miércoles, 31 de enero de 2007

La innombrable

Veréis, amigos, tengo un serio problema. El otro día, en el post sobre los juegos de mesa, os hablé brevemente acerca de la hermana de Lulú. Intenté que no se notara, pero lo cierto es que esquivé deliberadamente la tarea de darle un nombre. La llamé “la hermana de Lulú”, como si fuera una vulgar actriz de reparto (me refiero a las actrices secundarias, no a las que llevan pizzas a domicilio). La hermana de Lulú no se merece un papel secundario, porque es una de mis mejores amigas. También hay que decir que no tengo suficientes amigas como para que esto signifique algo. Dejémoslo en que es una amiga muy buena.

Retomando el tema (me paso el día retomando temas, ¡que dispersión tan desesperante!), tengo un serio problema con la hermana de Lulú, y es que...

¡La hermana de Lulú no tiene nombre!

Os prometo que no es culpa mía. Si de mi dependiera, tendría nombre desde el primer día. No soy muy bueno poniendo nombres, pero al menos lo hago deprisa. ¿Qué me ha detenido entonces?

La semana pasada, cenando en casa de Lulú, su hermana se me acercó y me dijo:

-He estado leyendo tu blog. Me he puesto al día.

-¡Muchas gracias! -contesté yo, sinceramente. Me encanta cuando alguien me dice que lee mi blog. Sin embargo, la cara de la hermana de Lulú no era precisamente la de una fan incondicional. Me di cuenta de que no me hablaba en plan: “cómo mola, me he reído mucho” sino, más bien, en plan: “te he pillado, asqueroso cerdo traidor”.

-He leído tu blog entero y he observado que yo no salgo ni una sola maldita vez -continuó-. Salen mis amigas, mi primo, mi casa y hasta mi gato, pero yo no aparezco. ¿Qué pasa? ¿Es que soy muy aburrida? ¿Es que nunca hago nada digno de tu estúpido blog?

Está bien, lo reconozco: lo de “maldita” y lo de “estúpido” lo he añadido yo para darle más fuerza al texto. Y que conste que no estoy diciendo que la hermana de Lulú necesite que nadie refuerce sus textos (Dios me libre). Lo que ocurre es que a veces se dice más con los ojos que con la boca, y los ojos de ella me estaban acusando de ser estúpido, maldito y -por qué no decirlo- un poquito gilipollas.

En ese momento intervino Lulú, con ese don apaciguador que tiene:

-¡Es verdad, no sale ni una vez, ni siquiera le has puesto nombre!

Dos hermanas que están de acuerdo son un enemigo temible. Habría escapado corriendo de la casa si no fuera porque el gato tenía cubiertas todas las salidas. Tomé un bocado más de la cena y, con la mirada baja, murmuré:

-Es que... no habrá surgido...

Se me ocurrió una manera de salir del paso:

-¡Cuando me digas qué nombre quieres que te ponga, te dedico un post!

La idea pareció calmarla:

-¿Puedo elegir cualquier nombre?
-Bueno, tiene que ser el nombre de un dibujo animado. Siempre pongo nombres de dibujos animados.

Se lo pensó un rato y dijo:

-¡Quiero ser Yasmín, la de Aladdin!
-¡Eso sí que no! -exlamó Lulú. Su hermana la miró perpleja y furiosa:
-¿¡Por qué no!?
-Porque para Malvado Ventrílocuo, Yasmín es el dibujo animado más erótico de todos los tiempos. Y tú no vas a llamarte Yasmín mientras yo tengo el nombre de una muñeca fea, cabezona y que no conoce nadie.

Tuve que asentir, no me quedó otro remedio. Que me perdone Jessica Rabbit, pero nadie se contonea como esa morena.

-Oye, ¡que yo te puse Lulú porque me pareció un nombre con sex appeal! -añadí, para distraer un poco la atención. Ya era tarde, los ánimos estaban encendidos.

-¡Vaya, mi hermana egoista no quiere dejarme escoger el nombre que me gusta! Entonces me llamaré Cenicienta, que es lo que me pega.

-¡A ti te pega la madrastra!

-¡Oh...! ¡Pues nada, que no escriba sobre mí! ¿Por qué iban a mencionarme en un blog, si a nadie le importa lo que yo piense?

Y la cosa siguió por esos derroteros... Al menos conseguí dividir a mi enemigo. Me dedique a terminar la cena mientras ellas se descuartizaban. “Qué amables” pensé, “me han escrito ellas solas el próximo post”.

Por desgracia, la hermana de Lulú salió sin nombre de la trifulca. ¿Qué hago ahora? Si la llamo Yasmín, voy a tener bronca... ¡pero si no lo hago, la voy a tener más todavía! ¿Alguna sugerencia?

(Porcentaje de realidad: 95%)

domingo, 28 de enero de 2007

Rebelión en las aulas (o cómo estirar una anécdota sosa hasta las dos páginas y media)

El viernes me peleé con el profesor de servicios y redes 2.

No sé en qué estaba pensando, y no tengo ni idea de por qué lo hice. Llevaba todo el año sin abrir la boca en clase. Y no es que me falten dudas, ni que nunca haya querido hacer una observación. Simplemente, soy de los que no hablan en clase: es mi rollo.

Sin embargo, ayer ocurrió. El profesor dijo:

-En este gráfico veis cómo el número de bits por segundo se duplican con el código Manchester y por eso decimos que...

Entonces yo, sin ni siquiera levantar la mano, exclamé:

-¡Pero eso no es así!

El profesor se detuvo y me buscó con la mirada entre las filas de alumnos. No sé cómo pudo encontrarme, porque él no conoce mi voz, y mi intervención le había pillado de espaldas. Seguramente, me descubrió por mis ojos inyectados, y por mis colmillos sedientos de sangre profesoril.

-¿El qué no es así?
-La velocidad binaria, que no se duplica.

Desde mi izquierda, mi colega zarva2 me espoleaba hacia el ensañamiento: “¿Pero qué dice este tío?” me gritaba en susurros “¡no se duplica, es la misma! ¡tienes tú razón!”.

