. Hasta entonces, lo único que sabía preparar eran lentejas quemadas y flan del chino. Mi madre tuvo que explicarle las recetas habituales, y él, día tras día, las fue apuntando cuidadosamente. Si hubiera sido otro, se las habría aprendido y se habría convertido en un ama de casa normal y corriente. Sin embargo, mi padre es un tipo perfeccionista y muy manitas, que no podía hacer las cosas como cualquiera. Mi padre estaba destinado a convertirse en el ama de casa definitiva.

El plan de acción consistió en lo siguiente: en primer lugar, distribuyó todas las recetas en cuatro semanas, combinando los platos para que la dieta fuera equilibrada, y para que las recetas similares no se preparasen en días próximos. Con el ordenador, imprimió unas tablas con la distribución de los platos. Llamó a cada semana A, B, C y D, y lo marcó en el calendario de la cocina, de manera que la comida de todo el año quedó programada. Nunca más tendría que preocuparse de qué debía poner al día siguiente.

Pero seguía estando el problema del supermercado. Hacer la lista era un engorro que podía aliviarse gracias a la programación. Mi padre estudió todos los ingredientes necesarios para las cuatro semanas, y desarrolló una lista de la compra diferente para cada una, con todo lo necesario. Organizó los productos en las listas conforme a su distribución en el Mercadona de al lado de mi casa. De esta forma, cuando tiene que hacer la compra, mi padre solo necesita escoger una copia de la lista adecuada y echar un vistazo rápido para tachar los productos que ya hay en casa. Una vez en el super, compra todo de una sola pasada. Entra por una puerta, coge ordenadamente los productos de la lista y sale por la caja. Jamás repite un pasillo. Jamás se le olvidaba el ketchup.

Confieso que al principio a todos nos pareció que se le había ido la olla. A mí me recordaba a aquel episodio de Tim “Herramientas” Taylor, en el que su mujer le encarga aspirar la casa. Tim decide que las aspiradoras son para nenas, así que construye la aspiradora para hombres, que es como una aspiradora normal pero con 200 caballos de potencia. Aquel episodio acababa con la aspiradora tragándose todos los muebles de la casa, las baldosas del suelo, a los niños y, finalmente, al propio Tim “Herramientas”. De la misma manera, todos esperábamos que la realidad pusiera a mi padre en su lugar, demostrando que lo tradicional tiene su razón de ser, y que él solo era un novato presuntuoso.

Sin embargo, eso jamás ocurrió. El plan de mi padre no tiene errores: es perfecto. En mi casa ya nadie se preocupa por la comida del día siguiente, estamos sanos, hacemos la compra semanal en menos de una hora y nunca falta nada. Nadie tiene que pensar. Todo funciona como un engranaje bien engrasado.

El otro día, mis padres tuvieron que despedir a la señora que limpiaba en casa (las hipotecas no están para bromas). Mi madre dijo que tendríamos que repartirnos la limpieza entre todos. Mi padre se ha encargado: cuatro bloques de tareas, cada uno asignado a un periodo de dos meses, repartidos en secuencias de una semana, con tareas adicionales que se alternan cada catorce días. Los bloques se asignan en un calendario. Cada hermano tiene su misión; todo está registrado y equilibrado, nadie puede escaquearse. El sistema no tiene puntos débiles. El sistema es inviolable. “Big brother is watching you.”

El sábado pasado encontré a mi padre diseñando los planes de tareas. Había nombrado los bloques con códigos: A1, A2, B1...

-Eso va a ser muy difícil de recordar -le dije yo-, es mejor que le pongas unos nombres menos formales, como nombres de animales o algo así.

Pensaba que -ya que la dictadura del pueblo había llegado a mi hogar- al menos podíamos hacerlo un poco más divertido.

Ayer, mi padre subió a mi cuarto y me entregó una fregona, un bote de lejía, dos trapos y un plumero.

-Eres trucha -dijo.

El destino, al parecer, no está carente de cierta ironía.


(Porcentaje de realidad: 92%)

lunes, 26 de marzo de 2007

Bicicletas, cables y un ataúd

El día de ayer fue muy completo (es lo que suele ocurrir cuando uno no estudia en todo el día). Nada más levantarme, vi el maravilloso sol brillando en la ventana, llenando de luz y alegría mi cuarto, y pensé...

