lunes, 25 de diciembre de 2006

La liebre, la tortuga y mi abuelo

Hace unas semanas mi abuelo encontró en una de sus revistas un pequeño artículo en forma de cuento para niños. En realidad, se trataba de la vieja fábula de la liebre y la tortuga, aunque con algunos retoques. En la versión de mi abuelo, una vez concluida la carrera clásica, la liebre y la tortuga continuan compitiendo en diferentes circunstancias, de manera que cada vez gana una. Para cada carrera se extrae -supuestamente- una moraleja diferente.

Cuando mi abuelo encontró esa fábula, se enamoró de ella. Añadió una dedicatoria en el margen y corrió a la tienda de fotocopias a sacar un par de centenares de ejemplares, para regalárselos a todo el mundo. Eso fue más o menos en la época de mi cumpleaños y, por supuesto, yo recibí uno.

Lo malo es que mi abuelo -como abuelo que es- tiene una tendencia compulsiva a repetir las historias una y otra vez. El asunto de la liebre y la tortuga no iba a ser menos. Una semana después de recibir la primera copia, mi abuelo vino con otra, comportándose como si nunca hubiéramos tratado el tema. A la semana siguiente, trajo una nueva remesa para toda mi familia, y lo mismo volvió a hacer a la siguiente.

No se trata de lapsus de memoria debidos a la edad, como algunos estaréis pensando. Cada vez que me trae un nuevo ejemplar yo le digo: "abuelo, esto ya me lo has dado". Pero él simpre me contesta que la copia anterior era diferente: que en esta ha cambiado un poco la dedicatoria, que la calidad de la fotocopia es mejor, o que se le había olvidado poner la fecha. Creo que está intentando perfeccinar sus ejemplares hasta más allá de los límites naturales de las fotocopias.

Ayer, Nochebuena, mi abuelo trajo su cuento y nos lo leyó en el salón. La situación resultaba un poco extraña, con toda la familia sin saber donde mirar. De todas formas no habría servido de nada recordarle que ya habíamos oído la fábula una docena de veces, le habría dado igual.

Supongo que por eso, ayer decidí sentarme a escuchar y comportarme como si fuera la primera vez. Le hice preguntas acerca de dónde la había encontrado, y hasta añadí algún chascarrillo a propósito de la historia. Mi hermano Roger me miró en plan: "¿tú también, Brutus?", pero yo sabía lo que hacía: la próxima vez que mi abuelo lea su fábula podré comportarme como si fuera la segunda, y no la número catorce, lo cual resultará mucho menos incómodo.

(Porcentaje de realidad: 98%)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Algún día echarás de menos sus fábulas, así que guardala con mucho cariño.