miércoles, 25 de abril de 2007

Por favor, abra la boca y diga ¡aaaaahhhhh!

A ver que tal sale este experimento. Podéis escuchar el post de hoy pulsando “play”. El que prefiera los métodos tradicionales -o el que no entienda un pijo-, puede leer el mismo texto a continuación. Por cierto, lo he leído yo pero he distorsionado la voz (mi verdadera voz es infinitamente más varonil, seductora y aterciopelada... espero).

medico.mp3


Ayer tuve que ir al médico. Mi padre es maestro, por lo que tiene un seguro distinto a la seguridad social, que me sigue cubriendo mientras no de un palo al agua. A mi médico de cabecera habitual le dio por el mundo de la farándula (creo que ahora sale en un programa de canal sur, recomendando friegas a los jubilados y cosas por el estilo), así que me he tenido que buscar otro. Ayer fui a ver al nuevo por primera vez.

El caso es que estaba cansado de que, en la consulta del otro médico, todo el mundo siguiera tratándome igual que cuando me conocieron (es decir, igual que cuando tenía nueve años). En cuanto me abrían la puerta, tenía que escuchar a la enfermera gritando:

“Uy, ¡que mayor estás!, ¡qué voz se te ha puesto!, ¿has crecido?”

¡Pues no, señora, no he crecido desde hace siete años y medio! Estaba claro que ya era hora de cambiar de consulta y empezar con una en la que la enfermera nunca me hubiera visto el culo. Con el nuevo médico todo sería adulto y formal, una relación de igual a igual. Solo tenía que comportarme como lo que soy: mayor.

Por desgracia, si somos realistas, aún había cierto riesgo. Voy para los treinta, pero todavía puedo parecer un crío si me descuido. Tenía que ser adulto incluso al llamar para pedir hora (la primera impresión no significa nada, pero todo el mundo cree que sí). Así que dije:

“Hola, buenas tardes, desearía solicitar una cita para mañana por la tarde, si es posible… oh, claro, desde luego… espere que consulte mi agenda, por favor… sí, las siete y media me viene perfecto, gracias”.

Ahora ya solo me faltaba llamar de verdad por teléfono y decírselo a la enfermera. Marqué el número, espere y… nada. Volví a marcar al cabo de unos minutos, y también a la hora y a las dos horas. No hubo suerte. No me quedó otro remedio que encargarle a mi madre que hiciera ella la llamada al día siguiente (yo tenía que ir a un laboratorio en la escuela). Mal comienzo.

Me dieron hora a las ocho menos diez, y llegué puntual. Me abrió una enfermera guiri muy simpática y me hizo sentar en la sala de espera, que estaba hasta arriba de señoras con pinta de maruja. Se me olvidó saludar… ya la estaba fastidiando: los adultos saludan.

Y entonces, cuando pensaba que lo tenía todo más o menos controlado, llegó el dilema fatídico. Todas las revistas que había sobre la mesa eran números del “Hola”. Todas excepto una: un precioso cómic del Capitan Trueno.

Miré a las marujas, y ellas me miraron a mí. Empecé a notar los sudores. Repasé el montón de revistas en busca de una vía de escape: un “Muy Interesante”, un Teleprograma, las instrucciones del aire acondicionado, ¡cualquier cosa! No hubo suerte: solo “Holas” y el Capitán Trueno. “Puedo sobrevivir sin leer nada” me dije. Pero los minutos pasaban, la espera se hacía larga y las apasionantes aventuras del Capitán seguían llamándome desde la mesita.

-¡Ventrílocuooooo! ¡Ventrílocuooooo! ¡Míiiiiranos! ¡Somos una historieta seria! ¡Somos casi casi para adultos!

-¡Explicádselo vosotras a estas marujas! -les contesté yo de mala gana.
-Eres más alto que ellas, tienes barba, arrugas en la frente, un carné de conducir de cartulina y la voz como un leñador. ¡Está claro que eres mayor! Mira nuestros dibujitos, corazón, léenos, sé tú mismo...

No podía resistirlo. Noté como la mano se me iba hacia la mesita. Ya la tenía a medio camino...

De pronto la enfermera se levantó de su escritorio y, desde el otro lado de la consulta, me gritó:

-Tu madre me dijo que vuestro seguro era “Caser”, ¿verdad?

Todas las marujas se volvieron hacia mí y me dedicaron una sonrisa de madraza. En fin. ¿Cuántos médicos más habrá en mi pueblo?

(Porcentaje de realidad: 88%)

viernes, 20 de abril de 2007

Capítulo 2: ¡respuestas!

Lo prometido es deuda: tengo respuestas frescas. (Echa un vistazo al post anterior si no sabes de que va esto.)

El asunto de la llamada telefónica

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué aquella voz misteriosa llamó a Lahermanadelulú por su nombre?