-¡Mierda, se me olvidó cerrar la persiana!

Cerré la persiana y dormí un par de horas más (a mi el cambio de horario me la repanfinfla). Cuando volví a levantarme, abrí la persiana de nuevo y vi el maravilloso sol brillando en la ventana (otra vez) y pensé:

-¡Qué día más soleado! (Sí, soy bastante obvio).

Así que llamé a Lulú y a Roger y los tres nos fuimos a recorrer con las bicis la desembocadura del Guadalhorce. Es una especie de "mini-parque natural". Hay guardas para echarte la bronca si molestas a los pájaros, pero ha sido devorado por la ciudad hasta tal punto que es más fácil encontrar edificios que árboles.

Pero, si consigues hacer oídos sordos (y ojos ciegos), y te haces a la idea de que estás en el campo... ¡es un lugar precioso! Me sentía como deben de sentirse los que salen en la caja de las galletas Digestive, corriendo por un campo de trigo dorado. Y Lulú estaba preciosa en su bicicleta, con el pelo ondeando al viento y los pantalones de talle bajo haciendo de las suyas. Mmm, era todo tan idílico... exceptuando, claro está, cuando aquel estúpido pájaro le cagó a Lulú en la mano (se creen que pueden hacer lo que quieran por pertenecer a una especie protegida, grrr).

Bueno, y tampoco fue precisamente idílico...

El sillín.

El maldito sillín.

Mi pobre retaguardia me duele como si me hubieran empalado... Pero, no contentos con el dolor conseguido, Lulú y yo decidimos repetir la excursión por la tarde, esta vez acompañados de Lahermanadelulú y su sobrino. Puede que las secuelas sufridas por mi coxis sean ya irreparables. No sé quién diseñó ese sillín, pero está claro que no pertenece a mi especie. Yo creo que es un problema de incompatibilidad: intentar sentarse en él es como intentar enchufar un mp3 en la alcachofa de la ducha.

Después de comer, estuvimos echando una mano a Lahermanadelulú, que tenía que enviar un e-mail a un amigo. Quería despedirse poniendo “¡A ver si nos vemos en la piscina!”, aludiendo a que ambos se han apuntado a las mismas sesiones de natación. Sin embargo, había utilizado el “a ver” poco antes en el mismo texto, y no quería repetirse, así que todos nos pusimos a buscar un sinónimo. ¡Descubrimos que es imposible! Resulta que “a ver” es la expresión más sofisticada de toda la lengua castellana. La única forma que se nos ocurrió de dar a entender el mismo significado fue sustituir:

“A ver si nos vemos en la piscina. Un beso.”

por:

“Creo que es probable que nos encontremos en la piscina, y realmente deseo que eso ocurra, aunque es un deseo puramente amistoso, sin insinuaciones sexuales. Además, no tengo ninguna intención de quedar contigo formalmente para encontrarnos allí, porque no me apetece tanto verte, aunque pretendo seguir cayéndote bien. Un beso.”

Después de mucho meditarlo, decidió despedirse poniendo “Adiós”.

Por la noche, cené a toda velocidad y me fui a ayudar a mi primo Lucky a transportar su nuevo teclado desde el coche hasta su cuarto. ¡Había ido nada menos que a Toledo para comprárselo! Eso es amor por la música y lo demás son tonterías. La caja, que pesaba unos cincuenta kilos, tenía unas dimensiones y un aspecto que recordaban claramente a un ataúd de niño. Bueno, yo no digo nada. Si mi primo dice que es un teclado, pues es un teclado.

Y, para acabar el día, nos fuimos a echar una mano a Maya (que ahora es nuestra vecina): se le había parado el coche en mitad del pueblo. Allí fuimos Lucky y yo, con unos cables que me había prestado Lulú, para echarle unos voltiejos a la batería. En realidad no sabíamos si el problema estaba relacionado con la batería o no, pero nosotros practicamos la mecánica al estilo de los psiquiatras de los años cincuenta: todo lo arreglamos con electroshocks. Por desgracia, resultó muy evidente que la avería iba por otros derroteros, y no pudimos soltarle la descarga. Qué lástima, me habría encantado.

