domingo, 10 de febrero de 2008

La especialidad de Sebastián

Sebastián L. Márquez estaba convencido de ser especial. No sabía cómo ni por qué, ni tenía habilidades fuera de lo normal que le dieran un indicio, pero albergaba la certeza de que grandes cosas le estaban reservadas. Lo cierto es que el chico no tenía un plan para triunfar -no lo estaba buscando-, no escribía novelas, no tenía oído para la música, ojo para la pintura ni gusto para la ropa. Solo sabía usar el ordenador para ver los e-mails, y no tenía la menor idea de política. En el fútbol del recreo lo escogían el último y le ponían de portero. No se lavaba los dientes porque le daba pereza, se le colaban faltas de ortografía, tartamudeaba y llevaba camisetas con el dibujo cuarteado. Nadie habría apostado un chelín por el pobre Sebastián (ni siquiera los que saben cuánto es un chelín). La gente solía tomarle el pelo diciéndole: "¿Sebastián, ya te comiste el mundo?"... Pero el se hacía el sordo y conservaba su fe.

Y de pronto un día, contra todo pronóstico, ocurrió:

Sebastián se dio cuenta de que estaba equivocado.

Por suerte, fue el mismo día que una chica le metió la lengua en la boca por primera vez, y la tremenda decepción de comprender que su futuro, después de todo, sería vulgar le pareció una chorrada de lo más insignificante.

(Porcentaje de realidad: 50%)