Supongo que en ese momento debí detenerme. Podría haber cedido, contener mi instinto destructivo y olvidarme de todo. Podría haberle dicho al profesor: “¡ah, sí, bueno, más o menos...!”. Esas seis palabras siempre acaban con todas las discusiones. Pero no lo hice. El monstruo había caído y teníamos que asegurarnos de que no volvía a levantarse.

-Los bits por segundo son los mismos -sentencié. En mi voz había un desprecio detestable, el mismo desprecio con el que reprenden los profesores a los alumnos cuando cometen fallos elementales.

-Entonces, según usted -repuso él-, ¿qué velocidad debería tener este enlace?

Me lo pensé un rato y contesté:

-500 bits por segundo.

Debí de acertar, porque se puso muy pálido.

-A ver -dijo él-, en ésta transparencia dice que hay dos bits por cada uno de antes, ¿no?
-No.

El profesor se quedó unos segundos mirando la gráfica sobre la que tenía el dedo puesto, muy concentrado. Parecía asustado. Sospecho que en ese instante cayó en la cuenta de que podía estar equivocado. Y también se percató de que, en aquella singular batalla, luchaba en desventaja: si él tenía razón, no pasaría nada; pero si la tenía yo, él saldría mal parado. Nos miramos a los ojos. Nuestros cuerpos materiales permanecieron inmóviles, pero nuestros intelectos salieron disparados y flotaron por encima de las mesas. El suyo se había colocado en el centro del aula, y el mío le rodeaba con malicia, desplazándose muy lentamente. De pronto, él se revolvió y me atacó por sorpresa. Me aparté a tiempo, pero no pude esquivar su temible zarpazo. Entonces -herido pero con fuerzas-, aproveché que aún no había tenido tiempo de levantarse y me avalancé contra él. Le hice retroceder hasta acorralé en una esquina. Lanzó un par de dentelladas al aire, pero acabó desistiendo. Había sido derrotado:

-Bueno -dijo-, esto no me lo he inventado yo, esto sale en los libros. ¡Lo dicen los americanos, así que debe de ser verdad!

La broma hizo que los alumnos sonrieran (yo incluido) y la clase continuó.

En fin, la historia fue más o menos así (aunque es posible que me haya excedido con los efectos especiales). ¿A qué vino tanta pedantería por mi parte? ¿Por qué no pude quedarme agachado y en silencio, como hago siempre? ¿Acaso era tan grave el error que pretendí corregir?

La verdad es que tampoco estoy seguro de quién de los dos tenía la razón. Pensándolo friamente, y tratando de verlo desde otro punto de vista, me temo que no era tan incorrecto decir que los bits por segundo se duplicaban. Después de todo, puede que lo del viernes no fuera mi victoria final contra la tiranía universitaria. Quizá solo metí la pata hasta el fondo.

(Porcentaje de realidad: 70%)

viernes, 26 de enero de 2007

Wicked game

A Lulú, a Roger y a mí nos gusta mucho el patinaje en línea (me refiero a usar patines en línea, no a patinar uno detrás de otro). Es el deporte más parecido a no hacer nada que existe. Por eso, el otro día decidimos rascarnos un poco los bolsillos y entrar en la nueva pista de patinaje sobre hielo que acaban de abrir en mi pueblo. Sí, habéis oído bien: ahora tenemos una pista de hielo en el pueblo. Supongo que es lo que tocaba después del teleférico y el pingüinario.

También vino con nosotros mi primo (al que llamaré “Miprimo”, a partir de ahora) y un amigo suyo (al que no pienso poner nombre). Nos lo pasamos muy bien, aunque sigo opinando que los patines deberían sujetarse de forma externa al pie, en lugar de llevar clavos por dentro. ¿Cómo decís? ¿Que los patines no llevan clavos por dentro? Vale, quizá no acerté completamente con la talla.

Hubo suerte porque no nos caímos ni nada... Bueno, Roger sí se cayó, pero se lo buscó él solito. Dejémoslo en que “los que no íbamos haciendo el burro, y circulábamos en el mismo sentido que el resto de la gente, no nos caímos ni nada”. Nos hicimos unas fotos en las que estábamos guapísimos -en su acepción de “ridículos”- y estrechamos un poco nuestros lazos afectivos, como vulgares monos en el ritual del despioje. Además, descubrí que Lulú también es preciosa en un entorno congelado (y esto es importante, porque nadie sabe lo que nos deparará el cambio climático).

Al salir, Miprimo y su amigo nos invitaron a echar una partida a un nuevo juego de mesa, que acababan de descubrir. Yo no quería ir, pero llevaba tanto tiempo girando hacia la izquierda en la pista de hielo que -cuando llegó el momento de torcer a la derecha para volver a mi casa- me equivoqué y me fui con ellos.

Y eh aquí el tema de este post: ¿qué clase de malvada criatura, mitad examinador de autoescuela, mitad profesor universitario, se dedica a inventar los juegos de mesa modernos? El libro de instrucciones era tan gordo que ni siquiera servía para calzar el tablero (la principal utilidad de las instrucciones en mi época). No veía un tocho semejante desde el libro secreto de los gnomos.

Intentaré describiros, más o menos, cómo es el juego de Miprimo: cada turno consta de cinco rondas diferentes, cada ronda de tres fases, y cada fase de tres pasos. En una ronda eliges profesión, en otra siembras o contratas colonos, en otra construyes fábricas y desplazas a los colonos, o explotas la mina, o comercias con el índigo, o botas un barco para Babilonia... claro, que solo podrás hacerlo si tus fichas de victoria suman un número impar y si todos los productos colocados sobre la carta de intercambio tienen colores diferentes... y no olvides que cada ronda es distinta según seas el pirata caribeño, el marinero británico, el comerciante portugués o la madre que los parió a todos.

Resulta que los juegos ya no son tal cosa, sino una especie de test de inteligencia malintencionados, diseñados para dejarte mal delante de tus amigos. ¿Qué fue del “de oca a oca y tiro por que me toca”? ¿Acaso no es suficiente complejidad para una tarde de domingo? Ahora, te ven jugando al parchís y te miran como si fueras medio tonto.