(Porcentaje de realidad: 93%)

jueves, 22 de marzo de 2007

La vida de los otros

Sigo buscando una sonrisa de repente en un bar,
una calada de algo que me pueda colocar,
una película que consiga hacerme llorar...

(Pereza, “Princesas”)

Yo pienso que las sonrisas de los bares son las peores, porque se deben más al alcohol que a las emociones profundas. Y tampoco fumo. Sin embargo, entiendo a este tío. ¿No tenéis la sensación de que todo se ha vuelto superficial y desleído? Las películas, las canciones, los libros... Pero, ¿es el mundo el qué ha cambiado, o mi propia percepción? Cuando un carnicero comprueba que su cuchillo ya no corta como antes, no se le ocurre pensar que las vacas se están volviendo más duras: supondrá que es su cuchillo el que se ha desafilado. Es de ingenuos creer que el mundo cambia más rápido que nosotros.

Una película que consiga hacerme llorar...

¿Y qué hacemos si no podemos cambiar de cuchillo? Llevando esta metáfora demasiado lejos, se me ocurren solo dos opciones: o lo afilas o buscas una carne más tierna. Yo me siento incapaz de afilar mi cuchillo, ya es demasiado tarde para recuperar la ingenuidad. Por eso, me decanto por la segunda opción: encontrar aquello que aún pueda conmoverme, esté donde esté.

Hoy he visto “La vida de los otros”. No ha conseguido hacerme llorar -porque no era su objetivo- pero creo que al cantante de Pereza le habría gustado. Os la recomiendo: “La vida de los otros” es el filete tierno que andaba buscando esta noche.

Y perdonad el color del texto, no pude contenerme. Si veis la película, me comprenderéis.

(Porcentaje de realidad: 100%)

miércoles, 14 de marzo de 2007

El péndulo

¿Quién cree en los fantasmas? Yo desde luego no, ni tampoco Lulú, ni mi primo Lucky Luke, ni siquiera Maya. Entonces, ¿por qué desencadenaron aquel terror ancestral los hechos transcurridos la noche del viernes? ¿Por qué no pudimos enfrentarnos a las incógnitas con la mente científica y lógica que nuestras respectivas formaciones académicas nos habían proporcionado?

Esa noche, Lulú y yo paseábamos por el pueblo -entregados a nuestro vicio secreto, los gusanitos- cuando nos encontramos casualmente con Maya, que se dirigía al piso que acababa de alquilar no muy lejos de mi casa. Decidimos acompañarla. Maya había quedado con mi primo Lucky Luke para enseñarle su nuevo hogar y, de paso, envolver (y esconder) algunos adornos dejados por la anterior inquilina. Nosotros tampoco habíamos visto todavía el piso, así que los cuatro nos reunimos a la entrada del edificio, y Maya nos condujo al interior.

Me gustó el piso de Maya, sobre todo el lugar en el que está situado y el enorme salón. Sin embargo, descubrimos que era un piso muy antiguo. Los muebles, los interruptores de la luz, las lámparas… todo tenía un aire vetusto y señorial, y nos recordó un poco a la casa de nuestras respectivas abuelas.

-¡Esto se arregla en cuanto metas todos los cuadros en un cajón! -dijimos a Maya. Y ella, no del todo convencida, asintió con la cabeza mientras abría la bolsa en la que había traído los plásticos para envolver.

-Sí -murmuró- pero lo peor no son los cuadros: estoy deseando quitar ese reloj de pared. Me da mal rollo. Además, está parado, no sirve para nada.

En efecto, el péndulo colgaba inmóvil.

Conseguimos contener la tentación de pasar el resto de la noche reventando las burbujitas de los plásticos y nos dispusimos a deshacernos de los viejos recuerdos. Lucky cogió el tranquillo enseguida. Antes de que nos diéramos cuenta, ya había envuelto todas las figuritas de payasos que había sobre el mueble-bar, los platos decorativos con imágenes victorianas que colgaban de las paredes, un florero, dos vasijas, los cojines y los posavasos. Entre todos, y con gran esfuerzo físico y mental, conseguimos detenerle antes de que envolviera los cubiertos y la taza del water… y estoy seguro de que, si le hubiéramos dejado a sus anchas, habría acabado envolviéndose a sí mismo, y convirtiéndose en una momia viviente, que perduraría eternamente en una esquina del salón, plastificado como Laura Palmer.

