miércoles, 14 de marzo de 2007

El péndulo

¿Quién cree en los fantasmas? Yo desde luego no, ni tampoco Lulú, ni mi primo Lucky Luke, ni siquiera Maya. Entonces, ¿por qué desencadenaron aquel terror ancestral los hechos transcurridos la noche del viernes? ¿Por qué no pudimos enfrentarnos a las incógnitas con la mente científica y lógica que nuestras respectivas formaciones académicas nos habían proporcionado?

Esa noche, Lulú y yo paseábamos por el pueblo -entregados a nuestro vicio secreto, los gusanitos- cuando nos encontramos casualmente con Maya, que se dirigía al piso que acababa de alquilar no muy lejos de mi casa. Decidimos acompañarla. Maya había quedado con mi primo Lucky Luke para enseñarle su nuevo hogar y, de paso, envolver (y esconder) algunos adornos dejados por la anterior inquilina. Nosotros tampoco habíamos visto todavía el piso, así que los cuatro nos reunimos a la entrada del edificio, y Maya nos condujo al interior.

Me gustó el piso de Maya, sobre todo el lugar en el que está situado y el enorme salón. Sin embargo, descubrimos que era un piso muy antiguo. Los muebles, los interruptores de la luz, las lámparas… todo tenía un aire vetusto y señorial, y nos recordó un poco a la casa de nuestras respectivas abuelas.

-¡Esto se arregla en cuanto metas todos los cuadros en un cajón! -dijimos a Maya. Y ella, no del todo convencida, asintió con la cabeza mientras abría la bolsa en la que había traído los plásticos para envolver.

-Sí -murmuró- pero lo peor no son los cuadros: estoy deseando quitar ese reloj de pared. Me da mal rollo. Además, está parado, no sirve para nada.

En efecto, el péndulo colgaba inmóvil.

Conseguimos contener la tentación de pasar el resto de la noche reventando las burbujitas de los plásticos y nos dispusimos a deshacernos de los viejos recuerdos. Lucky cogió el tranquillo enseguida. Antes de que nos diéramos cuenta, ya había envuelto todas las figuritas de payasos que había sobre el mueble-bar, los platos decorativos con imágenes victorianas que colgaban de las paredes, un florero, dos vasijas, los cojines y los posavasos. Entre todos, y con gran esfuerzo físico y mental, conseguimos detenerle antes de que envolviera los cubiertos y la taza del water… y estoy seguro de que, si le hubiéramos dejado a sus anchas, habría acabado envolviéndose a sí mismo, y convirtiéndose en una momia viviente, que perduraría eternamente en una esquina del salón, plastificado como Laura Palmer.

La primera sorpresa llegó cuando, simultáneamente, encontramos dos extraños adornos para envolver. Se hallaban en esquinas opuestas de la casa, pero ambos tenían un aspecto similar: parecían urnas para cenizas, como las que se usan en los crematorios. Una de ellas -la más grande- tenía un aspecto sobrio y resistente, podría decirse que “masculino”. La otra, por el contrario, parecía delicada, estaba cubierta de adornos y lazos, y era pequeña y de color rosa.

-¡Vaya! -exclamó Lulú-, ¡parece que acabamos de conocer a los últimos inquilinos!

A Maya no le hizo ninguna gracia. Cogió los recipientes y, tratando de parecer decidida, levantó la tapa. Estaban vacíos.

-¿Lo veis? -dijo-. Aquí no hay muertos, solo aire.

En ese momento nos dimos cuenta de que Lucky llevaba un rato muy quieto, observando fijamente la pared. Todos recorrimos lentamente la trayectoria de su mirada, temerosos de lo que sabíamos que encontraríamos al final:

El péndulo del reloj de pared estaba oscilando.

-¡Hace unos minutos estaba quieto! ¡Estoy seguro de que estaba quieto! -dijo Lucky.
-Es verdad, no se movía -murmuró Lulú con la voz temblorosa-. Maya lo dijo, ¿verdad que no se movía, Maya?

Maya se había sentado en una silla, y se tapaba los ojos para evitar echarse a llorar. En ese momento, Lulú la miró y exclamó:

-¿Y vas a quedarte a dormir aquí esta noche?

Lucky recorría la habitación con la mirada:

-¡Quién sabe dónde estarán las cenizas de las urnas! -Dijo- ¡quizá esparcidas por toda la casa!

Yo intenté hablar, pero fue imposible. Todo el mundo gritaba y tenía los ojos desorbitados. Maya andaba ya en la fase de negación, susurrando: “no, no, no, no…”, y adoptando poco a poco la posición fetal.

Decidí esperar un rato, hasta que se calmaran los ánimos. Supongo que me asaltó el recuerdo del libro que más me gustaba cuando era pequeño. Se llamaba “De Profesión, Fantasma”, y trataba sobre un niño al que contrataban en un viejo castillo para que simulara la existencia de un fantasma, y así atraer a los turistas. Siempre quise ser como aquel niño misterioso, que pululaba por la noche entre los pasadizos, agitando cadenas y encendiendo candelabros. Quizá por eso tardé tanto en confesar que yo, aburrido de envolver adornos, había abierto un poco la caja del reloj hacía unos momentos, y le había dado un toquecito al péndulo, para ver si aún funcionaba. Al fin y al cabo, ¿qué es la vida sin un poco de misterio?

(Porcentaje de realidad: 90%)

7 comentarios:

Pola dijo...

...

desde el cariño...
sin acritud...

¡Pero qué cabrón! jajaja
yo te habría matado (y te habría envuelto en plástico, ya sabes), da gracias a que tus amigos y familiares te quieren... ;)

Anónimo dijo...

Que hijodeperrilla!!

Me haces eso a mí y la habríamos liado!

óò

Por favor, si me da miedo hasta la voz de la niña del exorcista!!

cruel y perverso!
desde luego, ahora si lo veo! eres el malvado ventrilocuo de Saint Olaf!!!

Aracne dijo...

Me encanta. Contigo al lado estaría toda la vida muerta de miedo que es como de verdad me gusta estar xD
Ojalá no necesite una presencia humana como la tuya y se me acerque algún fantasmilla pululante~
Mordiscos! =)

Anónimo dijo...

q pedazo de cabrón, la cosa es si tuviste huevos de no decir nada y que la niña durmiese sola cagada de miedo.... no, tu te rajaste y se lo contaste, seguro. Ya te regañaré por la facul

Lenny Smith dijo...

Oh, demonios!
Si hubieran sido fantasmas, sin duda estarían enfadados por contar con visitas que no aprecian lo maravilloso que es un reloj de péndulo.
O eso, o terminásteis de devoraros los gusanitos sin consideración ninguna, dejándoles sin ese pequeño placer.

Pero vamos, que si había Tongo... sobran las teorías. Un abrazo.

Unknown dijo...

Vaya broma! la pobre con su piso "nuevo" para vivir y tu haciendo eso con el péndulo. Recuerdo que una vez ví un piso que estaba en venta y tenian la urna funeraria con el nombre del difunto puesto fuera en un cartelito de estos de pegatina. no veas el mal rollo que me dió!:S:S

Anónimo dijo...

Gracias por vuestro apoyo, yo también creo que fue un poco cabrón...pero es cierto que podría haber sido peor y no confesar!!entonces me habría envuelto yo misma en plástico y hubiera guardado en una urna los gusanitos para que no me comieran! el reloj lo he dejado en paz, por si acaso...
;)