El otro día nos reunimos en casa de Lulú y mi amigo Haddock nos propuso jugar a un nuevo juego que se había comprado por Internet. Me eché a temblar, pero me tranquilicé al verle sacar un pequeño mazo de cartas. “Solo es una baraja, no será grave” pensé.

Me equivocaba: ¡cada una de las cartas llevaba sus propias instrucciones! ¡Y además en italiano! ¿Por qué cada carta llevaba unas reglas diferentes? ¿Qué injusticia era ésta? En mi época, todas las cartas jugaban en igualdad de condiciones.

-¡Te echo un bang invencible! ¡Estás muerto!
-No, porque en mi crash, dice que detiene al bang, al bang invencible y al pum retroactivo, así que te aplico mi carta zump y te doy una patada en tu cu.

La hermana de Lulú, que jugaba a mi izquierda, me tocó un poco el hombro mientras los demás discutían en la otra punta de la mesa.

-¿Por qué antes me han dicho que no puedo disparar a Maya, aunque tenga una carta con la pistolita dibujada? -me preguntó por lo bajo. Su mirada reflejaba una angustia indecible. Solo pude encogerme de hombros y compartir su sufrimiento.

Al terminar la partida alguien sacó una game boy y gritó: "¡vamos a jugar al Brain Training para que nos diga cual es nuestra edad mental!"

No hacía falta, yo sé cual es nuestra edad mental: la edad del masoquismo.

(Porcentaje de realidad: 95%)

martes, 23 de enero de 2007

El comentario que se creía post

Ya sé que estoy a punto de hacer algo que se sale de la norma -puede que incluso infrinja alguna ley-, pero lo tengo decidido: voy a responder a los comentarios del post anterior en un nuevo post. Sí -también lo sé-, esto nos puede conducir a un círculo vicioso e infinito (sobre todo vicioso). ¿Que por qué lo hago? Pues porque me he puesto a responder comentarios y me ha salido un texto/aberración tan grande que me daba vergüenza colgarlo como un comentario (y mira que tengo pocos lectores :P). Además, ya que estoy por la labor, así termino de presentaros a Roger.

Intentaré que no se repita.

En primer lugar, veo que ya habéis conocido a mi hermano Roger. Como ya habréis comprobado, Roger es algo así como "mi hermano malo" (lo cual es grave, teniendo en cuenta que yo soy un ventrílocuo malvado). Roger sigue a rajatabla el gran principio que regía la vida de Roger Rabbit (por eso decidí llamarle así). Os pongo en situación con este fragmento de la gran película de Robert Zemeckis y Richard Williams:

Detective Valiant: ¿Me estás diciendo que podías haber sacado la mano de las esposas en cualquier momento?

Roger Rabbit: Bueno, no, no en cualquier momento. Solo cuando fuera gracioso.

Para mi hermano Roger lo primero es decir lo más gracioso que se pueda decir -en cualquier momento y circunstancia-, y lo demás... ya se arreglará después. Nunca le invitéis a un funeral.

Además de malo, mi hermano Roger también es uno de los escritores más ingeniosos y precisos que conozco. Para muestra, su ya clausurado blog en el que, paradójicamente, no encontraréis demasiados chistes. Ésta es la url:


Según me ha dicho, está planteándose reabrirlo. Podéis ponerle comentarios y mandarle e-mails para obligarle a que vuelva a escribir, a mí no termina de hacerme caso.

Y no sé si a él le gustará que confiese esto, pero Roger es un fiel seguidor de los blogs de mota y chú. ¡Cuidadlo, que es cliente fijo!

En cuanto a qué edad tenemos... Dejémoslo en que somos demasiado viejos.

Chú, muchas gracias por los ánimos, ¡aunque menudo handicap! Espero no decepcionar en las próximas entradas.

Mota, la verdad es que el día en el que mi hermano puso el porno delante de mis abuelos fue grande. Probablemente el más grande de toda la historia. Ahora me resulta más difícil dormir por las noches, pero mereció la pena estar allí.

angeldelasmilvioletas, tu abuela es una mujer sensata. Aunque, en nuestro caso, más que a la cama creo que pensaron en mandarnos al manicomio.

pola, mi hermano no tiene una mente maquiavélica: mi hermano es la reencarnación de Maquiavelo. Sin embargo -y con esto no quiero preocuparte-, tengo que decir que cuando leo tu blog suelo pensar: "mmm... esto podría haberlo escrito Roger". Incluso lo he hablado con él. Pareces su alter ego. Hay unas cuantas coincidencias sorprendentes que, por motivos de anonimato, no puedo revelar. ¿Para qué digo nada si luego no voy a terminar de decirlo? Una estupenda pregunta. Por cierto, Roger también lee tu blog.

Lulú... te quiero. (Me gustaría ponerte una contestación más larga, pero queda fatal babear en el blog, y contigo delante no puedo hacer otra cosa.)

Ya de paso, también quería avisar de que estoy de exámenes: no os enfadéis si mi producción merma un poco hasta mediados del mes que viene.

Un saludo y muchas gracias a todos por vuestros comentarios. ¡Me encantan los comentarios!

(Porcentaje de realidad: 100%)

lunes, 22 de enero de 2007

La guerra de Roger

Hace unas semanas, mi hermano Roger decidió que ya era hora de que dejáramos de ser buenos chicos. Nos habíamos pasado la infancia y la adolescencia llegando a nuestra hora, haciendo los deberes de la escuela y comiéndonos todo lo que nos ponían en el plato. Supongo que mi hermano pensó que hay una edad para ser obediente, y que esa edad había concluido.

El cambio le vino un día cualquiera, así sin más, mientras veía la tele. Fue más o menos así:

Mis abuelos suelen venir a cenar a casa una noche a la semana. Después de la cena, todos nos sentamos frente al televisor, en familia. Rodeados de padres y abuelos, podéis imaginaros el tipo de programas que vemos. Normalmente, mi madre pone documentales culturales, en los que una voz ronca y somnolienta describe los monumentos de Albacete, o los meandros del Pisuerga, o cualquier cosa por el estilo. Algunos días afortunados, lo cambiamos por una película Disney sobre perros y niños, o por una de Cantinflas, si mi abuelo se encuentra especialmente liberal.