La primera sorpresa llegó cuando, simultáneamente, encontramos dos extraños adornos para envolver. Se hallaban en esquinas opuestas de la casa, pero ambos tenían un aspecto similar: parecían urnas para cenizas, como las que se usan en los crematorios. Una de ellas -la más grande- tenía un aspecto sobrio y resistente, podría decirse que “masculino”. La otra, por el contrario, parecía delicada, estaba cubierta de adornos y lazos, y era pequeña y de color rosa.

-¡Vaya! -exclamó Lulú-, ¡parece que acabamos de conocer a los últimos inquilinos!

A Maya no le hizo ninguna gracia. Cogió los recipientes y, tratando de parecer decidida, levantó la tapa. Estaban vacíos.

-¿Lo veis? -dijo-. Aquí no hay muertos, solo aire.

En ese momento nos dimos cuenta de que Lucky llevaba un rato muy quieto, observando fijamente la pared. Todos recorrimos lentamente la trayectoria de su mirada, temerosos de lo que sabíamos que encontraríamos al final:

El péndulo del reloj de pared estaba oscilando.

-¡Hace unos minutos estaba quieto! ¡Estoy seguro de que estaba quieto! -dijo Lucky.
-Es verdad, no se movía -murmuró Lulú con la voz temblorosa-. Maya lo dijo, ¿verdad que no se movía, Maya?

Maya se había sentado en una silla, y se tapaba los ojos para evitar echarse a llorar. En ese momento, Lulú la miró y exclamó:

-¿Y vas a quedarte a dormir aquí esta noche?

Lucky recorría la habitación con la mirada:

-¡Quién sabe dónde estarán las cenizas de las urnas! -Dijo- ¡quizá esparcidas por toda la casa!

Yo intenté hablar, pero fue imposible. Todo el mundo gritaba y tenía los ojos desorbitados. Maya andaba ya en la fase de negación, susurrando: “no, no, no, no…”, y adoptando poco a poco la posición fetal.

Decidí esperar un rato, hasta que se calmaran los ánimos. Supongo que me asaltó el recuerdo del libro que más me gustaba cuando era pequeño. Se llamaba “De Profesión, Fantasma”, y trataba sobre un niño al que contrataban en un viejo castillo para que simulara la existencia de un fantasma, y así atraer a los turistas. Siempre quise ser como aquel niño misterioso, que pululaba por la noche entre los pasadizos, agitando cadenas y encendiendo candelabros. Quizá por eso tardé tanto en confesar que yo, aburrido de envolver adornos, había abierto un poco la caja del reloj hacía unos momentos, y le había dado un toquecito al péndulo, para ver si aún funcionaba. Al fin y al cabo, ¿qué es la vida sin un poco de misterio?

(Porcentaje de realidad: 90%)

viernes, 9 de marzo de 2007

Ruines pensamientos

Yo estudiaba para ingeniero superior de telecomunicaciones (5 años) en Málaga, pero al final me rendí y me pasé a ingeniero técnico (3 años). Como muchos ya sabréis, la carrera de ingeniero de teleco en la Universidad de Málaga es una monstruosidad. Las listas de aprobados acostumbran a estar casi vacías, y los años que necesita un alumno medio para acabar crecen hasta convertirse en un despropósito. Yo era el alumno medio. Sin embargo, tuve un par de amigos en los primeros años especialmente espabilados y trabajadores, que finalmente lograron acabar la carrera en el plazo oficial.

El caso es que, de vez en cuando, me encuentro a algunos de esos amigos. Y me avergüenza mucho tener que reconocer que me aterran esos encuentros. Sacan lo peor de mi mismo. Los amigos de los que os hablo eran amables, simpáticos y buenos compañeros pero, cada vez que les veo, siento unas espantosas tentaciones de estrangularlos. Me dan envidia, y no soporto que hayan conseguido lo que yo no pude, en igualdad de condiciones.