Lahermanadelulú tiene una amiga cuya hermana se llama igual que ella (no es culpa mía que esta frase sea tan difícil de leer, yo prefería “Sophie”). Aquel día, esa amiga había llegado tarde a su casa y se había olvidado de las llaves. Telefoneó a su hermana para que le abriera la puerta porque no quería llamar al timbre y despertar a sus padres. Desgraciadamente, en la agenda de su móvil marcó a “Lahermanadelulú” equivocada. Lo peor es que la pobre chica creyó haber llamado a la correcta, y se pasó media hora en la calle acordándose de su mamá (es decir: de la madre que parió a su hermanita).

¿Cómo pudo coincidir justo con el instante en el que parecía probable que Lulú se hubiera quedado realmente en la calle sin llaves?

Mi teoría es que -los días de semana- muchos nos despedirnos de la novia/novio a la misma hora aproximadamente: la una de la madrugada. A esa hora yo volvía hacia mi coche y encontraba a los perritos. Al mismo tiempo, ella también se despedía de alguien y regresaba a casa. La suerte se encargó del resto.

¿Por qué usó las mismas palabras que Lulú habría usado en esa situación? ¿Y por qué la voz era tan parecida a la de Lulú como para engañar a su propia hermana?

Esto es una cuestión de psicología elemental. Lulú y su hermana están tan unidas que han acabado por considerarse la una a la otra la amiga ideal. Esto provoca que tiendan a buscar amigas que se parezcan a su respectiva hermana. Por eso la voz y la forma de expresarse de la amiga sonaban tan parecidas a las de Lulú. Si unimos esto a que Lahermanadelulú estaba en la cama medio dormida, y a que su amiga había hablado en un susurro... ¡voilà!

Lo sé, lo sé, gracias, gracias... no me aplaudáis a mí, era una simple cuestión de pensamiento deductivo, queridos Watsons.

El destino de los perritos

Al día siguiente Lulú llevó a los perritos a la veterinaria. Allí descubrió que nuestros tres amigos tenían otros tres hermanitos, que habían sido abandonados en la otra punta de la urbanización. Los seis se reunieron de nuevo en un emotivo encuentro que ya lo quisiera Isabel Gemio. Esa misma mañana, al salir de clase, me pasé por casa de Lulú para ver qué había ocurrido. Como a mí me entró la llorera por no haber dicho adiós a los bichos, Lulú me propuso ir a hacerles una última visita a la clínica veterinaria. Nos llevamos la cámara de fotos. Si alguno vive por Málaga y está interesado en adoptar un hijo peludo, ¡que avise! ¡Solo válido hasta fin de existencias!

¡No les des de comer después de las doce!


El del morro blanco tiene carisma


Este se cree que es el único lobo albino

Y solo nos queda una pregunta...

¿Por qué Lahermanadelulú se pone una bata que da miedo?


Lo siento amigos, me temo que no tengo huevos para preguntárselo. Supongo que tendremos que vivir con la duda.

(Porcentaje de realidad: 98%)

martes, 17 de abril de 2007

Los hijos de Scooby Doo. Capitulo 1: “La llamada telefónica”

Hay historias que merecen ser contadas exactamente como ocurrieron, sin cambiar una coma. Situaciones tan improbables, tan novelescas, que cualquier esfuerzo por adornarlas acaba restándoles eficacia. Algunas historias como la sucedida la noche de ayer merecen un porcentaje de realidad del 100%.

Lulú vive en una urbanización separada de la ciudad, y bastante solitaria. Normalmente, cuando salgo de su casa por la noche, recorro el trayecto hasta el coche en un silencio absoluto. Ayer, sin embargo, encontré a los perros de toda la calle ladrando como locos. A medida que pasaba por delante de cada puerta, escuchaba la voz de los dueños exigiendo silencio con gritos susurrados, que no lograban lo que pretendían. Había luna nueva, y la luz proveniente de las farolas parecía más tenue y artificial que de costumbre.

Al llegar a mi coche, descubrí la razón de tanto ladrido. Alguien había abandonado a tres cachorritos adorables en mitad de la calle: uno negro, otro blanco y otro a manchas. Lloraban desconsoladamente y se habían colocado uno encima de otro formando una montañita de pelo para mantener el calor. Por un momento pensé en hacerme el ciego/sordo: al fin y al cabo, soy un ventrílocuo malvado y tenía que madrugar al día siguiente. Pero pudieron conmigo Bambi, Espinete, Marco y todos los demás dibujitos sin madre que me tragaba cuando era pequeño. Lulú me había contado que la veterinaria que pasa consulta en su urbanización solía aceptar animalitos abandonados, para luego intentar regalárselos a sus clientes. Así que volví a casa de Lulú y le pregunté si sería posible que los guardara esa noche en su garaje, para llevárselos a la veterinaria al día siguiente. Lulú aceptó, como ha hecho siempre (ya ha perdido la cuenta de los animales abandonados que han recogido en su casa). Antes de salir a por los cachorros, fuimos a la habitación de Lahermanadelulú que ya estaba acostada para contarle lo ocurrido y pedirle consejo. La dejamos en la cama y equipados con una enorme caja de cartón y unos guantes marchamos al rescate.