Lo más extraño es que, a los cinco minutos de encender el televisor, mi padre se va a su cuarto a tocar la guitarra, y mi madre y mis abuelos empiezan a roncar, por lo que mis hermanos y yo -incapaces de dormir apretujados en un sofá- somos los únicos que se tragan la soporífera sesión televisiva.

¿Que cómo podemos aguantarlo? Me gusta pensar que todo puede llegar a ser soportable si te lo propones de verdad. Solo hay que inventar una vía de escape mental, un exótico lugar interior donde el pensamiento pueda refugiarse. Realmente creí que Roger y yo habíamos encontrado ese lugar. Pensaba que ambos habíamos conseguido crear nuestros respectivos nirvanas, y que nos habíamos vuelto invulnerables para siempre a las noches familiares. Me equivocaba: un día cayó una gota -aún no sabemos desde dónde- y colmó el vaso de Roger.

La verdad es que fue todo bastante extraño. Casualmente ese día mi primo había venido también de visita, y estaba viendo la televisión con nosotros. Mi madre y mis abuelos aún no se habían dormido. De pronto Roger cogió el mando a distancia y -sin consultar con nadie ni demostrar el menor atisbo de duda- cambió de canal. “Tampoco es tan grave” estaréis pensando. Pero es que mi hermano no puso el canal de deportes, ni el de cine, ni tampoco la MTV. Aquel día, con toda la familia pendiente de la tele, y sin escrúpulo alguno, Roger puso la película porno del plus.

Durante dos segundos, todos pensamos que había sido un accidente, y esperamos a que cambiara de nuevo de cadena... pero él no lo hizo. Pasaron cinco segundos, luego diez y luego quince, y aquellos cuerpos neumáticos seguían balanceándose en la pantalla, convulsionándose como epilépticos, mientras los jadeos y los gritos reverberaban por los muebles del salón. Mi primo, mi hermano Goofy y yo nos miramos de reojo, sin girar las caras para no llamar la atención. En la pantalla unos genitales gigantes se frotaban con vigor. Misteriosamente, mis padres y mis abuelos no reaccionaban, así que nosotros nos quedamos muy quietos. Supongo que pensamos que, si no nos movíamos, sería como si el tiempo no estuviera transcurriendo. Noté como una gota de sudor recorría mi espalda. Mi primo estaba blanco y abría los ojos dolorosamente, como diciendo: “¡por Dios, que son los abuelos! ¡Los abuelos!”. Goofy tenía la cabeza tan escondida entre los hombros que pensé que se le iba a dislocar el cuello. Miré a Roger y le supliqué con la mirada, pero él se limitó a sonreir. Creo que, en ese momento, acababa de alcanzar su ansiado nirvana.

Aquel día su rebeldía solo duró un minuto; después volvió a poner el canal de documentales y todo siguió como si nada, como si ese minuto no hubiera transcurrido. Pero la semilla estaba sembrada. En la siguiente visita de mis abuelos, Roger puso una película de autor en inglés -con subtítulos en inglés-, y en la siguiente, una española erótica. En ésta última, mis abuelos no pudieron soportarlo y se marcharon a su casa, con el correspondiente cabreo de mi madre. “Pobre Roger, se le ha ido la olla” pensé, “de tanto ver Cantinflas se le ha trastornado el juicio”.

Sin embargo, ayer vinieron mis abuelos a cenar, y Roger puso “El Muñeco Diabólico”. Todos la vimos hasta el final... fue muy divertido, nadie se durmió, y la familia entera estuvo atenta e intrigada. Me pareció que mi abuela se lo pasaba de maravilla.

-¿Ves? -me dijo Roger cuando los demás se marcharon a dormir-. Solo necesitaban un poco de mano dura.

(Porcentaje de realidad: 80%)

viernes, 19 de enero de 2007

Conversaciones en el coche con Lulú


(Porcentaje de realidad: 95%)

miércoles, 17 de enero de 2007

Ganas de saltar

¿Alguien me puede explicar en qué estaba yo pensando el día que elegí las optativas de tal forma que me cayeran seis horas seguidas de clase todos los miércoles?

Claro, esa decisión la tomé allá por septiembre, todavía en el veranito... Supongo que me dije: "si puedo aguantar seis horas seguidas en una ridícula playa, jugando al estúpido voley y bañándome entre las asquerosas olas, ¿por qué no iba a aguantarlas en un aula de ladrillo maravillosa, escuchando una interesantísima clase de introducción a los sistemas de recepción y distribución?".

Os aseguro que hoy mis piernas querían salir corriendo sin mí. Me he visto a mi mismo, desde arriba, levantándome en mitad de clase y liándome a puñetazos con todos los de mi fila para que me dejaran salir. (Esa es otra, ¿en qué playa estaría pensando el tipo que inventó esos claustrofóbicos bancos corridos?)

Al salir solo tenía ganas de saltar, saltar y saltar (seguro que King África estudió en mi escuela).

De vuelta a casa, me fijé en el McDonalds desde el coche. Brilla en mitad de la noche como una hoguera en la chimenea. Siempre me apetece entrar, aunque sea un símbolo del materialismo y la opresión del dinero. Se parece más a mi cálido y feliz hogar que mi verdadero hogar. Ojalá el tipo que diseña los McDonalds diseñara también los bancos de la universidad.

(Porcentaje de realidad: 100%)

lunes, 15 de enero de 2007

Noche solo para chicas y ventrílocuos

En efecto, queridos amigos, ayer hubo una nueva “noche solo para chicas”. Solo que esta vez… ¡me colé dentro!

He conseguido infiltrarme en terreno enemigo, he estado en el lugar del que hablan las leyendas, y ni siquiera he tenido que ponerme pelucón y tacones. Me han hecho un hueco, así sin más. Supongo que, en parte, se debió a que la velada no había sido proyectada estrictamente como una “noche para chicas”, pero al final acabó siéndolo, sin lugar a dudas.