Así es: yo me creía una buena persona y, sin embargo, he acabado teniendo los más rastreros pensamientos. No soy comprensivo, ni razonable, ni coherente. Mis sentimientos recorren todo el espectro de lo ruin. Por ejemplo, me haría muy feliz que las cosas les fueran peor.

De pequeño siempre pensé que sólo los malos eran capaces de desarrollar tales sentimientos. Sin embargo, ahora me resulta imposible verme a mi mismo como un villano. Me he autoconvencido de que no hay nada de malo en tener sentimientos crueles, mientras uno acabe actuando de la forma correcta.

¿Cuál es la moraleja de esta historia? ¿Qué la rectitud no está en los pensamientos, sino en los actos? ¿Que todos los villanos creen estar haciendo lo correcto?

Puede que, después de todo, no sea una cuestión de bondad o maldad. No creo ser más responsable de mis actos que de mis sentimientos. A lo mejor todo es culpa de la evolución de las especies: los individuos que sienten rabia contra los machos dominantes tienen más posibilidades de destronarlos, hacerse con las hembras y pasarse el resto de sus días copulando como locos.

Seguiré dándole vueltas. Al final encontraré una justificación para mis sucios sentimientos… una que me permita seguir creyendo que soy el héroe de esta historia.

Un abrazo, nos vemos en el lado oscuro.

(Porcentaje de realidad: 85%)

domingo, 4 de marzo de 2007

Madrid

El día 28, unos cuantos amigos fuimos a Madrid para ver el musical "hoy no me puedo levantar". En realidad, ver el musical no era mi plan inicial. Yo había previsto dedicar las vacaciones a una equilibrada combinación de siestas y pasión desenfrenada, aderezada con el toque romántico de una capital europea. Al final, Lulú y yo acabamos yendo al musical y haciendo turismo a la japonesa, y la verdad es que me lo pasé muy bien.

Nunca había visto un musical, y no me llamó mucho la atención. Supongo que se me encendió el gen protestón, que es un gen que llevamos todos los castellanos y que se activa cuando hay que bailar o cantar. Por otra parte, me pareció que el argumento era aburridillo y las canciones traídas por los pelos, y eché mucho de menos a Ana Torroja. Eso sí, los actores lo hacían de maravilla.

Pero la actuación que más me impactó no fue la que transcurría en el escenario. Estábamos en pleno escenón dramático, con el corazón sobrecogido, cuando sonó a todo volumen el teléfono móvil de la mujer que se sentaba detrás de mí. Me pareció que el actor protagonista -que estaba soltando su monólogo en ese momento- daba un respingo. El acomodador subió corriendo y echó una "bronca / consejo de guerra" a la mujer, al tiempo que le apuntaba la linterna a la cara con intención de derretírsela. Pero se ve que la mujer era de poco escrúpulo, porque dejó el móvil encendido y volvió a sonarle en la siguiente escena clave (también tenía puntería la tía). Entonces fue cuando se produjo el instante realmente sobrecogedor de la obra. Mi vecino de butaca se irguió fuera de si, miró a la mujer con los ojos encendidos y exclamó:

-¡Apaga ese p##o móvil!

El dramatismo de la escena, la rabia desencadenada por el sonido del teléfono, y aquellas poderosas palabras que rompían brutalmente el silencio del teatro, confluyeron en un solo instante. Se me sobrecogió el corazón. Sentí vergüenza, miedo, tristeza y pena, todo al mismo tiempo. Cuando, al final del musical, todo el mundo se levantó para aplaudir a los actores, yo me di la vuelta y aplaudí a mis dos vecinos.

Por lo demás, el viaje ha sido genial. Desayuno con churros y chocolate en Sol, café en el Starbucks, una foto en los leones del congreso y mucho, mucho metro. Vimos la exposición de Escher (me encanta ese tío), conocimos a algunas personas nuevas, sufrimos las obras por todas partes (¡en un restaurante había polvo de cemento en los cubiertos!), caminamos hasta destrozarnos los pies... Vivimos Madrid.