Los perritos no se habían movido del lugar en el que los había encontrado. Lulú los recogió cariñosamente (mmm, estaba adorable), a la vez que decía "oooooh, que cosita, oooooh". Mientras tanto, yo sujetaba la caja con cara de susto. Regresamos a casa rápidamente. Los perros de los vecinos multiplicaron sus ladridos a nuestro paso, hasta que el escándalo se volvió ensordecedor. Confieso que la oscuridad de la noche, el llanto de los cachorros (que parecía de niños) y aquel coro de aullidos que nos perseguía me pusieron los pelos de punta. Pero lo peor aún estaba por venir.

Al llegar al jardín, una imagen me sobrecogió. Había una silueta completamente vestida de blanco de pie frente a la puerta. La figura parecía brillar por la luz de las farolas. Me tranquilicé al descubrir que se trataba de Lahermanadelulú en bata (no es la primera vez que pego un respingo al verla con esa bata caminando por un pasillo oscuro), pero volví a preocuparme al observar la expresión de sus ojos. Estaba muy seria. Parecía asustada.

Lulú, ¿acabas de llamarme por teléfono? preguntó cuando nos acercamos.

Lulú contestó que no, muy extrañada. ¿Una llamada a la una de la madrugada? Lahermanadelulú levantó el teléfono que llevaba en la mano.

Es que ha sonado hace un momento dijo. Ponía “número desconocido”. He descolgado y una voz de mujer me ha dicho:

“Lahermanadelulú, por favor, ábreme la puerta, que estoy en la calle y no tengo llave”.

Lulú y yo nos quedamos paralizados. Soy un tipo escéptico (muy escéptico) pero os juro que en ese momento un escalofrío me recorrió la columna vertebral y noté como se me erizaban los pelillos de las sienes.

Pensé que eras tú continuó Lahermanadelulú, dirigiéndose a su hermana, aunque no entendía por que no ponía tu número... y no estaba segura de que fuera tu voz.

Lo primero era lo primero, así que llevamos a los cachorros al semisótano y les pusimos periódicos y una mantita. Después Lahermanadelulú decidió devolver la llamada.

“El número al que llama está apagado o fuera de servicio” fue la única respuesta a nuestras atemorizadas preguntas.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué aquella voz misteriosa llamó a Lahermanadelulú por su nombre? Si se trataba de una equivocación desafortunada, ¿cómo pudo coincidir justo con el instante en el que parecía probable que Lulú se hubiera quedado realmente en la calle sin llaves? ¿Por qué usó las mismas palabras que Lulú habría usado en esa situación (según confesó ella misma más tarde)? ¿Y por qué la voz era tan parecida a la de Lulú como para engañar a su propia hermana?

Yo tengo una teoría que me parece bastante probable. Creo que hay un... llamémosle “fantasma asesino”, que vivía en la calle de Lulú (yo mismo he notado su presencia muchas noches). Ese espíritu quería entrar en una casa, pero no podía hacerlo a menos que alguien le permitiese pasar después de media noche. De alguna manera, el espíritu creó aquellos cachorritos adorables (utilizando sus malas artes infernales) para conseguir que Lulú saliera de casa. En el momento oportuno, llamó a Lahermanadelulú y le pidió que le abriera la puerta, haciéndose pasar por Lulú... Y ella le abrió. A partir de ahora, sus pasos resonarán por los pasillos cada noche...

Bueeeno, vaaale, quizá no haya sido del todo “científico”... esta mañana me enteré de la verdadera explicación del misterio y me temo que no tenía mucho de paranormal. ¡Pero mi primera teoría era mucho más divertida (sobre todo si hubierais visto las caras de Lulú y de su hermana mientras se la contaba)!

Lo sé, quedan muchas preguntas en el aire: ¿Qué ocurrió finalmente con los perritos? ¿Cuál es esa verdadera explicación de la que os he hablado? ¿Por qué Lahermanadelulú se pone una bata que da miedo? No se pierdan los próximos episodios.

(Porcentaje de realidad: 100%)

lunes, 9 de abril de 2007

In the country

He aquí la respuesta para los que se preguntaban por qué he tardado tanto en publicar: estaba haciendo esta chorrada. Algunos pensaréis que me aburro mucho en mi casa, y otros que hay formas mejores de perder el tiempo. Todos estáis en lo cierto.