Comenzamos yendo a… ¡un museo! Éste fue el primer indicio de una de las grandes conclusiones extraídas durante mi investigación: las mujeres van donde quieren cuando quieren -al contrario que los hombres, que van donde toca cuando toca-. Esta versatilidad hace que las noches femeninas sean mucho más variadas y sorprendentes, aunque se corre el riesgo de acabar en un karaoke.

También hay que decir que se trataba de una exposición de arte moderno, y que las obras eran fascinantes, y de una creatividad sin límites. Lo más llamativo era la forma de combinar el color y el movimiento con las influencias del pop-art digital. Lástima que estuviera cerrado y no pudiéramos ver nada.

Así que -cómo no- nos fuimos a las rebajas de el Corte Inglés. “Al final la cabra tira al monte” estaréis pensando. Pues no seáis tan mal pensados, porque las chicas decidieron ir para hacerme un favor a mí. Y, ¿qué podía estar buscando yo en el Corte Inglés? Como no podía ser de otra manera, buscaba… ¡el epi que risa!

Tampoco esta vez hubo suerte. El epi que risa llevaba agotado desde antes de reyes (estúpidos niños). Estuvimos un buen rato dando vueltas por la planta de juguetes. Yo me separé un poco del grupo (siempre se me va la olla en la planta de juguetes) y encontré el laboratorio del profesor Nasty. Volví con la caja en las manos y gritando:

-¡Mirad, mirad, puedes hacer gominolas con forma de cerebro!

Encontré a las chicas mirando unos juegos educativos, con letras y números, y diciendo:

-Cada vez cuesta más encontrar juguetes que estimulen el aprendizaje individual y el desarrollo cognitivo de los niños.

Me vieron llegar y miraron mi caja de el profesor Nasty con gesto interrogativo.

-La caja ésta, que se había caído al suelo -repuse.

Después nos fuimos a cenar a un sitio de ensaladas en el que había que hacer cola (la primera vez en mi vida que hago cola para comer verdura). Estuvimos charlando de todo un poco y nos hinchamos de reír: que si las condiciones laborales son un asco… que si el té ponía al ex-novio de Maya como una moto… Unos amigos estuvieron llamando y parecía que íbamos a reunirnos con ellos, pero al final se echaron atrás: se habían encontrado con unas rubias gemelas a las que pretendían llevarse al huerto, y nos dejaron tiradas. Los tíos son unos cerdos.

Bueno, esta reseña se está alargando demasiado. Pienso redactar un estudio completo sobre las “noches para chicas” que publicaré en alguna prestigiosa revista científica, por si alguien necesita más datos. Me despido con un consejo: sed creativos al pedir vuestro té. Hay gente que odia que todos pidan lo mismo.

¡Besitos!

(Porcentaje de realidad: 94%)

sábado, 13 de enero de 2007

Jackie

Lulú tiene tres gatos en casa, o al menos eso dice: yo solo conozco a dos; al tercero nunca lo he visto, ni siquiera tengo pruebas de que realmente sea un gato. Su nombre es Jackie.

Poco después de conocernos, Lulú me contó su historia:

-Jackie era muy bueno y muy cariñoso -me explicó-, hasta que mi padre lo llevó a esterilizar y a que le quitaran las uñas. Le operó un veterinario joven, con la voz muy ronca, y malos modales. No sabemos qué le hizo, pero debió de ser una carnicería. Desde entonces se volvió muy agresivo. Al final conseguimos que tolerase a los de casa, pero a la gente de fuera... es mejor que no te acerques.

-Quizá si nos vamos conociendo poco a poco... -propuse yo.

-Jackie es muy celoso, no le gustan mis amigos, y tú tienes la voz demasiado ronca -dijo Lulú-. Nunca aceptará a nadie con esa voz.

Así que Jackie se convirtió -para mí- en un espíritu, un gruñido en la habitación de al lado, un ojo brillante escrutándome desde una rendija de la cortina.

Mi relación con Jackie no ha cambiado mucho desde entonces. Cuando voy a casa de Lulú, ella lo encierra en alguna parte, y no lo suelta hasta que me marcho. De vez en cuando, alguien lo libera por error mientras yo aún estoy por allí. Entonces oigo un grito en el pasillo, una voz que exclama: "¡Cuidado, Jackie está suelto, Jackie está suelto!". Lulú sale despavorida, me encierra en la habitación y, desde el otro lado de la puerta, me ruega:

-¡Por favor, no salgas, por lo que más quieras!

Lo que más quiero es a ella, así que le hago caso. Aunque no es el único motivo por el que me quedo escondido: confieso que la palabra "Jackie" me acelera el pulso. Ha dejado de ser el nombre de un gato, y se ha convertido en el de un terror difuso que acecha en el pasillo, agazapado entre las sombras -muy cerca- donde no puedo verlo... Creía que el monstruo que me atormentaba desde el armario de mi dormitorio se había ido para siempre cuando cumplí los nueve años, pero no es así. Ha vuelto y tiene nombre propio.

Algún día me gustaría verlo, cara a cara. Siento que ese bicho y yo somos parecidos, después de todo. Los dos somos malhumorados y egoistas, nos gusta estar tumbados, quedarnos en casa, dormir en el sofá y que no nos molesten; los dos nos odiamos mutuamente; y los dos queremos a la misma mujer.

La otra noche, Lulú y yo dormitábamos en su salón, viendo una película. De pronto oí una tos en el pasillo, y el sonido crepitante de un ronroneo. Cerré los ojos y me arrebujé entre los cojines. Escuché como el ronroneo arañaba la puerta cerrada, con sus patitas sin uñas. Entonces decidí acercarme. Dejé cuidadosamente a Lulú dormida en el sofá y me coloqué junto a la puerta, que es de cristal traslúcido. Pude ver una silueta borrosa contoneándose al otro lado. Él me olfateó y gruñó.

"Hola, Jackie", contesté yo.

Sentí todo su rencor detrás del cristal, ese rencor que crece cada vez que mi olor invade su hogar y a él lo encierran a oscuras durante horas. Pero no, no podía permitirme ser compasivo. "Esto es una guerra por el poder, amigo mío y voy a ganarla" le dije con el pensamiento. "Al fin y al cabo tú solo eres un gato castrado y yo, su novio".