A la vuelta, casi perdemos el autobús. Llegamos a la Estación Sur en el último minuto, después de pasar a la carrera por la mitad de los metros de la ciudad. Cuando por fin logramos acomodarnos, el autobús arrancó y apagaron las luces. Lulú, me agarró la mano y no me soltó hasta que llegamos casa.

Por desgracia, mi salud no tuvo un viaje tan bueno como yo. En Madrid, sufrí tantos cambios de frío a calor que creí haberme enamorado de la ciudad. Luego resultó que solo era una cuestión de calefacciones mal reguladas, y mi gripe a medio curar aprovechó para regenerarse. Espero sobrevivir para el próximo post.

(Porcentaje de realidad: 97%)

martes, 27 de febrero de 2007

El irlandés

Nos hemos comprado un ordenador portátil. Lo encargamos por Internet (es un Dell) y nos lo mandaron por UPS. En cuanto lo enviaron desde la fábrica, nos indicaron un código con el que podíamos averiguar por dónde andaba el paquete, a través de la página web del transportista. Durante un par de semanas, la espera le dio sentido a nuestras vidas. Partió de un pueblecito de Irlanda. Fuimos siguiendo su aventura, a medida que pasaba de una oficina a otra: Inglaterra, el Canal de la Mancha, París, la Costa Azul, Madrid... lo sé, no es justo que nuestros electrodomésticos hagan los viajes que nosotros solo podemos soñar. ¿Quién sabe? Quizá se detuvo en Londres para escuchar las campanadas del Big Ben a la luz de la luna; o navegó por el Sena, con una bufanda y una gorra de fieltro, contemplando la Torre Eiffel mientras abrazaba a una preciosa tostadora y exclamaba: "Oh, mon amour!".

Cuando por fin llegó, me pilló en casa con la gripe. Estaba dormido en el sofá. El tio de UPS llamó al timbre y di un salto tan brusco que casi me quedo inconsciente firmando el recibo. Le había prometido a Roger que no abriría la caja hasta que él llegara (reminiscencias de las navidades de los ochenta), así que el portátil y yo pasamos el resto de la tarde viendo la tele muy impacientes. Mi madre se moría de risa cuando me pilló haciéndole fotos a una caja. A ver quien es el listo que la convence ahora de que ya soy mayor para elegir mi propia ropa.


La verdad es que habría sido más divertido que no llegara nunca, prolongar el estado de emocionante espera hasta el final de nuestros días. Mientras uno espera algo con ilusión, casi nunca se para a pensar en qué ocurrirá cuando finalmente lo reciba. Yo, hasta esa noche, no me había dado cuenta de que un ordenador portátil es, al fin y al cabo, un ordenador como el que ya tenía encima de la mesa (solo que un poco más esmirriado).

El portátil venía con Windows Vista instalado. Windows Vista es algo así como Windows XP, pero cambiando la palabra "XP" por "Vista". Sin embargo, hay una aplicación que viene instalada y que sí que me sorprendió: el reconocimiento de voz. Resulta que el Vista trae un reconocedor de voz que funciona mucho mejor de lo que yo esperaba. No sabía que se pudieran hacer ya estas cosas. He conseguido dictarle diez o doce líneas seguidas sin que apenas cometiera un par de fallos. Pero lo más misterioso es que soy la única persona a la que el ordenador comprende bien. Cuando lo han probado Lulú, mis hermanos, o mis padres, los resultados han sido desastrosos. ¿Por qué solo me entiende a mi? Únicamente se me ocurren tres opciones:

- Soy un robot.

- Fui abducido por una nave extraterrestre, y durante las malévolas pruebas me insertaron una conexión wire-less en la médula espinal (además de los experimentos sexuales).

- Hablo como Bill Gates.

Todas las posibilidades son igualmente aterradoras. Mientras me decido por una, creo que seguiré tecleando.