Se trata de un retrato para la posteridad de la excursioncilla que hicimos unos amiguetes el viernes pasado. Cualquier parecido con la realidad es pura mala leche por mi parte. Los actores, de izquierda a derecha son: Malvado Ventrílocuo, Lulú, Pétalo, Maya, Lahermanadelulú, Pablo Mármol y Jerry.



(Uff, que churro. Resulta que con el youtube el dibujo se ve solo regular. Si alguien quiere ver las caricaturas con más detalle, que pinche aquí).

(Porcentaje de realidad: 75%)

domingo, 1 de abril de 2007

Mi padre quiere que sea trucha

Cuando mi madre abrió la perfumería, mi padre -que es maestro y tenía más tiempo libre- tuvo que empezar a encargarse de la cocina. Hasta entonces, lo único que sabía preparar eran lentejas quemadas y flan del chino. Mi madre tuvo que explicarle las recetas habituales, y él, día tras día, las fue apuntando cuidadosamente. Si hubiera sido otro, se las habría aprendido y se habría convertido en un ama de casa normal y corriente. Sin embargo, mi padre es un tipo perfeccionista y muy manitas, que no podía hacer las cosas como cualquiera. Mi padre estaba destinado a convertirse en el ama de casa definitiva.

El plan de acción consistió en lo siguiente: en primer lugar, distribuyó todas las recetas en cuatro semanas, combinando los platos para que la dieta fuera equilibrada, y para que las recetas similares no se preparasen en días próximos. Con el ordenador, imprimió unas tablas con la distribución de los platos. Llamó a cada semana A, B, C y D, y lo marcó en el calendario de la cocina, de manera que la comida de todo el año quedó programada. Nunca más tendría que preocuparse de qué debía poner al día siguiente.

Pero seguía estando el problema del supermercado. Hacer la lista era un engorro que podía aliviarse gracias a la programación. Mi padre estudió todos los ingredientes necesarios para las cuatro semanas, y desarrolló una lista de la compra diferente para cada una, con todo lo necesario. Organizó los productos en las listas conforme a su distribución en el Mercadona de al lado de mi casa. De esta forma, cuando tiene que hacer la compra, mi padre solo necesita escoger una copia de la lista adecuada y echar un vistazo rápido para tachar los productos que ya hay en casa. Una vez en el super, compra todo de una sola pasada. Entra por una puerta, coge ordenadamente los productos de la lista y sale por la caja. Jamás repite un pasillo. Jamás se le olvidaba el ketchup.

Confieso que al principio a todos nos pareció que se le había ido la olla. A mí me recordaba a aquel episodio de Tim “Herramientas” Taylor, en el que su mujer le encarga aspirar la casa. Tim decide que las aspiradoras son para nenas, así que construye la aspiradora para hombres, que es como una aspiradora normal pero con 200 caballos de potencia. Aquel episodio acababa con la aspiradora tragándose todos los muebles de la casa, las baldosas del suelo, a los niños y, finalmente, al propio Tim “Herramientas”. De la misma manera, todos esperábamos que la realidad pusiera a mi padre en su lugar, demostrando que lo tradicional tiene su razón de ser, y que él solo era un novato presuntuoso.

Sin embargo, eso jamás ocurrió. El plan de mi padre no tiene errores: es perfecto. En mi casa ya nadie se preocupa por la comida del día siguiente, estamos sanos, hacemos la compra semanal en menos de una hora y nunca falta nada. Nadie tiene que pensar. Todo funciona como un engranaje bien engrasado.

El otro día, mis padres tuvieron que despedir a la señora que limpiaba en casa (las hipotecas no están para bromas). Mi madre dijo que tendríamos que repartirnos la limpieza entre todos. Mi padre se ha encargado: cuatro bloques de tareas, cada uno asignado a un periodo de dos meses, repartidos en secuencias de una semana, con tareas adicionales que se alternan cada catorce días. Los bloques se asignan en un calendario. Cada hermano tiene su misión; todo está registrado y equilibrado, nadie puede escaquearse. El sistema no tiene puntos débiles. El sistema es inviolable. “Big brother is watching you.”

El sábado pasado encontré a mi padre diseñando los planes de tareas. Había nombrado los bloques con códigos: A1, A2, B1...

-Eso va a ser muy difícil de recordar -le dije yo-, es mejor que le pongas unos nombres menos formales, como nombres de animales o algo así.

Pensaba que -ya que la dictadura del pueblo había llegado a mi hogar- al menos podíamos hacerlo un poco más divertido.

Ayer, mi padre subió a mi cuarto y me entregó una fregona, un bote de lejía, dos trapos y un plumero.

-Eres trucha -dijo.

El destino, al parecer, no está carente de cierta ironía.


(Porcentaje de realidad: 92%)