Lulú se despertó en ese momento:

-¡Ay, no le chinches, que se pone muy nervioso! -exclamó.

Lulú me apartó a un lado, abrió unos centímetros la puerta y salió del salón. Percibí fugazmente una cola sedosa que se balanceaba con sigilo. Por el cristal empañado pude ver como Lulú cogía una mancha oscura del suelo y la abrazaba contra su pecho, susurrando:

-Jackie, Jackie ¿Qué pasa, mi niño? ¿Tienes sueño?

Lulú volvió a abrir unos milímetros y me dijo a través del resquicio:

-Ya es muy tarde, será mejor que nos vayamos a dormir. Y el pobre Jackie también necesita acostarse. Se ha puesto malo estos días, no hace más que toser. Creo que me lo llevaré a mi dormitorio.

Gruñí.

-¿Y por dónde salgo yo? -pregunté.

-Espera a que nos hayamos metido en la habitación.

Vi su sombra desaparecer, y aguardé hasta escuchar la puerta cerrarse. Después, salí de la casa intentando no hacer ruido. Estaba oscuro y hacía frío. Vi la luz apagarse en la ventana del dormitorio de Lulú. Me abroché el abrigo hasta arriba y eché a andar hacia el coche.

(Porcentaje de realidad: 90%)

P.D.
¿Alguien sabe cuántos años vive un gato?

viernes, 12 de enero de 2007

Yo quería el "Epi qué risa"

Yo quería el Epi qué risa desde la primera vez que vi el anuncio en la tele, cuando todavía no se había convertido en una estrella mediática. Me llegó al alma. Desde entonces, a todo el que se me cruzaba le decía:

-¡En cada casa debería haber un "Epi qué risa", es el mejor juguete que existe! Qué lástima que me haya pillado ya mayor...


El día de Reyes bajé corriendo a buscar los regalos. Solo había un libro y unos calcetines. Al parecer, nadie había captado la indirecta. Supongo que todos creyeron realmente que me había pillado demasiado mayor.

...

Ahora que creía que ya lo había superado, Epi ha vuelto a mi vida. Lulú está haciendo las prácticas de psicología en casa de un niño que lo tiene, y hoy, lo ha visto en acción. La pobre se moría de risa mientras me lo contaba, y yo he tenido que hacer un verdadero esfuerzo para no tirarme al suelo pataleando y diciendo "¡Yo quiero uno, yo quiero uno, buaaaaa!".

Lo peor de todo es que me da vergüenza comprármelo. No me queda otra que rezar al Dios Espinete para que algún alma caritativa se haga cargo en mi cumpleaños (más explícito ya imposible).

(Porcentaje de realidad: 90%)

jueves, 11 de enero de 2007

El señor al que dibujé

Delante del ventanal de mi cuarto/madriguera se encuentra el aparcamiento del Tivoli (un parque de atracciones). Me atrevería a decir que soy la persona con mejor vista del lugar en todo el mundo. Puede que parezca un privilegio discutible, pero la verdad es que el aparcamiento nunca deja de albergar historias, muchas de ellas insólitas. Un día llegué a la conclusión de que no era un aparcamiento, sino un escenario (aunque incómodamente grande, como los circos de tres pistas). Algunos de mis actores favoritos solo actúan aquí.


He sacado este retrato de uno de ellos. Es un viejillo malhumorado que aparca de vez en cuando frente a mi ventana. Su coche parece todavía más viejo que él y le falta una ventanilla desde hace tres inviernos. Nunca hemos cruzado una palabra pero, después de tantos años, no puedo evitar sentir cierta familiaridad. Esta mañana me encontré preguntándome como llamarle: mi amigo está claro que no es; mi vecino, tampoco. Por eso se me ocurrió que podía dibujarle, y convertirle en el señor al que dibujé.

(Porcentaje de realidad: 75%)

martes, 9 de enero de 2007

El loco

No sé cuál es el nombre de mi vecino. En casa le llamamos simplemente "el loco". No se trata de un mote cariñoso, ojalá fuera así. Mi vecino está realmente loco, como una regadera.

El loco vive con su madre y sus hermanos en la casa contigua a la mía. Por las noches se levanta gritando insultos a quien le escuche y lanzando los muebles contra las paredes. Pasa mucho tiempo asomado a la ventana enrejada de su cuarto; creo que su madre le encierra allí durante las crisis. A los vecinos del otro lado, les llama "cerdos" cuando les ve bañando al perro en el patio. Una vez, tiró una botella vacía contra una de las casas de atrás. Los trocitos de cristal se desperdigaron por el suelo de mi lavadero.

Algunas mañanas, muy temprano, el loco sale a la calle y llama al timbre de mi casa mientras aún dormimos. Suele ser en los días de lluvia. Sale sin paraguas, no le importa mojarse. Pulsa el interruptor como un desesperado, quince o veinte veces si es necesario. Entonces todos nos levantamos, y nos reunimos en el distribuidor, lejos de las ventanas, donde no pueda vernos. Estamos muy ridículos, la familia entera en pijama y pálidos como muertos.

Últimamente le ignoramos. Una vez mi madre decidió asomarse, a pesar de que nosotros le insistimos en que no era buena idea. Mi padre se había ido a trabajar muy temprano, y a mis hermanos y a mí no nos hace mucho caso. "A lo mejor se ha quedado fuera de casa sin llaves, pobrecillo, se está empapando" dijo, y abrió la ventana.

-¿Has llamado ya a la policía? -preguntó el loco cuando la vio.
-No -repuso mi madre-, no he llamado a nadie.
-¡Pues llámala de una vez!
-¿Por qué quieres que llame a la policía?
-¡Para que se enteren de todo lo que hacéis! ¡Dejad de dar golpes de una vez! ¡No hacéis más que dar golpes!

Mi madre retrocedió un poco. Una persona menos temeraria habría cerrado la ventana en ese momento; pero mi madre trabaja en una perfumería, de cara al público, así que no se asusta de nada:

-No hemos dado ningún golpe, estábamos todos dormidos -replicó. Se ve que mi madre nunca había escuchado eso de "dar la razón, como a los locos".