(Porcentaje de realidad: 90%)

sábado, 24 de febrero de 2007

Armageddon

En primer lugar, lo científicamente correcto es hacer públicos los hechos. Confío en que, a la luz de los acontecimientos transcurridos a lo largo de este viernes, vuestras conclusiones coincidirán con las mías. En el peor de los casos, al menos conoceréis los indicios que me han ayudado a deducir que el fin del mundo ha llegado:

: Me levanto y, aprovechando el gripazo, me da por ver un episodio de "Doctor en Alaska" en el ordenador. Casualmente doy con el divertido capítulo en el que un satélite cae sobre las montañas de Cicely, impactando desafortunadamente contra el quinto novio de O'Conell, la protagonista (y convirtiéndolo automáticamente en su quinto novio muerto). Me echo unas risas y unas buenas meditaciones trascendentales. Es lo que pega después de un episodio de "Doctor en Alaska".

: A media mañana, mi vecino loco vuelve a hacer de las suyas. Grita como un condenado y le oigo arrojar algún objeto contundente. A través de mi ventana veo algunas tejas rotas en el tejado de otro vecino, y hay un tiesto destrozado en el suelo de un patio contiguo. Subo arriba para avisar a Roger de que no se asome a la ventana, porque el loco está practicando el lanzamiento de ladrillo. Me lo encuentro asomado. En ese mismo instante, un trozo de cemento del tamaño de un puño le pasa por al lado de la cabeza. Roger se aparta a tiempo, pero el techo de uralita de mi patio trasero no tiene tan buenos reflejos. Se produce un Deep Impact en pleno tendedero. El meteoro del loco atraviesa el techo y agrede brutalmente a las sandalias de Roger que estaban encima de un armario.

Pues nada, se pone un parche en el techo y a otra cosa. No nos enfadamos con el loco porque es un pobre enfermo, sin culpa de nada, y nosotros somos muy comprensivos. Aunque no estaría mal que lo atropellara un coche.

: Anuncian en el telediario el inminente acercamiento a la Tierra de un meteorito, que podría llegar a chocar contra nosotros en el 2036. Tras el susto de los titulares, el locutor reconoce que la probabilidad de que el pedrusco alcance la superficie terrestre no es demasiado alta: una entre cincuenta mil. Me pregunto qué probabilidad habría de que un meteorito procedente de la casa de mi vecino alcanzara mi tendedero.

Tres hechos aislados y diferentes confluyen inexorablemente en el mismo mensaje: ¡meteoritos! Y los tres han ocurrido durante la misma mañana, en apenas 3 horas. ¿No os parecen indicios suficientes de que algo extraño está ocurriendo? ¿No interpretáis un claro mensaje, llegado de ultratumba? Está bien, veo que sois escépticos. Pero aún existen otras dos pruebas que corroboran mi teoría de que se ha producido una perturbación en la fuerza. Me las estaba reservando para el juicio (el juicio final, se entiende), pero ahí van:

: Vamos a cenar a un restaurante mejicano. Antes de darme cuenta, el camarero ha metido mi cabeza en una palangana de metal, y golpea furiosamente la chapa con un vaso para hacer que mi cráneo retumbe. Al parecer, es una forma de amenizar la velada. Por fin comprendo el sufrimiento del gato Tom (de Tom y Jerry), y admiro su paciencia. Esto no tiene mucho que ver con el fin del mundo, pero está claro que pertenece al campo de lo paranormal.

: Al regresar a casa, mis padres están terminando de ver "Mothman, la última profecía" y... ¡ninguno de los dos se ha quedado dormido! Esta circunstancia insólita constituye, en si misma, un hecho sobrenatural (cualquiera que haya visto "Mothman, la última profecía" sabe a que me refiero).

Algo está ocurriendo, de eso no hay duda. Podéis escucharme y ajustar las cuentas con Dios, o mantener vuestra mente cerrada y enfrentaros al apocalipsis sin los deberes terminados.

P.D. ¿De donde habrá sacado el loco los trozos de ladrillo que arrojaba por la ventana? Estos últimos días le oíamos golpear la pared que su casa comparte con la nuestra. Quizá esté derribando el muro lentamente. Uno de estos días, en mitad de la noche, puede que termine el agujero, y que introduzca el brazo para estrangular al pobre Roger, mientras duerme plácidamente en su cama. Jo, qué susto se va a llevar, ¡y cómo nos vamos a reír!...