El loco guiñó sus ojos llenos de odio, metió la cara entre los barrotes de la puerta del jardín y, con voz lenta y vibrante al principio, replicó:

-En todas partes se dan golpes: se dan y se reciben... ¡zorra! ¡Te voy a matar, vieja! ¡Os mataré a todos! ¡Sois una mierda! ¡Mataré a todo el que salga de esta puta casa!

Mi madre cerró enseguida la ventana, y no pude escuchar bien el resto. Esperamos durante una hora en el comedor, sin ganas de desayunar. De vez en cuando apartábamos un poco la cortina y le buscábamos con la mirada. Él deambulaba frente a la casa, con la mirada fija en nuestra puerta, murmurando para sí.

Llamamos a la policía.

-Policía Municipal, dígame.
-Hola, mi vecino nos ha amenazado, dice que nos va a matar y vigila nuestra puerta.
-En estos momentos no puede atenderle ningún agente, están "haciendo los colegios". Deme su dirección y mandaremos un coche en cuanto podamos.

Al parecer no había ningún policía disponible para reducir a un asesino, porque estaban todos mirando como los niños entraban en el cole. Nos echamos a reír como tontos. La verdad es que nos hacía falta reír.

Media hora después llegó una patrulla. Mi madre, la más intrépida de la casa, recibió a la pareja de municipales.

-Buenos días, señora, usted ha llamado por un vecino que les estaba molestando.
-Sí, hemos sido nosotros. Es un chico que vive al lado, andaba hace un momento por aquí delante.
-Ya, ya... Ya hemos oído hablar de él, señora, no es la primera vez que da problemas.

El otro policía se adelantó un poco.

-Yo aún no lo conozco. ¿Podría decirme cómo es?

Mi madre se quedó pensativa un momento y luego dijo:

-Es joven, lleva el pelo muy corto y una chaqueta marrón...
-Sí, sí, pero... ¿Es más grande que yo?

Mi hermano y yo, que escuchábamos desde detrás de la cortina, nos aguantamos la risa. La verdad es que sí que era más grande que él. El policía que había hablado primero, viendo que perdían el control de la situación, recuperó la palabra.

-Bueno, señora, ¿qué va a hacer usted? ¿Va a poner una denuncia?
-Si pongo una denuncia, ¿le llevarán a un centro en el que puedan ayudarle?
-Verá señora, esto no funciona así. Si hace usted la denuncia, la cosa va a juicio y, si tira para delante, le pondrán una multa.
-¿Y yo para qué quiero que le pongan una multa?
-Pues eso mismo me pregunto yo, señora. Pero ya ve usted, aquí las cosas funcionan de esta forma. No hay, lo que se llama, un cauce legal.

El policía bajó un poco la voz y, a modo confidencial, añadió:

-Le voy a contar mi caso particular: en los pisos de mi madre también había un vecino igual. Todos los días estaba liándola y nada, que no se le podía hacer nada. Hasta que un día cogió el tío y le pegó catorce puñaladas a uno, entonces sí que se lo llevaron. Ya ve, catorce puñaladas, señora, catorce puñaladas tuvo que dar para que un juez lo sacara de allí. Aquí, si no hay catorce puñaladas de por medio, no se hace nada.

Eso fue todo. Los policías insistieron en que les llamásemos tantas veces como fuera necesario y se marcharon. Mi madre cerró la puerta y nos miró con cara de catorce puñaladas.

-Bueno -dijo mi hermano Roger-, por lo menos nos han tranquilizado.

Entonces mi madre fue al comedor, cogió un tazón y lo llenó de cereales special K y leche desnatada. Se sentó y empezó a desayunar despacio. Mis hermanos y yo nos sentamos alrededor de la mesa y la observamos muy serios. Se la veía preocupada. Mientras comía, se miraba fijamente en el espejo del comedor. Se notaba que estaba dándole vueltas a algo.

"Está asustada" me dije. "Es una mujer muy valiente, pero un psicópata acaba de amenazar con matarla. Y también tendrá miedo por lo que nos pueda pasar a nosotros...".

Con la mirada aún clavada en el espejo, mi madre interrumpió mis pensamientos:

-Cuidado que tiene mala idea... -murmuró-. ¡Mira que llamarme vieja!


(Porcentaje de realidad: 100%)

domingo, 7 de enero de 2007

Viaje de placer

Hasta ahora no comprendía el significado de la expresión "viaje de placer". Pensaba que solo se utilizaba como antónimo de "viaje de negocios" y que no era más que una frase hecha. Me equivocaba: quien la inventó sabía lo que hacía. Supongo que la palabra placer nunca aparece por casualidad.

Me temo que los momentos realmente importantes de este viaje no pueden ser contados. Las cosas más sabrosas y frescas deben conservarse al vacío, para que no se estropeen. Si no os importa, conservaré esos momentos en un vacío de palabras.

Éste es mi album de viaje censurado:

Sabores

La baja presión de las montañas hizo que esta bolsa luciera por una vez como en el anuncio de televisión. Pero tranquilos, no solo comimos patatás fritas:

En el almuerzo, ensalada completa con muslos de pollo fritos y patatas, espaguettis bolognesa con muchas especias y triple ración de carne. Para los postres, queso, coco fresco y yogur con mermelada. En la cena, cocktail de gambas con salsa rosa, espárragos, salchichas weisswurst y canapés de paté y salmón, espolvoreados con huevo duro y queso. Para desayunar, bollos de chocolate, té con galletas, pan tostado, mazorcas de maíz fritas en mantequilla y bocadillos con aceite de oliva y jamón serrano.

Y, después de apagar las luces, una copa de sidra.


Naturaleza

Las montañas sobre Bubión eran preciosas. Hacía calor, pero escalamos hasta alcanzar la nieve. Nos volvimos locos cuando encontramos el primer rinconcito blanco (a las pruebas me remito -->).

Echaba mucho de menos el bosque, las montañas, el frío, el olor de los pinos, la atmósfera tenue, las casas de piedra, el silencio... Lulú prefiere la playa -y a mí también me gusta mucho- pero hay algo ancestral, ligado a mis raíces, que me exige montaña (y me recompensa con buenas dosis de endorfinas cuando se la proporciono).



Lo reconozco, he tenido que borrar un par de cables de alta tensión con el Photoshop, pero decidme, ¿no es el paraíso?



Cuando estoy en lugares como éste, me doy cuenta de que mi vida entera transcurre en un estado permanente de claustrofobia. ¡Metros cúbicos, por favor!


Hogar

hogar. (según el diccionario de la Real Academia Española)

(Del b. lat. focaris, adj. der. de focus, fuego).
    1. m. Sitio donde se hace la lumbre en las cocinas, chimeneas, hornos de fundición, etc.
    2. m. Casa o domicilio.
...

Alguna razón habrá para que el fuego y el lugar al que regresas cuando termina el día tengan el mismo nombre. Vaya uno a donde vaya, lo mejor siempre es volver a casa... ¡y qué fácil resulta llamarle "casa" a cualquier sitio con chimenea, aunque sea la primera vez que duermes allí!

Debo de tener algún gen pirómano, porque disfruté como un crío prendiéndole fuego a este inocente tronco.


Ventana

Hice esta foto desde la cama. ¡Desde la cama!



El pueblo más...

No contentos con ser el pueblo más alto de España, los habitantes de Trevélez se han propuesto también ser los más rápidos poniendo la decoración navideña.


¿Por qué no? ¡Feliz 2008 para todos!

(Porcentaje de realidad: 99%)

miércoles, 3 de enero de 2007

Miguitas de pan

Mañana voy a hacer realidad la historia de Hansel y Gretel. Lulú y yo nos adentraremos en lo más profundo del bosque y nos perderemos. No habrá miguitas que nos salven. Tendremos que contentarnos con una cabaña construida con pan de jengibre (o eso parece, a juzgar por las fotos que nos enseñaron en la agencia de viajes). Con suerte, quedaremos allí atrapados y no podremos escapar.

Está bien, es posible que no sea exactamente igual que en el cuento. Para empezar, no nos han abandonado nuestros padres (aunque quizá solo se debe a que no se les ha ocurrido), y en vez de usar migas y piedras para orientarnos, recurriremos a la guía Campsa. Además, la dueña de la casa no es una bruja, sino una señora británica, de acento imposible, que tiene la ilustre profesión de masajista rural.

¿Qué le vamos a hacer? En el mundo real no existen casitas de jengibre, ni brujas, ni magia, ni muchas otras cosas que aparecen en la historia de los dos hermanitos perdidos. La vida no es igual que los cuentos, aunque yo no me quejo: el viaje perdería una parte importante de su encanto si mi querida Lulú fuese mi hermana.

(Porcentaje de realidad: 96%)

martes, 2 de enero de 2007

La vida a cambio del cielo

Sentencia: "Hay que pasarlo mal de vez en cuando para poder disfrutarlo cuando nos vaya bien".

Distintas versiones de éste flamante lema, acompañadas de palmaditas en el hombro, caen como meteoros cuando a uno no le salen las cosas como esperaba. No voy a negar que yo soy el primero que proclama semejante idea en cuanto surge la circunstancia oportuna. No obstante, muchos estaréis de acuerdo conmigo en que -como tantas otras observaciones que se dicen cuando no se sabe que decir-, es falsa, además de una desafortunada muestra de mal gusto. Señores, ¿en serio alguien piensa que sentirse mal le hará disfrutar más los buenos momentos?

Tuve una amiga que pasó seis años buscando al hombre de su vida, lamentando su soledad y llorando en cada esquina. Cuando por fin lo encontró, ¿creéis que se compensó su calvario? Estuvo tres semanas atenazada por el miedo a perderlo. Y, a la cuarta semana, le dejó porque no soportaba la rutina.

Yo creo que pasarlo mal solo nos vuelve recelosos, desconfiados e impacientes, y nunca ayuda a apreciar lo que se tiene. Las personas gozamos de una sorprendente habilidad para olvidar lo bien que estamos en comparación con lo mal que podríamos estar.

Entonces, ¿por qué todo el mundo insiste en convencer a los demás de la verdad de la frase, cuando ni siquiera quien la dice se la cree? Debe de ser algo así como los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez. Y lo peor es que creer que la sentencia es cierta puede acarrear muchos más problemas que satisfacciones (igual que con los Reyes Magos y el Ratoncito Pérez). Sí, ya sé que las personas que lo dicen lo hacen con sus mejores intenciones, pero eso no significa que sepan lo que hacen. Yo, por mi parte, insitiré en proclamar la verdad: no es necesario pasarlo mal para poder pasarlo bien. Solo es una frase que se dice para animar, para hacerte creer que -al menos- tu sufrimiento ha servido para algo. Tened mucho cuidado, porque algunos no se dan cuenta y se lo toman al pie de la letra, con consecuencias catastróficas (veanse, a modo de ejemplo, los fakires y los católicos).

Sin embargo, como todas las leyendas, ésta goza de un trasfondo de verdad: sufrir no ayuda a disfrutar, pero nos ayuda a discernir con mayor claridad los buenos momentos. Un momento feliz, embutido en un entorno de amargura, se localiza con mucha más precisión. Podemos ubicarlo en su justo instante y lugar. Un diamante no es más valioso por estar rodeado de trozos de carbón, pero al menos es más fácil de encontrar que si está sumergido entre otros diamantes.

Sin ánimo de ofender a nadie, tengo que decir que esta Nochevieja resultó espantosa, tal como esperaba. Sin embargo, hubo un momento, solo cinco minutos, en los que me sentí realmente bien. No pasó nada espectacular, no hubo ningún abrazo entrañable, ni nos bañamos vestidos en el mar. Estábamos cansados del bar en el que habíamos pasado las dos últimas horas y decidimos ir a por los coches y cambiar de local. El grupo se esparció por la ciudad. Baloo, Lulú y yo enfilamos por una calle vacía. Solo estábamos nosotros tres, el frío y nuestra sobriedad. Charlamos un poco, nos reímos y paseamos. Quizá la noche entera mereció la pena por ese instante.

¿Quién sabe? acaso si lo hubiera pasado bien el resto del tiempo, habría olvidado esos cinco minutos.

(Porcentaje de realidad: 90%)