(Porcentaje de realidad: 95%)

miércoles, 21 de febrero de 2007

El francés

Ayer conocí al primo francés de Lulú. Vino con su novia desde Burdeos, y tardó solo 11 horas en llegar (lo cual le hacía muy feliz). La verdad es que me cayó estupendamente. Es lo que yo llamo una persona Brise Toque Fresh: alguien que va por la vida mejorando el ambiente. El único problema es que, aunque sus padres sean emigrantes españoles, él es lingüísticamente francés. Habla el español más raro qué he escuchado nunca. En realidad, hablar con él se parece a una especie de ejercicio etimológico: de cada palabra que dice, hay que buscar la raíz, retroceder hasta el latín, intentar deducir su evolución hacia el castellano moderno y -finalmente- escoger una palabra en cristiano que encaje en el contexto.

Por otro lado, el primo de Lulú muestra una ilusión y una locuacidad que invitan a escucharlo, aunque te arriesgues a un infarto cerebral. El tío se hace querer, y no es muy sutil en sus métodos. En el par de horas que pasamos juntos ayer, le vi dar al menos cinco abrazos, invitó a mi hermano Roger (al que no había visto en su vida) a que pasara unos días en su casa y nos contó cuanto dinero gana en el trabajo. A mí me propuso abrir un restaurante en sociedad, y me reveló la receta secreta de los pastelitos que han hecho triunfar su puesto de comida para llevar, en el centro de Burdeos. Un tipo simpático, sí señor, ojalá yo inspirase tanta confianza (de momento solo inspiro aire).

Desgraciadamente, dudo que yo le haya causado tan buena impresión como él a mí. El problema es que mi herramienta social -mi forma de relacionarme con los demás- consiste en hacer juegos de palabras estúpidos, a propósito de lo que habla mi interlocutor. Sí, lo sé, puede parecer una forma bastante desafortunada de hacer amigos, pero funciona. Me hace parecer un pringao y un friki, y a todo el mundo le caen bien los pringaos. Sin embargo, ayer estaba atado de manos. ¿Cómo le haces juegos de palabras a alguien que habla tu idioma de una forma tan surrealista? Hice lo que pude por evitar mi tendencia natural, lo prometo. Pero, cuanto más me regañaban todos, más rebuscados, absurdos y abundantes me salían los chascarrillos. Al final, ya no podía decir otra cosa. Es extraño el funcionamiento de la mente humana (bueno, y también el de la mía): saber que no debía hacerlo, me provocó una necesidad insoportable de hacerlo. A todo le veía doble sentido, y le sacaba punta a voz en grito. Obcecado en mi festival del humor, tardé en darme cuenta de que el pobre primo de Lulú me miraba como yo miraba al cura de mi pueblo, cuando me obligaban a ir a misa: sin entender una palabra y rezando a todos los santos para que me callara.

-¡Cierra la boca de una vez, que contigo no se puede mantener una conversación! -me dijo Maya, que se sentaba delante de mí durante la cena. Sobre todo lo hizo por el bien del pobre francés, aunque también porque es una mujer de risa fácil, y mi última estupidez le había hecho escupir la comida por la nariz. El hecho de que la comida regurgitada acabara sobre mi jersey, reforzó su petición. Intenté no decir más tonterías (lo que en mi caso equivale a intentar no hablar).

Esta noche vuelvo a tener cena con el primo de Lulú y con su novia. He estado preparando un par de temas para gente adulta, madura e inteligente. No, no voy a hablar de porno. Había pensado en preguntarle cómo le llaman a la tortilla francesa en Francia. ¿Tortilla francesa o solamente tortilla?

(Porcentaje de realidad: 95%)

P.D. Os estaréis preguntando (o no) por qué os cuento tantas cosas acerca del primo de Lulú y ninguna de su novia. Veréis, la chica no habla una palabra de español, y yo solo hablo tres de francés: “quarante quatre”, “cafe au lait” y “poisson” (aunque esto último no sé si significa veneno o pescado). He intentado construir conversaciones con estas tres palabras, pero solo consigo decir que después de 44 cafés con leche, todo me sabe a pescado (y eso no da para una amistad).